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AFEHC : bibliografia : Centroamérica durante las Revoluciones Atlánticas: El vocabulario político, 1750-1850 : Centroamérica durante las Revoluciones Atlánticas: El vocabulario político, 1750-1850

Ficha n° 4098

Creada: 23 octubre 2015
Editada: 23 octubre 2015
Modificada: 30 octubre 2015

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Autor de la ficha:

Bernabé FERNáNDEZ HERNáNDEZ

Editor de la ficha:

Laura MATTHEW

Publicado en:

ISSN 1954-3891

Centroamérica durante las Revoluciones Atlánticas: El vocabulario político, 1750-1850

Diccionario histórico que aborda los "iberconceptos" de la época de la independencia.
Palabras claves :
Conceptos, Vocabulario, Independencia, Diccionario
Categoria:
Libro
Autor:

Jordana Dym y Sajíd Alfredo Herrera Mena, coordinadores

Editorial:
IIEESFORD Editores
Ubicación:
San Salvador
Fecha:
2014
Reseña:
En el año 2004 un grupo de académicos coordinados por el historiador español Javier Fernández Sebastián inició una red iberoamericana de historia político-conceptual e intelectual que recibió el nombre de “Iberconceptos”. Desde el año 2010 varios investigadores centroamericanos o centroamericanistas se han unido al proyecto rescatando la historia conceptual de dieciséis voces que han sido incluidas en este volumen colectivo eficientemente coordinado por los historiadores Jordana Dym y Sajib Alfredo Herrera Mena. En él colaboran un grupo de historiadores y filósofos que han abordado los siguientes conceptos: David Díaz Arias (América/americano, independencia), Julián González Torres (ciudadano/vecino), Sajib Alfredo Herrera Mena (civilización, constitución), Jordana Dym (democracia, orden, soberanía), Olga Vásquez Monzón (liberal/liberalismo), Rolando Sierra Fonseca (libertad), Christophe Belaubre (opinión pública), Douglass Sullivan González (patria), Coralia Gutiérrez Álvarez (pueblo/pueblos) y José Antonio Fernández Molina (revolución); y conjuntamente Xiomara Avendaño Rojas y Sajib Alfredo Herrera Mena (Estado), y Sonia Alda Mejías y Christophe Belaubre (partido/facción). Poco antes de la edición de esta obra han salido a la luz los trabajos de la historiadora Marta Casaus Arzú que investiga una serie de conceptos fundamentales (racismo, unionismo, anti-imperialismo, multiculturalismo, regeneracionismo, etc.). Además, el historiador Víctor Hugo Acuña estudia la semántica del concepto “comunidad política” (1820-1823) y el historiador Arturo Taracena analiza la configuración de las nociones de nación y república en el siglo XIX. Como reconocen los propios coordinadores de este estudio, este diccionario pretende continuar con esta línea de trabajo que ha resultado muy fructífera para el análisis y el debate (pág. 11).

1En una extensa introducción Javier Fernández Sebastián, en base a su dilatada experiencia en este campo, reflexiona en torno al sentido de la historia conceptual y la aplicación de esta metodología al contexto iberoamericano, en general, y al marco centroamericano, en particular. Este historiador subraya que la historia de los conceptos aporta una nueva perspectiva porque lo que interesa es el uso que los agentes históricos hacían de esos recursos lingüísticos en contextos concretos (págs. 19-20). El libro, en ocasiones, sobrepasa el marco cronológico de 1750 a 1850 ya que inicia el estudio semántico de algunos términos en 1726 o 1729 (“Diccionario de Autoridades”) ó en 1732, 1734, 1737 (“Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua”) y lo culmina con el comienzo de las reformas liberales de 1870.

2En “El Amigo de la Patria”, Del Valle – en el período anterior a la independencia- identificó a “América” como una promesa futura. La población se desarrollaría en base a la emigración europea y en el futuro habría un cruce que acabaría con las castas y así se crearía una sociedad homogénea y estable. Del Valle olvidó mencionar el profundo mestizaje que ya tenía la sociedad colonial. Al principio de la independencia, la diferenciación económica y la desigualdad política eran elementos centrales en la definición de “americano”. Este término maduró para la década de 1830 involucrando a un grupo no español ni indígena, correspondiéndose con la necesidad de derechos políticos y ciudadanos. A finales de la década de 1840, la definición de América y americano se efectuaba en Centroamérica en comparación con el europeo pero también partía de una descripción de similitudes y diferencias entre Norteamérica y Suramérica en comparación con América Central. En 1856, con motivo del inicio de la guerra contra los filibusteros de Walker, se definirá mejor el enfrentamiento entre las dos Américas. Tomando como fuente el “Boletín Oficial” de Costa Rica (1856), el historiador David Díaz Arias hace hincapié en que se habla de una civilización americana compuesta por una raza latina que es amenazada por otra raza que necesita “un imperio nuevo” (pág. 40). No habrá cambios en la década de 1860: América será el continente, las repúblicas por debajo del río Bravo serán países hispano-americanos, la palabra americano se utilizará en ocasiones como sinónimo de estadounidense y también designaba a los aborígenes de América.

El concepto “constitución”, en el Reino de Guatemala no llegó a percibirse en sentido moderno hasta el proceso de convocatoria a Cortes en 1810, la elaboración y la entrada en vigor de la carta magna de 1812, y la segunda experiencia constitucional entre 1820 y 1821. Anteriormente, se hablaba de “leyes fundamentales” de la nación o de la monarquía. Tanto en las “Instrucciones” (1811) encomendadas por una parte del ayuntamiento de la ciudad de Guatemala a su diputado a Cortes, Antonio Larrazábal, como en los “Apuntes instructivos” (1811) que los restantes miembros del ayuntamiento entregaron también al mismo diputado, apelaban a la creación de una constitución pero no se reconocía a la Nación la potestad soberana de manera exclusiva puesto que sólo el rey era el depositario de la misma. La semántica del vocablo constitución tomó otro rumbo en Centroamérica al aprobarse la Constitución de Cádiz de 1812 porque sus habitantes se percataron que eran miembros de una nación soberana y que se les reconocían sus derechos civiles y políticos. En el segundo período constitucional (1820-1821) la noción de constitución quedó mejor perfilada ya que se trataba de un código jurídico único cuyos objetivos eran múltiples: desde garantizar los derechos civiles hasta la delimitación de los poderes políticos. Durante la época Federal (1824-1838) y la posterior vida republicana, el significado del término constitución apenas varió con respecto a las concepciones de los años previos a la independencia. El historiador Sajid Alfredo Herrera Mena resalta que, además de la Iglesia, también los pueblos y sus municipalidades se opusieron a los cambios en las constituciones por el desprecio que suponía a la legalidad contenida en ella y a los derechos ciudadanos. Muchos pueblos se concibieron como los titulares de la soberanía y si los gobernantes incumplían con los pactos contraídos estaban en su derecho de resistirles (pág. 89). Al igual que en el resto de Hispanoamérica, el término “democracia” raramente aparece en los textos públicos centroamericanos antes de la independencia. En los “Apuntes instructivos” para Larrazábal (1811) se vincula democracia con republicanismo y ambos asociados con desorden, tiranía y licencia en lugar de orden, buen gobierno y libertad. Del Valle consideró en 1820 que en la Constitución de Cádiz (1812) se habían declarado “los derechos de la Democracia” pero a pesar del voto, el sistema constitucional no abría el camino hacia el gobierno directo. También los partidarios de la anexión a México en 1821 equiparaban la democracia y la república con el desorden y la anarquía. Pero sin usar el vocablo democracia, los políticos centroamericanos a veces adoptaron sus preceptos puesto que, en momentos de crisis, convocaron cabildos abiertos que incorporaban a todos los ayuntamientos constitucionales y esto era una democracia de facto basada en prácticas tradicionales. Durante el período federal (1824-1838), se optó por un sistema representativo republicano para evitar un gobierno democrático en el que a través del voto directo, los individuos controlasen el poder político. Sin embargo, la historiadora Jordana Dym enfatiza que, a partir de 1838, aunque los Estados centroamericanos estaban lejos de tener democracias, el espíritu democrático era ya una característica que querían para los pueblos (pág. 107). Con los gobiernos liberales establecidos hacia 1870 se institucionalizó la descripción del gobierno como democrático.

3Gran parte de las Sociedades Económicas hispanoamericanas se declararon “Amantes del País” pero en Guatemala se rompió con esta nomenclatura y se denominó “Amantes de la Patria”. En este caso se entiende que “patria” se refiere al Reino de Guatemala y patriotismo significaba desarrollar a Guatemala estimulando el desarrollo de la agricultura, la industria, las artes y la educación. En la “Gazeta de Guatemala” (1797-1817) se constata que el término se usa para despertar entre los criollos el amor por la tierra que les vio nacer. Y para que el amor por la patria creciera, el Consulado de Comercio de Guatemala presentó en 1810 al diputado Antonio Larrazábal varias propuestas en las que recomendaba una especie de reforma agraria para que los desposeídos quedaran vinculados con la tierra. Para 1820 el uso del vocablo patria pasó a ser un indicador de lealtad a uno de los dos grupos o “partidos”: conservadores (serviles) y liberales. Al final de la guerra civil (1826-1829) el presidente federal Francisco Morazán declaró que aquellos que dirigieron la guerra religiosa contra sus compatriotas debían ser castigados como traidores a la patria. Desde 1838, Centroamérica como una patria unida dejó de existir formalmente a medida que las patrias de los Estados de la Federación surgieron como las jurisdicciones políticas y territoriales a las que se debía respeto y lealtad. Las constituciones de las nuevas repúblicas establecieron Estados y naciones, pero – como destaca el historiador Douglass Sullivan-González- se esperaba que los individuos salieran en defensa de la patria cuando ésta estuviera en peligro o hicieron juramentos a la patria, referida a un país y no a un pueblo o ciudad (pág. 244).

La obra está bien estructurada, precediendo a cada concepto una imagen gráfica o literaria y finalizando con una detallada relación de fuentes primarias y secundarias. Asímismo resulta de interés la breve referencia biográfica sobre los autores que aparece en las páginas finales del libro. Este estudio, fruto de una laboriosa tarea de investigación, constituye una valiosa aportación a la historia conceptual de Centroamérica. Esperamos que en el futuro tenga una continuidad con el análisis de nuevos conceptos que enriquezca el acervo de términos históricos con sus transformaciones semánticas, y esto nos permitirá comprender mejor las circunstancias políticas y sociales en las que se desenvolvieron los habitantes del Istmo.

4Bernabé Fernández Hernández

5Catedrático jubilado del Instituto de Educación Secundaria “Albero” de Alcalá de Guadaíra (Sevilla, España)

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