Ficha n° 366

Creada: 21 octubre 2005
Editada: 21 octubre 2005
Modificada: 09 agosto 2007

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Autor de la ficha:

Mario VAZQUEZ OLIVERA

Publicado en:

ISSN 1954-3891

La división auxiliar de Guatemala. Función política y campaña militar, 1821-1823.

En 1821 los impulsores del Plan de Iguala creyeron posible unificar bajo un mismo gobierno los dominios españoles de la América Septentrional. En consecuencia, se plantearon extender la autoridad mexicana a la vecina audiencia de Guatemala. Ello implicaba trastocar el status quo vigente, pues no obstante los vínculos sociales y el intercambio mercantil que lo ligaban con provincias novohispanas, en materia de administración y gobierno aquella audiencia no dependía del virreinato.
Autor(es):
Mario Vázquez Olivera
Categoria:
Inédito aunque en prensa
Fecha:
Octubre de 2005
Texto íntegral:

1En 1821 los impulsores del Plan de Iguala creyeron posible unificar bajo un mismo gobierno los dominios españoles de la América Septentrional. En consecuencia, se plantearon extender la autoridad mexicana a la vecina audiencia de Guatemala. Ello implicaba trastocar el status quo vigente, pues no obstante los vínculos sociales y el intercambio mercantil que lo ligaban con provincias novohispanas, en materia de administración y gobierno aquella audiencia no dependía del virreinato. Hasta entonces las provincias guatemaltecas se entendían directamente las autoridades de la península1. Aún así, tanto Agustín de Iturbide como otros jefes del Ejército Trigarante consideraron la anexión de Guatemala como una consecuencia inevitable de la independencia mexicana. Les preocupaba la defensa estratégica y el orden interior del Imperio Mexicano, que suponían en peligro si las provincias guatemaltecas continuaban sujetas a la corona española u optaban por formar una república independiente. Asimismo, aquella iniciativa subrayaba la intención de perfilar al Imperio Mexicano como una potencia continental.

2 En un principio este proyecto gozó de aceptación no sólo en México sino también en Guatemala. Era coherente con el proyecto monárquico que planteaba del Plan de Iguala —y con la idea de que una monarquía podía muy bien administrar y mantener unificados inmensos territorios—, a la vez seguía la pauta de anteriores propuestas de reorganización de los dominios españoles en la América Septentrional que señalaban a México como el centro “natural” de aquella vasta zona, y desde luego retomaba antiguas pretensiones de los autonomistas mexicanos que en 1809 habían propuesto unir bajo la autoridad del “Anáhuac” los inmensos territorios del virreinato novohispano, la audiencia de Guatemala, Cuba, Puerto Rico y las islas Filipinas2.

3 A cambio de unirse al Imperio Mexicano, Agustín de Iturbide le ofreció a los guatemaltecos respaldo militar para consumar la independencia, respeto a las autoridades constituidas y suficientes escaños en el Congreso Mexicano. Al mismo tiempo, en aras de consumar su iniciativa lo antes posible, no dudó en ejercer fuertes presiones sobre el gobierno de la audiencia. Por su parte, los dirigentes políticos y autoridades de la audiencia reaccionaron de forma confusa y contradictoria ante aquella iniciativa. Hasta entonces, éstos no se habían planteado seriamente romper con España, y aún en el otoño de 1821 muchos de ellos vacilaban en hacerlo. Pero era evidente que Guatemala no podría permanecer sujeta a la metrópoli mientras en México y Suramérica triunfaba la independencia. Finalmente algunos secundaron el proyecto de Iturbide de manera entusiasta. Muchos más lo asumieron pragmáticamente como la opción más adecuada ante la incertidumbre del momento. Otros, en cambio, propusieron constituir una república independiente; no dudaban del potencial de las provincias guatemaltecas para constituirse como una república independiente, y al mismo tiempo veían con recelo el liderazgo mexicano y repudiaban el proyecto monárquico del Plan de Iguala3.

4La beligerancia de estos activistas republicanos fue determinante para que el 15 de septiembre de 1821 fuera proclamada la independencia en la Ciudad de Guatemala, pero no bajo la fórmula del Plan de Iguala. De hecho, aunque se hallaban en minoría y poco después se vieron superados por los partidarios de Iturbide, los adversarios de la unión a México lograron que el gobierno provisional guatemalteco postergara varios meses su adhesión al Imperio. Esta demora fue aprovechada por las autoridades provinciales de Chiapas, Honduras y Nicaragua que, descontentas con los abusos y la prepotencia de la oligarquía guatemalteca decidieron a un mismo tiempo romper con las autoridades superiores de la audiencia y sumarse al Plan de Iguala, acogiéndose a la protección del gobierno mexicano para evitar las represalias de su antigua capital.

5Mientras enfrentaba la secesión de las provincias “imperiales”, el gobierno provisional de Guatemala se vio sujeto a las presiones de Iturbide. En octubre el general mexicano impugnó la pretensión de dicho gobierno de instalar un congreso general que habría de resolver de manera soberana el futuro de la audiencia. También reiteró su decisión de proteger a las provincias disidentes que se habían adherido al Plan de Iguala y anunció la inminente partida hacia aquellas regiones de una fuerza “respetable” destinada a “proteger con las armas los proyectos saludables de los amantes de su Patria4.”

6Bajo estas amenazas y ante el temor de que la audiencia se fracturara por completo (pues a mediados de noviembre el corregimiento de Quzaltenango también se había escindido), el gobierno guatemalteco decidió cancelar la reunión del congreso y consultar directamente a los ayuntamientos que todavía lo respaldaban qué camino seguir. Los pueblos debían deliberar tomando en cuanta aquel oficio de Iturbide y una circular suscrita por el capitán general, Gabino Gaínza, en la que se instaba abiertamente a votar por la unión a México, alegando la profunda crisis que atravesaba el Reino de Guatemala, el desigual contraste entre la opción de constituir un gobierno soberano y “la superioridad indudable de Nueva España en población, fuerza y riqueza”, así como “los males que podría causar la internación en nuestro territorio de la División respetable que se indica en el oficio”. Asimismo, para evitar más contratiempos, en la capital guatemalteca la oposición republicana fue reprimida con lujo de violencia5.

7La consulta se efectuó apuradamente. En la mayoría de los casos la celebración de cabildos abiertos no fue sino un mero trámite para cumplir con la formalidad del procedimiento. Ciertamente, resultaba inconcebible que los ayuntamientos pudieran emitir un dictamen ponderado en tales circunstancias y no faltó quien cuestionara el procedimiento argumentando que los cuerpos edilicios no constituían una legítima representación nacional y que su función era otra muy distinta a la de adoptar decisiones políticas de tal magnitud, señalando que además no se tomaba en cuenta el número de habitantes de los diferentes pueblos al asignarles por igual un sólo voto a cada uno. Sin embargo esta consulta funcionó como un referendo entre los pueblos y su resultado fue consecuente con el deseo generalizado de ver restablecida la unidad política y territorial del antiguo Reino de Guatemala. Así, de los ayuntamientos que respondieron a la consulta, 104 aceptaron plenamente secundar el Plan de Iguala, 11 más lo hicieron bajo ciertas condiciones y 32 manifestaron su respaldo a cualquier resolución que adoptara la Junta, mientras que 21 insistieron todavía en remitirse a la decisión del Congreso según lo acordado el 15 de septiembre. Sólo dos ayuntamientos votaron en contra. Sobre esta base, el 5 de enero de 1822 el gobierno guatemalteco proclamó formalmente la unión a México6.

8Ello, sin embargo, no condujo a la reunificación del territorio guatemalteco, que a partir de entonces quedó dividido en tres campos antagónicos. Por un lado estaban las provincias y distritos disidentes que se habían sumado al Imperio Mexicano y repudiaban a Guatemala. Por otro, estaba el bloque “chapín”, encabezado por el capitán general y la diputación provincial guatemalteca, los funcionarios de la audiencia, el arzobispo y los jefes militares, y desde luego las poderosas familias guatemaltecas y sus clientelas provincianas (de hecho permanecían bajo la autoridad de Gaínza la mayor parte del territorio guatemalteco, la mitad de Honduras y más de la mitad de la intendencia de San Salvador, es decir las regiones más ricas y pobladas del Reino). Y, finalmente, también había surgido un nuevo foco disidente, pues el gobierno de San Salvador, de convicciones republicanas, se negó a aceptar la unión a México y desde enero de 1822 rompió con Guatemala, aunque sólo retuvo bajo su control los distritos centrales de la provincia.

La División Auxiliar y la Babilonia centroamericana

9En este contexto se produjo la intervención de las tropas mexicanas, la llamada División Auxiliar de Guatemala, que arribó a la provincia de Chiapas en febrero de 1822, bajo el mando del general Vicente Filisola7. En septiembre anterior Iturbide había considerado enviar a Guatemala un contingente numeroso, pero siguiendo recomendaciones de Manuel Mier y Terán, a quien había enviado a Chiapas previamente para evaluar la situación, decidió reducirlo a alrededor de 480 efectivos, entre jefes, oficiales y tropa8, número insuficiente para imponer un control efectivo sobre aquellas provincias pero que sin embargo, con relación a las inexpertas tropas y milicias del Reino, representaban sin duda una fuerza respetable. Iturbide creía que su sola presencia podría disuadir a los espíritus inquietos. Confiaba para ello en la reputación militar y el talento político del general Filisola9.

10 Sin embargo, tras unirse al Imperio, el gobierno de Guatemala se creyó autorizado para someter por la fuerza a las provincias disidentes, sin importar que se hubieran acogido al Plan de Iguala. Al hacerlo contravenía abiertamente las instrucciones de Iturbide, quien a toda costa trató de evitar un enfrentamiento inútil entre facciones imperiales e inclusive en un principio consideró poco oportuno proceder militarmente contra los republicanos salvadoreños10. Pero el general Gaínza hizo caso omiso a las órdenes de México y emprendió la ofensiva. Primeramente concentró su atención en los casos de Honduras y Quezaltenango para luego volcarse de lleno contra San Salvador, con lo cual dio comienzo a la primera guerra civil centroamericana.

11 Tan pronto pisó territorio chiapaneco, Filisola buscó mediar entre las partes en conflicto. Su intervención oportuna contuvo el avance “chapín” sobre Quezaltenango y Sololá, en el occidente de Guatemala. Asimismo trató de evitar un ataque directo contra la ciudad de San Salvador e inició desde Chiapas negociaciones con los republicanos, pero en este caso de poco sirvieron sus gestiones; el desafío salvadoreño resultaba intolerable para el gobierno guatemalteco pues en este caso, más allá de restaurar el principio de autoridad o reprimir la disidencia republicana, estaban en juego importantes intereses económicos así como la posesión del puerto de Acajutla que constituía el principal acceso marítimo de Guatemala en la vertiente del Pacífico. A finales de marzo el coronel Manuel Arzú invadió la provincia con casi dos mil hombres e inició el asedio de la capital salvadoreña. Empero, esta primera batalla por San Salvador concluyó en los primeros días de junio con un rotundo fracaso para las fuerzas “chapinas”, que fueron derrotadas en las goteras de la ciudad y a duras penas alcanzaron a volver a Guatemala11.

12 Hasta entonces Filisola había permanecido a la expectativa, con sus tropas estacionadas en Chiapas y Quezaltenango. Tras la derrota de Arzú se dirigió a la Ciudad de Guatemala donde, por orden superior, relevó del mando al general Gaínza y asumió el gobierno de la audiencia de manera interina, en espera del mariscal José Morán, el marqués de Vivanco, a quien Iturbide había ofrecido dicho cargo12.

13 Aunque la remoción del capitán general parecía representar una concesión para las provincias disidentes, más bien apuntaba a restablecer la autoridad y la unidad del Reino. Previamente, Filisola había asumido el mando de los territorios imperiales separados de Guatemala, de modo que al reemplazar al capitán general y tomar control del gobierno capitalino, la jefatura superior de todas las provincias recaía nuevamente en una sola persona. Aún cuando para efectos prácticos esto tuvo apenas una eficacia relativa, es un hecho que hasta marzo de 1823 el jefe mexicano constituyó el enlace más directo, por no decir el único, entre las provincias guatemaltecas y aquel lejano gobierno al que habían decidido subordinarse.

14Por otra parte, el rechazo de los Tratados de Córdoba abría la posibilidad de que España emprendiera acciones hostiles, y las costas de Guatemala constituían un flanco sumamente vulnerable, tal vez el más débil de todo el Imperio. Era importante garantizar la defensa de dicho litoral y prevenir cualquier posible defección o pronunciamiento españolista. También urgía ponerle fin al faccionalismo de las provincias y suprimir la disidencia republicana. Por todo ello, resultaba indispensable colocar al frente de las provincias guatemaltecas a un hombre de probada lealtad al proyecto imperial. Por lo pronto Iturbide confiaba en Filisola, y esperaba que poco después la presencia de Vivanco le diera realce a la autoridad mexicana.

15Gracias a la incorporación de refuerzos chiapanecos, cuando la División Auxiliar hizo su entrada en Guatemala sumaba alrededor de 600 efectivos13. Durante la siguiente semana, los choques entre soldados de distinta procedencia cobraron varias vidas, sin embargo la violencia pronto fue controlada y entonces el ambiente se tornó festivo14. Por esos días se conoció la exaltación de Iturbide al trono del Imperio, de manera que las celebraciones y manifestaciones de júbilo a que ello dio lugar enmarcaron el arribo de Filisola15. Tras la aparatosa derrota sufrida en San Salvador, los imperiales “chapines” no tenían más opción que cifrar sus esperanzas en lo que pudiera hacer por ellos el jefe mexicano. Cuando a instancias del Consulado el capitán general solicitó un empréstito para sufragar los gastos de las tropas mexicanas, la respuesta no se hizo esperar, lográndose reunir 29,400 pesos en un par de semanas16.

16 El trato con los imperiales chapines no tardó en influir en la perspectiva de Filisola acerca del conflicto entre Guatemala y las provincias. Si bien al principio había simpatizado con los disidentes, de un día para otro se inclinó abiertamente en favor del bando guatemalteco, argumentando que “los mismos perturbadores del orden” lo habían inducido a formarse previamente un concepto equivocado de las autoridades chapinas17. Es probable que en este viraje haya pesado algo más que un mero cambio de opinión; tal vez, haberse percatado de la prometedora perspectiva que podría ofrecerle a un militar como él, en plena carrera ascendente, la relación con los Aycinenas, Pavones, Arrivillagas y García Granados, cuyos abusos y nepotismo había denunciado ante Iturbide apenas un mes antes18.

17La cooptación de Filisola y su segundo al mando, el coronel Felipe Codallos –quien contrajo matrimonio con una hija del acaudalado comerciante español José Vicente García Granados— constituyó un ventajoso recambio para los imperiales chapines. No sólo se trataba de jefes militares experimentados y ambiciosos, que tanto necesitaban, sino que también Filisola parecía un intermediario idóneo para estrechar sus relaciones con Iturbide, de quien sabían era amigo y antiguo camarada de las campañas contra la insurgencia. El desastre de San Salvador y la bancarrota del erario hacían indispensables los recursos militares y financieros del Imperio para hacer prevalecer la causa guatemalteca.

Vicente Filisola, capitán general

18Como jefe político y capitán general, Filisola se avocó a examinar las principales preocupaciones del Imperio con respecto a Guatemala. Pronto concluyó que para restaurar el orden interior del Reino sería necesario colocarlo de nuevo “bajo su antiguo pie”, metiendo en el redil a las provincias disidentes. En caso de extrema necesidad, creía posible concederles cierta autonomía en la esfera administrativa, pero no en la militar; en este caso proponía que las tropas mexicanas constituyeran una fuerza móvil capaz de acudir en cualquier momento a donde amenazara “el desorden19”. Con respecto al litoral caribeño, expuesto a ataques de piratas, a la “ambición anglicana” y a eventuales intentos españoles de reconquista, consideraba urgente realizar trabajos de fortificación y reforzar sus guarniciones, lo cual costaría medio millón de pesos, que el Imperio no tenía más remedio que invertir si deseaba realmente garantizar su defensa20. Y acerca de San Salvador, si bien al principio confió en alcanzar un arreglo pacífico, terminó cediendo al punto de vista “chapín” y solicitó autorización para someterla por la fuerza.
Ciertamente, Filisola se percató de inmediato que solucionar los problemas financieros de la capitanía sería más difícil que derrotar a los salvadoreños, fortificar el litoral o hacer volver al orden a Chiapas y Nicaragua. En diez meses las provincias disidentes habían dejado de reportar a la tesorería capitalina casi medio millón de pesos, y otros 170 mil habían dejado de recaudarse por la abolición del tributo. En cambio, los gastos administrativos y militares se habían incrementado sustantivamente. Alarmado por la bancarrota del erario guatemalteco le pidió al secretario de Hacienda algunos fondos de emergencia y “ordenes prontas” para que las demás provincias lo auxiliaran “con caudales21”.

19En cuanto a lo primero, resultaba poco menos que imposible, pues las propias arcas del Imperio estaban asoladas. Respecto a lo segundo, el brigadier se enfrentó con la apatía de las autoridades provinciales, quienes pronto se percataron de su contubernio con los aborrecidos “chapines”. Así las cosas, se vio obligado él mismo a hacerse de recursos. Con el ayuntamiento guatemalteco y la diputación provincial trabajó en la búsqueda de mecanismos fiscales para paliar la crisis22. Entre tanto, hizo recaer sobre los imperiales “chapines” sucesivas contribuciones, donativos y préstamos voluntarios y forzosos, exacciones que desde luego representaron un alto costo político para el gobierno imperial23.

20 Durante su gestión gubernativa, Filisola frecuentemente se enfrentó con el ayuntamiento chapín. Por el contrario, con la Diputación Provincial, cuya perspectiva de gobierno tenía alcances muy superiores, logró una buena relación de trabajo. Entre ambos cuerpos privaba una fuerte rivalidad por el control de los asuntos guatemaltecos, y en este diferendo el brigadier se inclinó por la Diputación, la cual él mismo presidía. De manera significativa, las “contestaciones” más fuertes entre el jefe mexicano y ayuntamiento tuvieron su origen en un problema de “dignidades”. Cuando a finales de agosto Filisola dispuso celebrar el onomástico y la coronación de Iturbide, pidió a los ediles ceder al “estamento militar” doce asientos de los que tradicionalmente ocupaban en el sillar de catedral durante las ceremonias. A la hora de la misa, sin embargo, los jefes y oficiales que aspiraban a ocupar dichos asientos resultaron ser más de doce y varios ediles se quedaron sin lugar “con manifiesto desaire”, por lo cual elevaron una encendida protesta. Poco después, al acercarse la fecha de conmemorar la independencia advirtieron que en esa otra función solamente cederían sus asientos a dos militares. Tras un agrio intercambio de notas Filisola aceptó tal restricción, pero esta vez no representó a la División Auxiliar ninguno de sus más altos jefes sino el joven capitán Pedro María Anaya24.

21Ciertamente, ninguno de estos incidentes tuvo mayores consecuencias. Sin embargo, al igual que la resistencia del ayuntamiento a recaudar aquel empréstito, hicieron patente la actitud recalcitrante que privaba en ciertos sectores guatemaltecos, que aún urgidos del apoyo militar mexicano no parecían comprender que ello implicaba asumir un alto costo en numerario y en espacios de poder, en homenajes y prerrogativas. En cambio Filisola conocía bastante bien el papel imponderable que jugaba el ejército en periodos de crisis, y su necesidad de recompensa.

22Si así debió lidiar con sus propios aliados, es posible imaginar los problemas que Filisola enfrentó con las autoridades disidentes, las cuales anteriormente habían estado dispuestas a brindarle un apoyo irrestricto, como en el caso de Chiapas, pero una vez que el jefe mexicano asumió como propias las banderas de Guatemala hicieron caso omiso a sus reiteradas solicitudes de apoyo económico25. Al parecer los agrios reclamos que endilgó a las autoridades provinciales que le escatimaban ayuda no motivaron sino el sarcasmo y la sátira de versificadores anónimos de Honduras y Nicaragua, que de este modo replicaron al jefe mexicano:

23A una que dicen fue diosa
filis con otras deidades
llenaron de banidades
crellendola generosa:
se bolbio tan orgullosa
que todos dijeron —¡ola!
ya te haremos la manola
presumida Guatemala
pues solo filis te iguala
quedate con Filis-Sola26...

La campaña de San Salvador

24Una vez coronado emperador, Iturbide no tardó en modificar su actitud ante el conflicto centroamericano. Así como en México emprendió una tenaz persecución contra sus opositores, también se propuso someter a toda costa a los republicanos salvadoreños. Las instrucciones enviadas a Filisola eran muy claras en ese sentido: la paciencia mexicana llegaba a su fin y era tiempo “que San Salvador decida y seamos amigos ó enemigos… hermanos unidos por amor y conveniencia, ó Provincia conquistada y agregada por la fuerza27.”

25Sin embargo los salvadoreños tenían recursos y valor suficientes para sostener su postura por un largo rato. Su reciente triunfo sobre el ejército chapín los había envalentonado. Amparados en una resolución aprobada el 10 de julio por el Congreso Mexicano, que prohibía expresamente el uso de la fuerza para reducir a las provincias segregadas de Guatemala, en particular San Salvador, propusieron a Filb" id="rfn13063006884c25a9be8a5db">27.â€