Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica

1Al igual que en un estudio anterior (1984a), el énfasis de esta obra está en el
análisis comparativo, en esta ocasión realizado en relación con las comu­nidades indígenas de Chiapas, Guatemala y El Salvador en el siglo XVIII. El autor hace un excelente uso de la visita del arzobispo Pedro Cortés y Larraz para establecer que, en 1770, tres de cada cuatro habitantes de la Diócesis de Guatemala (la cual incluía todo el territorio que actualmente constituye la República de Guatemala y las regiones occidentales de El Salvador, pero no incluía Chiapas) eran considerados como indígenas, 279,530 personas en total. Uno de cada cuatro era considerado español o bien miembro de lo que Solórzano Fonseca denominó “población mestiza”, 95,984 personas en total. No está claro si este último término se utiliza en la forma en que Martínez Peláez (1970) lo empleó, es decir, tomando en cuenta todas las mezclas de razas, incluyendo personas de ascendencia africana, forma que de hecho fue la disposición del Arzobispo. En el altiplano occidental de Guatemala apare­cen densas concentra­ciones de población indígena, de entre 80% y 90% o más. La población de las áreas orientales y costeñas era entre un 44% y 73% indígena, con excepción de San Antonio Suchitepéquez (88%). Esta última área aparentemente no participó en el desarrollo económico durante el siglo XVIII. Por ende, la composición demográfica de Solórzano Fonseca, en su mayor parte, encaja con la división étnica observada y comentada por MacLeod (1973), van Oss (1986) y Lutz y Lovell (1990).