Ficha n° 363

Creada: 03 septiembre 2005
Editada: 03 septiembre 2005
Modificada: 11 agosto 2007

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Autor de la ficha:

Carlos Gregorio LÓPEZ BERNAL

Publicado en:

ISSN 1954-3891

“La patria en el corazón”: Las celebraciones de la independencia en El Salvador (1824-1916)

La forma cómo se conmemora un hecho histórico, a menudo dice más del momento en que se celebra que de la efeméride en sí misma. Es decir, los significados atribuidos al hecho varían de acuerdo al momento histórico que se vive. Y a menudo esas variaciones están condicionadas por las desgracias o bonanzas del presente, a cuya sombra se perfilan los rasgos del evento histórico que se conmemora. No es arriesgado decir que en cada conmemoración hay una resignificación del pasado. En este artículo se estudia la manera cómo se ha celebrado la independencia en El Salvador a lo largo del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX. Se pretende demostrar que los cambios habidos en la manera de celebrar la independencia y las interpretaciones alrededor de ella, han estado condicionados por agendas políticas o ideológicas. El pasado se lee a la luz del presente. Pero este tipo de celebraciones también cambian siguiendo las “modas”. A mediados del siglo XX en El Salvador se conocieron las “cheerleaders” estadounidenses y fueron incorporadas a los desfiles del 15 de septiembre, en una versión tropicalizada.
Autor(es):
Carlos Gregorio López Bernal
Categoria:
Inédito
Texto íntegral:

1
Cada año los salvadoreños celebramos el aniversario de la independencia. La manera cómo actualmente y a nivel oficial se celebra esa efeméride motiva desacuerdos. En la capital esa conmemoración ha devenido en dos celebraciones cuantitativa y cualitativamente muy diferentes. Una, que se dado en llamar oficial se realiza en el centro histórico de la ciudad, específicamente la Plaza Libertad. A ella solo asisten altos funcionarios de gobierno, los cadetes de la Escuela Militar y el cuerpo diplomático. Es un acto puramente protocolar, cuyos momentos más trascendentales son la colocación de ofrendas florales al pie del monumento y el discurso oficial que pronuncia el Presidente de la República. Este último cada vez más se reduce a hacer una apoteosis de la libertad, que con tanto ahínco su gobierno promueve y defiende y de los esfuerzos que se hacen para realizar los ideales republicanos y democráticos. Por supuesto la asistencia a este acto está vedada para aquellos que no sean expresamente invitados; es decir no es un acto para el Pueblo, es un acto que este solo puede ver por la televisión.

2La otra celebración, de carácter más popular, es lo que se ha dado en llamar “el desfile”. A este puede asistir todo aquel que esté dispuesto a gozar las bondades del tiempo, o a sufrir sus inclemencias llegado el caso. Es un espacio diseñado para el grueso de la población, en donde los salvadoreños comunes “disfrutan” de un variado espectáculo visual y auditivo: “bandas de guerra” (hoy llamadas de paz), “cachiporristas”, unidades militares que exhiben su poderío bélico y habilidades físicas y castrenses, etc. Lo cierto es que — desde los años de la pasada guerra civil —, el mayor protagonismo lo llevan los militares, cuyo desfile es el más llamativo. Desconcertante forma de celebrar un hecho histórico en el que no hubo necesidad de recurrir a las armas.

3No existe una forma intermedia entre ambos modos de celebración. Las fiestas cívicas en el interior del país son solo variaciones de las de San Salvador, que dependen de la cantidad de recursos disponibles y del entusiasmo de los organizadores. Obvio es decir que ninguna de ellas se interesa por dar a la población algo más que rudimentos de historia, de proveer a los ciudadanos de un conocimiento del proceso que condujo a la independencia, mucho menos de dar una interpretación del significado de ella. Es claro que una conmemoración no tiene por qué convertirse en cátedra de historia, pero no debiera estar tan huérfana de conocimiento histórico, como sucede entre nosotros.

4En este artículo no se hablará de cómo se dio la independencia, sino de cómo se ha celebrado en otras épocas. Y es que la forma cómo se conmemora un hecho histórico, a menudo dice más del momento en que se celebra que de la efeméride en sí misma. Es decir, los significados atribuidos al hecho varían de acuerdo al momento histórico que se vive. Y a menudo esas variaciones están condicionadas por las desgracias o bonanzas del presente, a cuya sombra se perfilan los rasgos del evento histórico que se conmemora. No es arriesgado decir que en cada conmemoración hay una resignificación del pasado.

5Pero esas resignificaciones no cambian arbitrariamente; cambian en función de agendas políticas o ideológicas, por ejemplo, cuando adrede se destaca más el papel que pudo haber jugado un personaje que se acopla mejor al pensamiento o ideología de un grupo de poder. Así sucedió a principios del siglo XX cuando los liberales salvadoreños “elevaron” a Gerardo Barrios a la categoría de héroe nacional1. Igualmente en la década de 1920 se redujo el contenido “centroamericano” de la independencia, dándole un “sentido nacional” para destacar el protagonismo de los próceres salvadoreños2. Asimismo, en la década de 1980, y en la vorágine de la guerra civil, se enfatizó no tanto en la independencia en sí misma, sino en la defensa de la libertad heredada, la cual se decía era amenazada por el “comunismo internacional” y la izquierda rebelde.

6Pero este tipo de celebraciones también cambian siguiendo las “modas”. A mediados del siglo XX en El Salvador se conocieron las “cheerleaders” estadounidenses y fueron incorporadas a los desfiles, en una versión tropicalizada3. Igualmente, el actual repertorio musical de las “bandas de guerra” ha perdido su toque marcial para incorporar versiones de diferentes clases de música, principalmente variaciones tropicales.

Las primeras conmemoraciones y homenajes a los “patriotas”

7En cierta ocasión un estudiante me preguntó cómo se celebró la independencia en 1822, es decir justo un año después de haberse proclamado. Dado que este joven había crecido viendo esa celebración le parecía natural que se hiciera desde un primer momento. Lo cierto es que en 1822 no hubo celebración; más bien hubo aflicciones. Para entonces “sansalvadoreños y vicentinos”, se aprestaban a enfrentar a las fuerzas imperiales de Filísola y a defender con sangre, la independencia que fácilmente habían conseguido un año antes, lucha en la cual tuvieron que enfrentar a sus “hermanos santanecos y migueleños”, aliados al bando imperial4. En lugar de celebrar la independencia, el país estaba inmerso en su primera guerra civil, que enfrentó a partidario de la anexión al Imperio de Iturbide, contra los que quería la independencia absoluta.

8Debieron pasar varios años para que la conmemoración de la independencia comenzara a institucionalizarse. Una de las maneras como se intentó hacerlo fue por medio de decretos para honrar a los patriotas que habían luchado por la emancipación o habían peleado en su defensa. También hubo proyectos para construir monumentos conmemorativos, pero por la escasez de recursos y la inestabilidad política no se llevaron a cabo. El 29 de marzo de 1824, el Congreso constituyente del estado, consideró que era necesario “perpetuar la memoria de los dignos ciudadanos que han sacrificado sus personas he intereses, desde los años de 11 y 14 hasta la época actual, por la sagrada causa de la libertad é independencia de la patria”, para lo cual ordenó formar “un libro, en que se inscriban los nombres de los que murieron en la guerra y los de sus esposas é hijos: los de aquellos que han quedado baldados, heridos, o pusieron sus vidas por la libertad: los que por la misma causa han sufrido prisiones y quebrantos en sus bienes: los de todos aquellos que supieron consolidar y formar la opinión, dirigir á los patriotas por las sendas de la gloriosa libertad5”. El cuerpo del decreto establecía los mecanismos para realizar la inscripción. Nótese que este decreto no se habla de “próceres de la independencia”, sino de “ciudadanos”. Tampoco se individualiza, los ciudadanos son la encarnación del pueblo soberano que lucha por su libertad. Debieron pasar varias décadas para que se “construyera” un panteón de próceres, lo cual obviamente conllevó la eliminación de algunos.

9Durante unos pocos años la Federación pareció ser un proyecto político asequible, pero para la década de 1830 su inviabilidad era evidente. La guerra civil se adueñó de la región, sin que fuese posible llegar a un acuerdo. Once años después de la independencia, el legislativo dio un decreto que mandaba levantar una columna con los nombres de algunos ciudadanos beneméritos; “y en su extremó superior contendrá en letras de oro esta inscripción: “murieron por la libertad y el orden los ciudadanos Jefe Supremo José Antonio Marquez y Coroneles José María Gutiérrez y José López de la Plata6.” A los familiares se les daría, durante un año, los sueldos de que disfrutaron los homenajeados, “tan luego como lo permitan las circunstancias apuradas del erario”. La columna nunca se levantó, y lo más seguro es que tampoco se pagaron los sueldos prometidos.

10Vale señalar que los méritos de estos individuos no fueron ganados en las luchas independentistas, ellos murieron en las primeras guerras federales. Y es que al fragor de esas guerras fraticidas, se comenzó a homenajear a los vencedores de las batallas libradas. Así, el 21 de mayo de 1839, se dio un decreto “sobre distintivo de honores y reconocimiento al General y ejército vencedor en las acciones de las Lomas y del Espíritu Santo7.” Obviamente los agraciados eran Francisco Morazán y sus oficiales. Esta práctica continuó cuando la Federación colapsó, pero esos homenajes no trascendieron.[8] Hacia mediados del XIX ya era evidente que las conmemoraciones cívicas más importantes serían las de la independencia.

Celebraciones del aniversario de la independencia a mediados del XIX

11Para mediados del XIX, la conmemoración de la independencia se estaba institucionalizando. Cada 15 de Septiembre, los oradores tornaban al tema de la emancipación política, la soberanía y la libertad, pero sus discursos tenían un tono de desencanto. Aunque preferían omitir referencias a las guerras fratricidas, sus discursos dejan entrever que siempre las tenían en mente. La documentación disponible permite hacerse una idea de cómo se conmemoraba la fiesta patria en la capital y en el interior del país.

12El año de 1854 fue muy difícil para el país. Un terremoto destruyó la ciudad de San Salvador, obligando a trasladar la capital a Cojutepeque; en consecuencia las fiestas de independencia más importantes se celebraron en esta ciudad. Siguiendo la tradición se dio una misa y concierto con banda. En el Salón principal del Gobierno se leyó el acta de independencia y el Ministro Ignacio Gómez pronunció su discurso. Durante el almuerzo hubo varios con variadas dedicatorias; por la “prosperidad del Estado y de los demás de Centro-América, por esa política moderada que atrae el progreso sin violencia y la libertad sin excesos, por la heroica defensa que de la civilización y de la libertad hacen actualmente la Francia y la Inglaterra en el antiguo mundo, por el señor Presidente, por el Ilustrísimo Sr. Obispo, y en fin, por la política adoptada por el Gobierno, como la más conveniente y adecuada a nuestras actuales circunstancias9”.

13El almuerzo terminó a las cuatro de la tarde y a las cinco, autoridades y vecinos principales, se reunieron nuevamente en el edificio del Gobierno, “pasando a las casas consistoriales, en donde estaba preparado un carro, en que se había figurado un elevado monte, en cuya cima había un árbol y debajo de él aparecía el acta de Independencia sostenida por dos niños, sable en mano, con uniforme y divisas de capitanes.” Esta descripción da una idea de cómo la simbología de la Revolución Francesa y las alegorías patriótico-militares eran incorporadas a las celebraciones. Una estuvo todo listo, la numerosa comitiva inició la marcha por las principales calles, siendo precedida por el carro alegórico, “a cuya retaguardia marchaba un batallón entero con su música a la cabeza y bandera en el centro, y al bajar por la calle de San Juan, presentaba tan magnífico golpe de vista”. Una vez que llegaron a la plaza, “henchida de una inmensa muchedumbre, contramarchó a la ciudad, siendo notable la precisión con que la fuerza ejecutó allí diversos cambios de formación entre el humo de los cañonazos10.”

14El entusiasmo aún duró para el día 16, cuando se realizó un baile, “que fue concurridísimo y digno, bajo todos los aspectos, del glorioso suceso que se conmemoraba. Terminó a las cinco de la mañana siguiente. El salón espléndidamente adornado, la orquesta, los trajes de los concurrentes, la mesa y la animación fueron lo que debía de esperarse.” Es posible que el entusiasmo patriótico del editor exagerase un poco las imágenes, aún así es claro que estas fiestas tenían un sentido mucho más popular y democrático que las actuales, en tanto que autoridades, vecinos principales y población en general, compartían las mismas actividades, en el mismo espacio.

15Pero también había celebraciones en los pueblos y ciudades del interior. En la sesión del 13 de Septiembre de 1845 de la municipalidad de San Vicente, se informó haber recibido una nota de la gobernación que instaba a que el 15 de septiembre, “se celebre con las mejores demostraciones de júbilo y alegría que se pueda”; a tono con la recomendación se acordó, “se sacarán del fondo 15 pesos que importa el presupuesto formado por la corporación, comisionándose al secretario sr. Domingo Zayas para la distribución del dinero y el acopio de lo que debe comprarse.” Se aclaraba además que la corporación municipal no asistiría en pleno a los actos, “por tener sus uniformes fuera de la ciudad con motivo de la invasión de Honduras11 “.Y es que la ley establecía que los munícipes debían ir a los actos oficiales “vestidos uniformemente de frac, pantalón, chaleco y sombrero negro”.

16Hacia la década de 1860, las fiestas de la independencia en los pequeños pueblos del interior costaban entre 10 y 15 pesos. Pero las ciudades más importantes, como Sensuntepeque, Santa Ana y Ahuachapán podían gastar de 30 a 40 pesos12. Las variaciones de los gastos dependían tanto de la disponibilidad de fondos, como del “espíritu cívico” de la corporación municipal. Ese dinero se usaba para cubrir gastos como: pólvora —que podía usarse en las salvas de artillería, donde había cañones disponibles —, o simplemente para los fuegos artificiales que se quemaban en la noche del 15. Asimismo se pagaba la “banda” de música, la misa, se mandaba a hacer gallardetes y se pagaba el licor de los brindis.

17En 1852, Venancio Salazar, alcalde de Ahuachapán informaba que siguiendo las instrucciones recibidas, celebraron la independencia “con todo el entusiasmo que caracteriza a un pueblo libre”. Por la mañana hubo corridas de toros y un acto en la escuela en donde se pronunciaron discursos, “uno por el preceptor y otro por uno de los niños, de los que he pedido copia para remitirlos a esa gobernación… el mismo día por la tarde se volvieron a reunir las autoridades, personas más notables y mucha parte de este vecindario para salir al paseo, que se verifico llevando en medio la acta de independencia y la bandera del Estado, en cuyo tránsito se repitieron vivas al Supremo Gobierno, en la noche del 15 se iluminaron las calles, y habiéndose colocado en el estrado principal el acta de independencia se brindó á todos los concurrentes con una mesa de licores, permaneciendo la música hasta después de las nueve13 “.Corridas de toros, iluminación de calles, licores y baile, seguramente fue una celebración muy alegre y muy “liberal”, dado que no se informó de haber celebrado el Te Deum, que por entonces aún era de rigor. Es que Ahuachapán tenía fama de liberal y anticlerical.

18Por el contrario Sonsonate, era muy católica y apegada a la tradición. El discurso que pronunció don Florencio Orellana, en la celebración de ese mismo año, tenía un tono muy tradicional. En el exordio hizo alusión a los “infortunios” que el país había sufrido en su corta existencia, cuya causa señalaba claramente: “la desmoralización de los Pueblos que comenzó poco después de nuestra emancipación política”. Pero ese relajamiento moral fue producido del “escepticismo relijioso, legado funesto que nos dejó la filosofía del siglo pasado, [que] tuvo en la generación que nos ha precedido, los más perniciosos efectos. Él destruyó las virtudes domésticas, origen de las virtudes sociales. Él quitó al Pueblo el freno saludable de la religión, sin que pudiera sustituirle con el de la razón”. Y es que Orellana resentía aún el anticlericalismo de los primeros años de la Federación, que él consideraba rayano al ateismo y proclive al vicio y las pasiones. “Doquiera que se siente el impío principio de ‘No hay Dios’, allí se destruye de golpe el orden moral: allí se le dice al hombre, nada el lícito, nada es ilícito; no hay virtud ni vicio; nada hay honesto ni deshonesto… Los resultados de tan escandalosas doctrinas, jamás podrán ser otros que los desórdenes, las venganzas y la disolución de la sociedad14”.

19Las valoraciones de la independencia que para mediados del XIX se hacían en los círculos intelectuales y políticos eran ambiguas. A veces se celebraba la libertad, y se condenaba el “oscurantismo” colonial. Algunos incluso se lamentaban del sufrimiento y explotación de los indígenas a manos de los españoles. Otros trataban de ser más ecuánimes y si bien reconocían tales excesos, también ponían en la balanza los “bienes recibidos de España”; lo que más se destacaba era la “religión más pura y sublime” y la lengua de Cervantes.

20Sin embargo, llegada la hora de tocar el sistema político el desencanto era evidente: había muy poco que celebrar. La Federación fue un sueño truncado; las políticas liberales y progresistas de los primeros años encontraron fuerte oposición en los pueblos y los indígenas, y las elites dirigentes fueron incapaces de darle al pueblo la dicha que le prometieron. Esteban Castro, destacado político vicentino, trató de explicar ese fracaso en su discurso pronunciado el 15 de septiembre de 1855, en San Vicente: “Pero seducidos por doradas teorías creímos que con un fiat de nuestra boca, quedaría la nación organizada y regida perfectamente, afianzado su reposo y prosperidad, y dimos la constitución de 1824. Al descanso y la prosperidad que esperábamos sucedió la inquietud y la guerra15”. Para mediados del XIX, algunos políticos ya eran conscientes de que “Las cosas jamás se han amoldado a las instituciones, las instituciones por el contrario tienen que amoldarse a las cosas y al desconocimiento de esta verdad debemos todas nuestras desgracias”. Este era un tácito reconocimiento de que el radicalismo de los primeros años había provocado rechazo. Es por eso que Castro decía que las instituciones tienen que estar en “íntima relación y exacta armonía con las costumbres y necesidades de un país, pues toda constitución que no está en concordancia con ellas, lejos de ser útil, es altamente perjuiciosa, según dijo un célebre escritor francés16.”

21A tono con las anteriores reflexiones, un editorial de la Gaceta de julio de 1851, decía: “uno de los mayores obstáculos que han encontrado las instituciones liberales, es el ardor inconsiderado de los demagogos de querer en un día cambiar la faz de las cosas que el tiempo tiene establecidas. Esta parte flaca del liberalismo es constantemente bien esplotada por los retrógrados, quienes diestramente provocan y precipitan las medidas como el medio más seguro de hacerlas fracasar… El movimiento es el alma del universo y el emblema de la libertad, así como la quietud es el símbolo de la muerte y la enseña del despotismo. Pero el movimiento que da vida es el movimiento regularizado, no el irregular ni el compulsivo17.” Es decir, para la década de 1850, en El Salvador se tendía a atemperar el liberalismo. Exceptuando los gobiernos de Doroteo Vasconcelos y Gerardo Barrios, entre 1850 y 1870, la tendencia fue buscar un desarrollo institucional pausado, acorde con la “naturaleza de los pueblos”.

22Por otra parte, no debe olvidarse que las efemérides patrias también pueden aprovecharse para elevar la imagen de los gobernantes. Esta es una práctica que aún subsiste. En los discursos presidenciales del 15 de septiembre, generalmente se habla de la situación actual del país, de los adelantos obtenidos o de los que se trata de lograr, de tal manera que el gobierno pueda presentarse como digno heredero de los próceres nacionales. Gerardo Barrios se distinguió precisamente por usar las fiestas oficiales para promover y afianzar su imagen de hombre público. Con mucha imaginación, y con el apoyo de sus allegados, logró superar la escasez de recursos mediáticos e hizo sentir su presencia, real o simbólica, en cuanto pueblo estuvo a su alcance.

23El año de 1861 fue crucial en la vida política de Barrios. Después de una serie de maniobras políticas había anulado a la oposición, también consiguió que una asamblea legislativa absolutamente incondicional le diese 23 facultades extraordinarias (la mayoría pasaba por encima de la constitución) y además logró que el periodo presidencial se extendiera a seis años, siendo él el primer beneficiario. Pero se pretendía ir más allá. El 19 de agosto de 1861, Fabio Morán, residente en Ahuachapán y fiel aliado del caudillo, informaba que para las solemnidades del 15 de Septiembre pensaban colocar en la Sala Consistorial el retrato Barrios y hacer una declaración política, proclamándolo “Presidente Vitalicio”. Teodoro Moreno, gobernador de Santa Ana y también amigo de Barrios, consideró que tal acción no era oportuna, y se debía esperar a ver “como se recibe la reelección, para determinar si dentro del mismo período, se adopta ó no, otra forma de gobierno18”. Moreno no se oponía a que Barrios continuara en el poder; de hecho la reelección de que habla se hubiera dado en 1865, pero consideraba que una presidencia vitalicia, podía ser muy mal vista por la población.

24Aún así las fiestas patrias fueron aprovechadas para homenajear a Barrios, en varios pueblos su retrato fue puesto en un dosel, con la constitución y los códigos al lado, recibiendo honores de los cuerpos militares, las corporaciones municipales y los vecinos. En 1862, Miguel Saizar, gobernador de Sonsonate, aprovechó las fiestas patrias para practicar los exámenes públicos en las escuelas de niños y niñas, “en cuyos actos se ha tributado a S. E. los encomios más justamente merecidos por la protección que ha dado a la enseñanza pública a favor de uno y otro sexo.” Agregaba que en todas las demás poblaciones se ha hecho lo mismo, salvo Nahuizalco; donde habían diferido los actos para el día domingo 21, para