Ficha n° 2202

Creada: 08 junio 2009
Editada: 08 junio 2009
Modificada: 21 septiembre 2009

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Autor de la ficha:

Maria Odette CANIVELL ARZU

Editor de la ficha:

Marta Elena CASAÚS ARZÚ

Publicado en:

ISSN 1954-3891

El poder de la pluma: los intelectuales latinoamericanos y la política

Los intelectuales latinoamericanos se sienten orgullosos de la denominación de clase. El poder de los “letrados” en Latinoamérica proviene de una larga tradición en la cual la casta intelectual participa activamente en el foro político de la nación. A diferencia de sus colegas en Europa o Estados Unidos, constreñidos por subsidios estatales a la profesión y las ventajas económicas de pertenecer a sociedades donde la labor intelectual es pagada por el estado, los intelectuales latinoamericanos son “agentes libres” subsistiendo independientemente de universidades y foros culturales con patrocinios económicos provenientes de fondos públicos. Precisamente debido a esa falta de apoyo a labores culturales y científicas, aunadas a instituciones políticas y sociales endebles y con poca representación mayoritaria, los intelectuales latinoamericanos acusan la necesidad de influenciar el buen manejo de los sectores sociales y políticos del país. En la primera parte del ensayo, utilizo el método comparativo para comparar y contrastar la autopercepción de los intelectuales de Latinoamérica con la de los europeos y anglosajones. Seguidamente, analizo la labor de dos escritores e intelectuales centroamericanos: Rafael Arévalo Martínez y Miguel Ángel Asturias. A través del análisis literario de dos de sus novelas de dictadura, examino el papel que ambos intelectuales desempeñaron en la arena política de su país de origen.
Autor(es):
Maria Odette Canivell Arzú
Fecha:
Junio de 2009
Texto íntegral:

Introducción

1El término intelectual es objeto de controversia. Los miembros de la clase que lo componen afirman sentirse incómodos al ser incluidos dentro del grupo. En la tradición anglosajona, francesa y alemana, ser apodado intelectual llega a alcanzar, incluso, connotaciones peyorativas. Las razones para ello son variadas e incluyen desde enfrentamientos por el significado del término hasta las posibles connotaciones políticas que acompañan la denominación. Otros factores que han influido para crear una percepción negativa del concepto se encuentran en la implementación de su labor intelectual; por ejemplo el caso de intelectuales quienes – al llegar a posiciones de poder – son acusados, como André Malraux, de “traicionar” a las comunidades que sirven, o aquellos que, dadas las condiciones del trabajo académico en el que se desempeñan, se los percibe como alejados de las comunidades a quienes representan, aislándolos efectivamente de la sociedad en la que cumplen su labor social. Otros factores que empañan el imaginario colectivo del término son acusaciones (fundadas o no) de venderse a los poderes del estado y otros deslices (ficticios o reales) que son asociados con la nomenclatura. De tal manera, tanto los intelectuales de la izquierda como los de la derecha se rehúsan a aceptar el apelativo testificando, enfáticamente, que no pertenecen a la clase que representan.

2La excepción confirma la regla, y en este caso, en Latinoamérica, el panorama se pinta diferente. Los intelectuales latinoamericanos se sienten, en su mayor parte, orgullosos de aceptar la denominación asumiendo, sin visos de crisis, el origen político del término y trabajando en su rol de portavoces de la comunidad y activistas políticos de sus conciudadanos.

3Parte de la diferencia entre estos intelectuales y los europeos, por ejemplo, es coyuntural. Mientras que en Europa y Estados Unidos las instituciones políticas son relativamente estables y duraderas, en Latinoamérica, las estructuras de poder registran serios problemas de fondo. Caracterizadas por sistemas judiciales corruptos, asambleas legislativas que contravienen los votos populares bajo los cuales fueron electos, sistemas democráticos endebles (cuando existen) y partidos políticos donde la corrupción esta a la orden del día, las naciones latinoamericanas no pueden confiar en sus sistemas políticos. Naturalmente, los lideres que dominan la política en la región han querido “limpiar” su imagen utilizando intelectuales para darle una pátina de respetabilidad a sus actividades gubernamentales o partidistas. Tal es el caso del nombramiento de Octavio Paz, como embajador de México en la India, que le diera un viso de respetabilidad al PRI; o los vicepresidentes Luis Alberto Sánchez y Carlos Meza (Perú y Bolivia respectivamente) cuya popularidad en sus países de origen cimentó la imagen de los partidos que los propusieran.

4Otro factor que ayuda al intelectual latinoamericano a sentirse parte de la clase que representa es cierto deseo, altruista quizá, de participar en la brega política. Los intelectuales latinoamericanos afirman que se “sienten llamados” a servir a su patria hartos de la constante disfuncionalidad de los sistemas de poder que imperan en la región que los viera nacer y, aún cuando su papel en la refriega política pueda ser cuestionado, estos mismos intelectuales se ven obligados a tratar de paliar la penosa situación social y política en su patria1.

5¿Por qué razón la intelligentsia latinoamericana se percibe a sí misma en forma diferente a la de su contrapartida en otros países…? ¿Qué factores contribuyen a posiciones tan disímiles sobre el tema…? Cuál es la definición más acertada de intelectual (y lo que ésta representa), son solamente algunas de las preguntas que el presente ensayo intenta responder. La metodología que sigo para hacerlo es comparativa, contrastando el papel que juegan los intelectuales latinoamericanos frente a los de otras regiones del globo. Se debe señalar que, para los propósitos de este estudio, empleo la definición tradicional de “intelectual” basada en el origen histórico del término, es decir: un escritor que usa el poder de su pluma para enderezar entuertos políticos.

6La primera parte del ensayo contrasta las autopercepciones de los intelectuales europeos y anglosajones con las de los intelectuales latinoamericanos, al tiempo que explora las diferentes clasificaciones de intelectual que se aplican a la región. Para ello, utilizo intelectuales que se identifican como parte de todo el espectro político e, incluso algunos, sin afiliación declarada. Lo sorprendente para mí ha sido descubrir que —tanto en Latinoamérica como en el resto del mundo—las afiliaciones políticas no causan diferencia en la aceptación o el rechazo de la denominación. Por el contrario, los intelectuales de izquierda y de derecha en ciertos países de Europa y Estados Unidos se declaran por unanimidad hacia una percepción negativa sobre sí mismos como intelectuales, mientras que los de América latina se confiesan con orgullo perteneciendo a la clase generadora.

7En la segunda parte del artículo examino la obra de los intelectuales centroamericanos Rafael Arévalo Martínez y Miguel Ángel Asturias explicando de qué manera utilizan el poder de su pluma para poner de relieve la corrupción social y política de la que fueran testigos. Analizando el caso de los dos escritores como ejemplo de lo anterior, ilustro, en forma práctica, las diversas técnicas que ambos utilizan para llevar a cabo su función como intelectuales.

Los aprietos de los intelectuales

8A primera vista, pareciera como si los intelectuales están en crisis. Existe un debate sobre el papel que el intelectual juega en la sociedad del siglo XXI. ¿Será, como Edward Said apunta, porque los intelectuales son agentes al servicio de los intereses de las minorías que se refugian detrás de las paredes doradas de la torre de marfil… o, como señala Terry Eagleton, porque son snobs intelectuales más interesados en componer ensayos académicos cuyo objeto de estudio reside en “ponerle el ano a Coriolano” que en organizar debates sobre el futuro de la sociedad moderna2. Bertrand Russell y Noah Chomski, aun cuando no compartan los mismos espacios dentro del espectro político, están de acuerdo al afirmar que se niegan a aceptar el apelativo de clase. El primero comenta con desprecio: “un intelectual es alguien que cree que es más inteligente de lo que verdaderamente es; espero que no se me califique como tal” . El segundo añade que el intelectual esta muerto, asesinado por las fuerzas represivas que quieren conservar el status quo3. Los intelectuales, continúa, deben decir la verdad, aun cuando tal misión se hace imposible debido a las condiciones políticas que imperan. El “stablishment” ya sabe “su verdad”, añade el lingüista; naturalmente, el intelectual cesa de ser relevante bajo esas condiciones. Tanto Joan Didion como Noah Chomski, (quienes después de la tragedia del 11 de Septiembre 2001 fueron vilipendiados por añadir sus voces a las de miles de otros que pugnaban por entender las razones para la masacre) se preguntan cuál es el verdadero rol del intelectual: ¿estar de acuerdo con el sentir político de la mayoría o proferir explicaciones que, en numerosas ocasiones, disientan del sentir popular….?

9Los intelectuales anglosajones no son los únicos que se cuestionan cuál es su función. Los “clerks” franceses, criados bajo el implacable legado de Julian Benda, cuyo trabajo sobre La traición del los Intelectuales (1920) fue el primer espolón azuzando el cuestionamiento de la validez de la categoría “intelectual”, se preguntan si su rol político ha sido suficiente y efectivo4. André Malraux, Regis Debray y François Mitterand ciertamente parecen llenar con creces el apelativo; sin embargo, existe cierto malestar en el país galo para aceptar el título, ya que los nuevos cuadros dudan del papel que sus intelectuales jugaran actuando bajo la dirección del GIF y su negativa de acusar a sus propios dirigentes por las violaciones de derechos humanos, sobre todo en lo que se referían a los tratamientos de prisioneros en las cárceles del Telón de acero. Michael Scott Christofferson afirma que el rol de Michel Foucault (líder del GIF en esa época) fue decisivo en provocar la ambivalencia que actualmente sienten sus miembros, ya que a la clase dirigente se le acusa de negarse asumir cualquier postura intelectual o de liderazgo que pudiera cuestionar lo que sucedía en ese entonces. Posturas partidistas, en ese caso, parecieran haber lesionado la posibilidad de una intervención política eficaz5.

10Los intelectuales en Alemania se confiesan compartiendo una posición parecida. Jens Reich señala que, en Alemania del Este, los intelectuales estaban conscientes de ser el ala pensante del partido. La intelligentsia oriental-alemana se identificaba a sí misma como el brazo político intelectual del partido. Por ese motivo, señala Reich, ignoraron los gritos silenciosos de la mayoría que veía al proyecto socialista como opresor del los derechos humanos. Los intelectuales germano-orientales no solamente se vieron sumidos en una crisis de pensamiento político sino en una crisis de identidad intelectual6. La película The Lives of Others, dirigida por Florian Henckel von Donnersmarck, ilustra este conflicto. El protagonista, el niño bonito de la élite del partido comunista se ve perseguido por un alto líder del partido a causa de la lujuria que éste último siente por su compañera de vida. La película pone de relieve lo que Reich manifiesta: la obediencia partidista evita que se reflexione sobre decisiones que pueden (a largo plazo) ser lesivas para la comunidad.

11Se debe destacar, sin embargo, que lejos de ser esta crisis de los intelectuales un fenómeno partidista de izquierda o derecha parece ser, por el contrario, un dilema de la clase intelectual en pleno. En Alemania del Oeste los intelectuales tampoco lograron satisfacer las expectativas de sus conciudadanos. Por el contrario, como señala Werner Muller los intelectuales en su patria no se sentían parte de la mayoría a la que debieran representar. Sufrían de lo que él llama “identifikationscheu” (vergüenza de identificación). Como señala Jerome Karabel,

12 (…) Contrario a lo que indique la literatura sobre el tema, no se debe creer que los intelectuales vayan automáticamente a adoptar una postura que los enfrente contra el régimen en el poder (cualquiera que éste sea); después de todo, en su mayor parte, estos mismos intelectuales ocupan una posición privilegiada dentro del régimen, ya que su bienestar depende de la adquisición de recursos controlados por las élites políticas y económicas con las que estén social y políticamente unidos7

13Aun si en el resto del mundo la elite intelectual se pregunta si su función social es obsoleta, se cuestiona sobre si juegan un papel pernicioso para la comunidad o se reclama una mayor presencia social, los intelectuales en Latinoamérica parecen ser la excepción. Curiosamente, el dialogo en la América hispana se inclina más hacia debatir de qué manera pueden los intelectuales jugar un rol fundamental en la vida política de sus comunidades, y menos sobre si están o no en crisis o no. Jorge Ibárgüengóitia narra la siguiente anécdota que ilustra la afirmación anterior. Con motivo de celebrarse un congreso intelectual en la ciudad de México, un participante tomó la palabra para declarar que los intelectuales latinoamericanos no habían participado de manera efectiva en la lucha política de sus países. Hubo furor en la sala. Los intelectuales allí reunidos se levantaron en masa y empezaron a declamar largas listas de mártires políticos que habrían perecido en su lucha por mejorar la sociedad latinoamericana8.

14En su obra seminal, La ciudad letrada Ángel Rama señala que el poder del grupo letrado latinoamericano se puede trazar estudiando su larga trayectoria política. Los letrados latinoamericanos, afirma, crearon ciudades letradas donde la inteligencia dio a luz a metrópolis ilustradas que concentraban en su seno los ideales de una cultura universal. Los intelectuales latinoamericanos han logrado conservar su poder político desde la fundación de las naciones de la América latina hasta ahora. Utilizando de manera efectiva el poder de la palabra escrita, los intelectuales hispanoamericanos han mantenido un rol activo dentro de sus comunidades al tiempo que se convirtieran en fuerzas independientes y paralelas al poder establecido9. Los intelectuales latinoamericanos — como clase política y social — han tenido un efecto importante para las comunidades que sirven. La lista de intelectuales, que ha ocupado cargos políticos de relevancia en sus países de origen, es extensísima, ya que sus miembros se han desempeñado como presidentes, vice-presidentes, ministros, embajadores, dirigentes políticos, senadores…

15La percepción del público latinoamericano, en general, es muy favorable hacia los intelectuales del área. A diferencia de los países ya mencionados, no solamente son bien recibidos por su comunidad, sino que sus conciudadanos se identifican con ellos. Mientras que la derecha y la izquierda intelectual de otros áreas geográficas se niega a aceptar el apelativo, los intelectuales en Latinoamérica son, en su mayor parte, figuras políticas y sociales de relevancia. Si en el mundo anglosajón se creó una nueva categoría, “el intelectual público” para tratar de limpiar la denominación de clase, en Latinoamérica pareciera que ser intelectual no causa tanta crisis. El público latinoamericano se siente bien representado por sus dirigentes intelectuales. En Colombia, por ejemplo, Gabriel García Márquez es algo más que un novelista aclamado por la crítica. Por el contrario, aún a pesar de sus posturas políticas, que algunos miembros de la clase conservadora colombiana pudieran considerar controversiales, el escritor latinoamericano goza de aprecio tanto en la derecha como en la izquierda latinoamericana. Por ende, los intelectuales latinoamericanos, sugiero, poseen “reconocimiento de marca”. Aún si Mario Vargas Llosa o Gioconda Belli hayan tenido escaramuzas políticas de las que salieran mal paradas, sus conciudadanos todavía los tienen en alta estima. Puede ser que no hayan leído sus libros, (en nuestros países, desgraciadamente la lectura es un gusto caro. Con los precios de los libros como están, no es sorprendente que pocos tengan acceso a la lectura de los autores nacionales) pero los latinoamericanos saben quienes son sus intelectuales y los aprecian como tales.

16Uno de los problemas que el término enfrenta es su origen. La palabra intelectual apareció por primera vez a raíz del caso Dreyfus a fines del siglo XIX, en Francia, cuando un grupo de escritores liderados por Emile Zola (Marcel Proust, los hermanos Marcel y Anatole France) unidos al político Jean Jaurés intervino para liberar al capitán Albert Dreyfus, injustamente acusado de espionaje. Los intelectuales, como se llamaron a sí mismo, o los “desrazonados” como el establecimiento político francés los llamó en su época, tardaron casi 20 años en lograr la restitución de Dreyfus. La famosa carta de Zola, “Yo acuso” pedía al presidente de la república francesa que se atreviera a decir la verdad; ya que la justicia había dejado de ser ciega – por motivos políticos -(antisemitismo, entre otros), Zola se comprometía a defender el derecho de aquellos cuya voz había sido silenciada y cuyo proceso judicial era una farsa. Como señalan los politólogos Anthony Kempf-Welch y Jeremy Jennings, la palabra intelectual fue, desde su aparición en el léxico, utilizada dentro de un contexto político10. Y es ese contexto político lo que problematiza el término. Las izquierdas intelectuales europeas titubean al ser calificadas como intelectuales gracias a la obra de Julian Benda, quien acusara a los intelectuales franceses, a raíz de la primera guerra mundial, de pasividad, complicidad con el régimen y de comportarse como reyes (sin reino) por encima de aquellos a quienes hubieran debido servir. Terry Eagleton comenta que los intelectuales de nuestra época viven en un mundo esquizoide, lleno de sujetos desarrapados cuya capacidad para atarse las cuerdas de los zapatos está en relación directa con la que tengan para poder destronar al estado11.

La derecha, por su parte, comparte con la izquierda cierta reluctancia a formar parte del grupo. George Orwell afirmaba con desprecio que los intelectuales en Inglaterra adquirían recetas de cocina de los franceses y pistas intelectuales de Moscu12. El investigador Martin Anderson llama a los intelectuales norteamericanos “los mercaderes del templo”, afirmando que han llenado sus propias necesidades económicas ( al adquirir un trabajo estable en una universidad) mientras llenan las cabezas de sus pupilos con tonterías políticas13. Si la definición de intelectual tiene una connotación francamente política y la creación del término aparece en un contexto de reforma social, ¿por qué razón, tanto la izquierda como la derecha intelectual (en casi todos los casos, excepto Latinoamérica), duda ante el apelativo?

17Las razones son varias. Mientras que en Latinoamérica ser intelectual no es una profesión, sino una vocación que se paga harto cara, en los países industrializados, los académicos y aquellos que se dedican a labores intelectuales son subsidiados por el estado directamente (Alemania, Francia, Inglaterra, España…) o indirectamente a través de fundaciones culturales, patrocinios etc… En Latinoamérica, por el contrario, no existen sistemas de “tenure14”, ni posibilidad de que el estado (o la iniciativa privada) te mantenga. La mayor parte de los catedráticos universitarios, los escritores e intelectuales se mantienen con el fruto de su labor en otros trabajos no directamente relacionados con su vocación académica.

18La segunda razón por la que los intelectuales latinoamericanos parecieran participar más activamente en el proceso político de sus países de origen es estructural. Como apunta Doris Sommers, durante el siglo XIX, la lista de fundadores de la patria que también eran escritores, en Latinoamérica, es muy extensa. Esta tradición de servicio político a la patria sirve diferentes funciones. La crítico literaria Marta Morello-Frosch afirma que la tarea del intelectual latinoamericano es servir de líder en la construcción del proyecto nacional, así como convertirse en la consciencia social que lleve a la fundación de la patria. Su función, es pues, ayudar a la creación de la nación latinoamericana. Los intelectuales se enfrentan a este reto a través de “crear historia” escribiendo y documentando a la vez la historia de la nación de la que son protagonistas y fundadores. Utilizando la ficción (novelas, prosa literaria) para crear esa historia-Historia el intelectual latinoamericano imagina una visión de la patria que permita construir el modelo de la nación. Como señala Rama, la razón de ser del intelectual de Hispano-América es crear una plataforma ideológica coherente para consumo público que permita la fundación de las instituciones políticas necesarias15.

19No es esa su única labor. Gonzalo Sánchez Gómez define al intelectual latinoamericano como figuras en la vida cultural del país que anteponen el bienestar de la comunidad a sus necesidades personales. El público, por su parte, los considera los guardianes del capital cultural de la nación. Como resultado de su trajinar en la vida política de la nación, los intelectuales en Latinoamérica están tratando de re-definir su papel dentro de la sociedad a la que sirven. Analizando el papel que han desempeñado históricamente, Sánchez-Gómez contempla cuatro tipos de intelectuales para la región:
El intelectual-profesor (y padre de la patria) que luchó en los tiempos de la Colonia para recuperar un espacio cultura y lograr autonomía política, social y académica (Simón Bolívar, José Martí, Andrés Bello entre otros). El intelectual-crítico, que utilizaba la pluma para cuestionar problemas políticos y sociales dentro de la nación (Belli, Elena Poniatowska, Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, García Márquez…). El intelectual como mediador, que utiliza la diplomacia para resolver conflictos entre fuerzas opositoras (Belli, Asturias, Rodolfo Cardenal, Alfonso García Robles…). Por último, el intelectual por la democracia quien lucha por restaurar la democracia en una área geopolítica donde tal institución se encuentra, a menudo, de vacaciones… Rodolfo Walsh, Belli, y Domingo Sarmiento son un pequeño ejemplo dentro de este sub-grupo.

20Uno de los problemas de la clasificación Sánchez-Gómez es que ciertos sub-grupos tienden a poseer fronteras difusas. Muchos de los intelectuales latinoamericanos pertenecen a dos o más grupos. Como veremos en la segunda parte de este estudio, este fenómeno se refleja en la práctica. A pesar de ello, el papel social y político del intelectual latinoamericano parece ser bien definido y, a diferencia del de los europeos y americanos, recibido favorablemente por la sociedad a la que sirven.

Los intelectuales públicos en Centroamérica: literatura, meta-ficción y tiranía en las novelas de dictadura

21A la universidad no se viene a pensar, se viene a estudiar, y si quedan energías, para eso está el deporte16.

22En las postrimerías del siglo XIX, la literatura latinoamericana empieza a cobrar f