Ficha n° 2222

Creada: 10 julio 2009
Editada: 10 julio 2009
Modificada: 10 julio 2009

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Autor de la ficha:

Georgina HERNÁNDEZ RIVAS

Editor de la ficha:

Marta Elena CASAÚS ARZÚ

Publicado en:

ISSN 1954-3891

David J. Guzmán: la institucionalización del discurso racista en las elites simbólicas del poder.

Este artículo busca analizar los mecanismos de reproducción de los discursos racialistas y racistas de un representante de la élite intelectual salvadoreña de finales de siglo XIX: David J. Guzmán, médico y naturalista que por sus méritos profesionales desempeñó cargos políticos y de administración pública enfocados hacia la regeneración social, frente al atraso de la población indígena. Hacia los indígenas dirigió una serie de políticas de saneamiento moral, propias del pensamiento liberal, que buscaban el progreso en un período de configuración del Estado-nación. El artículo trata de mostrar las diversas formas de legitimación de ese tipo de discursos, a través de este intelectual orgánico que tuvo una fuerte incidencia en la vida política y cultural de El Salvador.
Texto íntegral:

1

Introducción

2Este trabajo surge como parte de las discusiones sostenidas en la materia el Discurso Racista, impartido por Beatriz Urías y Marta Casaus, donde se habló de algunos conceptos como eugenesis y degeneracionismo, relacionados con el pensamiento racialista de finales de siglo XIX y principios del XX y sus los principales pensadores, así como con las formas que adquirieron estas ideas en Latinoamérica. Se habló del proyecto mestizofílico sobre el cual se construye el México pos-revolucionario bajo las ideas de La Raza cósmica de Vasconcelos, quien, retomando lasél ideas eugenésicas, integra al indígena en una sola categoría étnica: la mestiza. Bajo ese contexto discursivo, se buscó representantes de este movimiento en el contexto salvadoreño, centrándose en el fin del siglo XIX, un periodo de grandes cambios dentro del proceso de construcción del Estado-Nación, definido bajo las influencias liberales.
Se buscaba realizar un análisis de las notas de Carl Hartman, un etnógrafo sueco que realizó su estancia de investigación entre 1886 y 1889 en El Salvador1, para observar las influencias racialistas que pudo traer consigo al realizar su trabajo de campo, y comparar su trabajo con la visión de los intelectuales de ese período. Se trata de personaje poco explorado como intelectual de élite David J. Guzmán , médico, naturalista, explorador y burócrata, y una figura política importante, cercano a las más importantes leyes liberales como la abolición de las tierras ejidales, así como a la fundación de diversas instituciones científicas, como el museo nacional que actualmente lleva su nombre.

3La comparación de ambos personajes surgió de la coincidencia en su labor científica como naturalistas y de su trabajo ligado al quehacer de los museos y la labor científica que ejercían. Pero pronto la figura de David J. Guzmán fue revelando el poder que tenía, al transgredir los ámbitos de la academia y la investigación científica, llegando a ejercer cargos públicos en ministerios y adquiriendo un amplio poder político como diputado ante la asamblea constituyente de finales de siglo XIX. Fue así que decidí investigarlo como miembro de la élite que contribuyó a construir una imagen del indígena con ideas racialistas y regeneracionistas propias de su época, representación tuvo gran impacto real ya que Guzmán jugó un papel activo en la toma de decisiones y en el ejercicio de políticas directas en la instrucción pública.

4Así para el presente trabajo utilizaré las propuestas teóricas y conceptuales sobre discurso racista y élites simbólicas desarrollado por Teún Van Dijk, quien reflexiona sobre el poder de las élites intelectuales como gestoras de un capital simbólico con poder para difundir o atajar discursos racistas. Estas tienen acceso privilegiado para volver su discurso un discurso público, por ser las principales detentoras de los mecanismos de difusión de las ideas a través de los medios de comunicación, los libros de texto o la divulgación de leyes. El objetivo central de este trabajo será mostrar las formas en que el discurso de David J. Guzmán se legitima: saber de quién habla, para quién habla, desde dónde habla, y de qué forma sus ideas son difundidas y puestas en práctica. Se intenta mostrar el ejercicio del poder en tanto dominación de los espacios discursivos y de acción concreta por parte de las élites simbólicas. Una tabla recopilatoria de los cargos públicos y las labores investigativas realizadas por David J. Guzmán muestra el espectro de su influencia en diversos ámbitos socioculturales del país. En primer lugar describiré la figura de David J. Guzmán, elaborando un breve esbozo biográfico, luego me referiré a sus ideas de las razas en El Salvador para observar la visión de este intelectual frente al “problema del indio” y su integración al proyecto de Estado-Nación.

5La principal fuente consultada es una reciente recopilación de sus obras escogidas2: allí se recogen investigaciones sobre geología, sismología y mineralogía; etnología y arqueología; ecología, fauna y botánica; ciencias del progreso y educación.

Las élites frente al proyecto de modernización

6El Salvador de mediados de siglo XIX se encontraba sumido en una serie de conflictos nacionales y regionales, marcados por el caudillismo. Tras la disolución de la Unión Centroamericana y la derrota del morazanismo de 1842, los estados centroamericanos comienzan a construir sus ideales de naciones independiente. En El Salvador como en el resto del istmo surgen divergencias entre los que luchan por imponer su visión. Estas pugnas entre conservadores y liberales se prolongan hasta 1881 cuando los segundos llegan al poder e imponen una serie de leyes basadas en el progreso y la modernización del Estado.
Durante ese período el añil, principal producto de explotación, confirma el declive registrado a finales del siglo XVIII, y es sustituido por el cultivo del café que se volvió la base de la economía como principal producto de exportación que consolidó una naciente élite que se vio favorecida con las leyes liberales de abolición de tierras ejidales y comunales dictadas por el Presidente Zaldivar en 1888. Las comunidades indígenas y ladinas se ven despojadas de sus tierras y otros actores sociales recrean nuevas relaciones de poder y dominación Así se refuerzan en el ámbito local las relaciones entre patronos de hacienda y los jornaleros (indígenas y campesinos despojados de tierra). Los conflictos en relación a la transición de un sistema de tierras comunales a una privatización, se traducen en tenciones locales a nivel de municipios, manifestadas en una serie de conatos de violencia entre los indígenas y ladinos, generando una brecha de dominación de unos sobre otros. Mientras, en los centros urbanos los deseos de modernización se traducían en visibles cambios en el acceso y mejoras en las vías de comunicación y saneamiento de las instituciones gubernamentales. Los centros urbanos se ven modificados con grandes edificaciones que mostraban el auge económico de la élite cafetalera que miraba a Europa como un referente cultural. Este referente cultural Europeo abrió las puertas a inversionistas ingleses, franceses y estadounidenses para llevar a cabo proyectos de modernización urbana en el país. Las elites locales configuraban sus imaginarios en parte en torno a estos modelos de progreso; buscan como referente de formación académica los centros universitarios de Europa, principalmente Francia como es el ejemplo de David J. Guzmán ,. Estos intelectuales se convierten en los rectores morales de los ideales liberales. Su formación académica se volvió fuente de meritocracia para acceder a cargos públicos en ministerios y otras entidades, además de unir su pensamiento académico y profesional al ámbito político, en tanto observaban una forma directa para establecer sus ideales de progreso.
Vemos entonces como al lado de la élite económica, una élite de intelectuales liberales influenciados por el pensamiento ilustrado, van tomando fuerza como pensadores de la nación en términos de progreso donde las ideas racialistas comienzan a influir en la forma de pensar la nación y sus actores. La formulación y configuración de la nación – bajo la visión de esta élite intelectual – basa muchos de sus argumentos a partir de las ideas del positivismo racial de esa época, desde las cuales se fusionan jerarquías sociales producto de las relaciones capitalistas y las valoraciones racialistas a las que eran adscrita los actores según sus rasgos fenotípicos, donde la categoría del blanco era ubicada en el peldaño mayor permitiéndole un ejercicio de poder y dominio frente a las “razas inferiores”, mestizos, indígenas y negros en ese orden. Las ideas racialistas entran a América Latina a mitad del siglo XIX como una oferta intelectual del pensamiento europeo que se instala en esta región a partir de la llegada de algunas misiones científicas, como la de los franceses en México, que fueron portadores del pensamiento monogenético y poligenético, la teoría lamarckiana y las teorías sobre la degeneración racial3, o a través del acceso a la formación educativa de elites intelectuales locales en universidades europeas, principalmente francesas.
El pensamiento racialista proviene esencialmente de “raciologos” de origen francés y alemán, cuyas ideas sobre la raza se fundamentan en un darwinismo social sobre la cual articulan diversas teorías en torno al degeneracionismo y eugenismo4. Así a lo largo de ese periodo el discurso político y social de las élites atribuían el atraso y las dificultades para alcanzar el progreso a determinantes morales inherentes a las razas. Estas ideas circularon hasta entrado el siglo XX, lo que permite observar, como menciona la historiadora Beatriz Urias “una visión cada vez más sistemática acerca del peso del factor racial en el «progreso» de las naciones5”. Pero aunque las ideas racialistas no siempre se traducen en racismo, si lo son cuando sobre estas ideas de diferenciación racial generan valoraciones negativas, y se ocupan para generar jerarquías de dominación en detrimento del otro, que permiten la exclusión del goce pleno de derechos de los individuos. Y es en este período liberal donde la socióloga Marta Elena Casaús Arzú observa una metamorfosis en el racismo, en relación al racismo del período colonial que era de tipo socio-racial6. Así menciona que “es allí donde el racismo empieza a operar como racialismo, valorando las diferencias biológicas y raciales, en lugar de las diferencias culturales o sociales. El imaginario racista se modifica sustancialmente por la influencia del liberalismo, el positivismo y el darwinismo social y empieza a operar como un fuerte mecanismo de diferenciación política y social, al producirse la transición de una sociedad de casta a una sociedad de clases, de un estado corporativo estamental a un estado constitucional basado en la igualdad entre los ciudadanos y ante la ley, donde se hacía necesario crear nuevos mecanismos que permitieran mantener la diferencia como desigualdad, la desigualdad como discriminación y esta como explotación7”.

7Es en este contexto que podemos observar bajo qué premisas se redefine la carga simbólica con que el indígena entra en la construcción del Estado-Nación, una carga simbólica que sirvió para afianzar estereotipos de bárbaro, haragán y retrasado que le definirán y excluirán frente al modelo de nación cívica y civilizada en que era pensada la nación. En esta construcción es importante el papel que juegan las élites simbólicas que configuraron la idea de nación en tanto su papel en la articulación y circulación de discursos y políticas frente a los grupos étnicos, especialmente los indígenas. Conocer los valores bajo los cuales veían a los grupos sociales es importante sobre todo porque estos intelectuales no solo se adscribieron al ámbito académico sino también tuvieron injerencia directa sobre las políticas que afectaron a este grupo.

El racismo en El Salvador: un acercamiento teórico

8A manera de antecedentes sobre trabajos que aborden la temática del racismo desde el ámbito académico actual en El Salvador nos encontramos con un panorama desértico. Pareciera ser que la visión oficial sobre la homogeneidad cultural bajo la cual se define la sociedad salvadoreña permeara aún los ámbitos académicos de investigación. Sin embargo el aporte de algunos historiadores contemporáneos que han revisitado la historiografía nacional, a la luz de nuevas teorías sobre etnicidad y movimientos sociales han develado importantes visiones sobre hechos y actores sociales antes negados e invisibilizados. Así son importantes las nuevas visiones sobre la participación indígena en la insurrección de 1932 y la posterior masacre de más de 10 mil indígenas en el occidente y centro de El Salvador plasmados en el documental “1932, cicatriz de la memoria” (2001), ya que brinda testimonios de sobrevivientes que develan la carga racista de parte de la élite local frente a los indígenas y la política genocida del gobierno en turno frente al levantamiento. Así el tema étnico y la persistencia de las comunidades indígenas a pesar de la abolición de las tierras ejidales y comunales, ocupa preponderancia en las recientes investigaciones8. Aunque, aún queda pendiente un análisis del papel de los discursos racistas bajo los cuales se apeló la matanza. La divulgación del video documental en las comunidades que sufrieron la masacre, se ha vuelto un instrumento para sacar a la luz el tema del racismo en El Salvador. La masacre de 1932 así como la abolición de las tierras ejidales se vuelven un argumento sobre el cual se sostiene que el país arrastra una discusión pendiente sobre las formas de ejercicio del racismo. Hoy día se traducen en la exclusión y la carga peyorativa de la adscripción étnica indígena y la negación ante la idea de considerarse como un estado en el cual conviven hoy grupos étnicos que se autodefinen y son definidos por otros como indígenas. Esta actual negación del “otro” lleva al ejercicio del racismo en tanto excluye al grupo minoritario de su autoafirmación, por tanto, estamos actualmente frente a un racismo de Estado que por demás conlleva al ejercicio del racismo en diferentes niveles. Muchos de los testimonios de terratenientes y ladinos, rescatados en el documental, se fundan en la idea de progreso y superioridad racial del blanco y el mestizo frente al indígena, ideas fundadas a finales del siglo XIX con la llegada del pensamiento racialista. Por tanto, el conocimiento del período previo a la masacre se vuelve importante, sobre todo, la forma en que las ideas se divulgaron.

9Ante este panorama retomo la propuesta de abordaje sobre el racismo y las élites de Teun Van Dijk además de otros ensayos donde relaciona el poder y la dominación al análisis del discurso racista9. El autor discute sobre el papel que juegan las élites simbólicas en tanto difusoras de discursos racistas y políticas que atañen a las minorías o grupos étnicos. Adjudica a este grupo élite un papel fundamental tanto en la reproducción como en la resistencia contra el racismo ya que el discurso puede ser en primera instancia una forma de discriminación verbal. Para Van Dijk , la relación entre discurso y poder es crucial en la dominación discursiva, ya que el poder social es el control que un grupo o institución ejerce sobre otras personas. Este poder puede ser coercitivo, o sea el control físico sobre el cuerpo, o discursivo, o sea control moral. El poder discursivo es el control directo de las mentes de otras personas e indirecto de sus acciones. Por lo tanto, comprender el poder del discurso es lo mismo que comprender cómo éste afecta las mentes de las personas. Ligado a las ideas de Van Dijk sobre el discurso y el poder el filosofo Michel Foucault pregunta “(…) cómo y mediante que mecanismos hemos sido configurados en nuestros pensamientos, en nuestros cuerpos, ritmos y gestos; en nuestros afectos, sentimientos y sensaciones; con qué formas se elaboró nuestra sensibilidad. Su intento de respuesta tendió, más que a descubrir lo que somos, a rechazar el tipo de individualidad que nos han impuesto desde siglos10 (…)”. Centrará así sus estudios sobre la sociedad disciplinaria con sus mecanismos de control sobre la moral rectora de toda sociedad, sus estudios sobre las cárceles y el papel de la familia y la educación son una muestra del espectro de instituciones que moldean al sujeto ciudadano. Foucault se refiere a los saberes tecno-científicos, que considera “la nueva episteme de la razón técnica que orienta el orden del poder político establecido en las sociedades capitalistas y sus relaciones de producción; que permite que las relaciones sociales giren sobre un centro de poder hegemónico”[11]. Aquí las elites con su capital simbólico de conocimientos científicos juegan un papel importantes en tanto generadoras de un discurso académico que es legitimado a partir del grado meritorio que le cobija. Por su parte Van Dijk observa que la fuerza de las ideas de estos pensadores recae en la capacidad de volver público un discurso hasta diseminarlo y transformarlo en cogniciones sociales que permitirán la representación social.

Discurso racista y élites simbólicas

10En su libro sobre las elites intelectuales la sociologa Marta Casaús Arzú estudia la emergencia de los intelectuales como grupo social entre finales del siglo XIX y el XX, y su papel como conductores o rectores de la vida nacional12. Así resaltan algunas figuras como Salvador Mendieta, Wyld Ospina, Alberto Masferrer, entre otros, quienes cumplieron un papel decisivo en la formulación de un discurso estructurado y coherente acerca de la identidad nacional. Unido a este trabajo se encuentra también un estudio sobre las redes de poder económico y social que la misma autora desentraña en un completo estudio sobre las 22 familias más poderosas de ese país y su influencias en la estructura del poder en Guatemala, que les viene desde su linaje, ya que cuatro de estas familias proceden del grupo inicial de conquistadores, y controlan en la actualidad la mayor parte de la industria, la agroexportación, las finanzas y el comerció internacional13. Frente a este antecedente se quiere evidenciar la importancia del estudio de las redes intelectuales; pero vale mencionar, que solamente se abordara el papel de un personaje perteneciente a una red de intelectuales; por tanto si será de vital interés, el poder del discurso de este individuo como parte de una elite intelectual del cual se desprende toda una red de engranaje con las élites económicas que se ven favorecidas con su discurso de progreso y por tanto lo legitiman al otorgarle méritos para ejercer cargos públicos.

11En primer lugar quiero definir el concepto de elite que Van Dijk retoma de Mills y Domhoff: las elites de poder son aquellas que concentran una cantidad desproporcionada del poder económico, político y social en su sociedad y poseen la capacidad para hacerse obedecer y para que se cumpla su mandato por medio del consenso. Para Van Dijk son elites blancas: los políticos, los catedráticos, los editores, los burócratas etc., que ejecutan y condonan muchos de los actos racistas sutiles u obvios14. El autor agrega que “en realidad el poder de las élites también se define por su acceso privilegiado a varias formas de discurso público, y por ende, por el control que ejerce sobre el consenso étnico, que a su vez, sustenta el predominio europeo y blanco sobre las minorías étnica15”. Bajo esta aseveración de dominio del discurso público, se sostiene que las élites son mayoritariamente responsables de la reproducción cognitiva o ideológica del racismo. El concepto de élite simbólica utilizado por Van Dijk es retomado de la idea de capital simbólico de Pierre Bourdieu, que no tiene que ver con el poder económico directo, sino con formas indirectas de ejercicio de poder que pueden llegar a tener un efecto notorio sobre las mentes de otra élites, especialmente las económicas y las políticas. Este poder simbólico es relacionado por Van Dijk a un control desde el ámbito de las palabras y las ideas “sobre las cuales se establecen y mantienen un conjunto de normas y de los valores a través de la adquisición y el cambio de los saberes y de las actitudes sociales. Es sobre esta misma base simbólica que las élites y sus miembros adquieren su estatus (atribuido): en otras palabras, sobre una representación socialmente compartida de su alta posición en la sociedad16 (…)”.

Fundamentalmente, la reproducción del racismo sirve para mantener el poder del grupo blanco. Así el racismo “presupone la construcción social de la diferencia étnica o racial que sirven para forjar asociaciones elementales de inclusión o exclusión de un grupo17 (…)”. La importancia del aporte de Teun Van Dijk, como analista del discurso es la relación que observa entre discurso y poder, en tanto genera relaciones de dominación discursiva a través del poder social que tiene que ver con el control que un grupo o institución ejerce sobre otras personas. Dicho poder no es personal ni individual, sino social, cultural, político o económico18 . Por otro lado, a Van Dijk le interesaran las formas de reproducción social del pensamiento racista de estas élites ya que de ello dependerá la continuación de las mismas estructuras a partir de procesos activos que permitan la continuidad de las normas y valores culturales. Aquí cobra importancia los mecanismos sobre los cuales se diseminan esas ideas, así los periódicos, libros de texto, discursos parlamentarios serán un buen referente para este fin. Los medios sobre los cuales se institucionalizan los discursos son importantes, mucho más cuando estos se ligan a instituciones disciplinarias de las que hablaba Foucault, porque permite observar como normales ciertas actitudes, llegándolas a asumir como representaciones sociales que quedan legitimadas a partir del capital simbólico que pueden llegar a tener quienes las ejercen, en este caso académicos o burócratas. Así el estudio discursivo de las élites simbólicas, requerirá no solo de analizar sus estructuras y sus respaldos cognitivos, sino también de examinar algunas características del contexto social del discurso, tales como quiénes son sus hablantes y escritores, y a través de mecanismos legitiman su discurso.

David Joaquín Guzmán el hombre tras la institutcionalizacion del discurso

12David J. Guzmán, nació en el seno de una familia de políticos y terratenientes añileros de San Miguel, hijo del General Joaquín Eufrasio Guzmán quien fuera Presidente de la República por un corto período, marcado por guerras intestinas por el restablecimiento del control regional bajo las ideas morazánicas de unionismo. Realizó la totalidad de sus estudios en la ciudad de Guatemala donde adopta los principios básicos del pensamiento liberal europeo. Se gradúa como Doctor en Medicina en París. Demostró un espíritu inquieto por llevar a la práctica los conocimientos adquiridos, para hacer útil la ciencia. En ese afán regresa a El Salvador a ejercer sus conocimientos. Mientras que el despliegue de su vida profesional como académico, investigador, burócrata y político:

13“coincide con el período historiográfico delimitado por las reformas liberales de los años setenta y ochentas del siglo XIX, y los años previos al inicio de las d