Ficha n° 1942

Creada: 19 junio 2008
Editada: 19 junio 2008
Modificada: 24 junio 2008

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Autor de la ficha:

Carlos Gregorio LÓPEZ BERNAL

Editor de la ficha:

Víctor Hugo ACUÑA ORTEGA

Publicado en:

ISSN 1954-3891

Implicaciones político-sociales de la campaña contra los filibusteros en El Salvador: Las acciones de Gerardo Barrios

Este trabajo pretende analizar tres problemas relacionados con la campaña contra los filibusteros de William Walker en la década de 1850. En primer lugar hace una revisión de la situación política regional y salvadoreña hacia mediados de la década, con el fin de entender la;manera cómo se reacciona frente a Walker. En segundo lugar, se estudia la manera cómo se organizó y actuó la fuerza militar salvadoreña enviada a Nicaragua; y por último se analiza el papel jugado por el general Gerardo Barrios, último jefe del contingente militar salvadoreño en suelo nicaragüense. Esto da lugar para cuestionar la historiografía liberal salvadoreña, que minimizó el accionar del general Ramón Belloso, quien estuvo al mando de las fuerzas en los momentos más críticos de la campaña y, por el contrario, elogió en demasía a Barrios, ignorando que este llegó a Nicaragua, cuando ya Walker estaba derrotado. Por el contrario, Barrios aprovechó el momento para levantarse en contra del gobierno salvadoreño, el mismo que le había confiado el mando del ejército.
Autor(es):
Carlos Gregorio López Bernal
Fecha:
Junio de 2008
Texto íntegral:

Introducción

1 Este trabajo pretende analizar tres problemas relacionados con la campaña contra los filibusteros de William Walker en la década de 1850. En primer lugar, se hace una revisión de la situación de El Salvador hacia mediados de la década, con el fin de entender el contexto en que se da la intervención de Walker y las reacciones frente a la invasión. En segundo lugar, se estudia la manera cómo se organizó y actuó la fuerza militar salvadoreña enviada a Nicaragua; y por último el papel jugado por el general Gerardo Barrios, último jefe del contingente militar salvadoreño en suelo nicaragüense y sus implicaciones en la vida política y social de El Salvador.

El contexto político regional previo a la intervención filibustero

2 Para mediados de la década de 1850, el panorama político centroamericano en general y salvadoreño en particular no era muy lisonjero. Las disputas entre facciones al interior de los Estados y los conflictos entre estos mantenían a la región en constante zozobra e incertidumbre. A tres lustros de ruptura de la federación, los endebles estados nacionales y las elites dirigentes todavía no definían claramente el rumbo a seguir. La disyuntiva era reconstruir la unión centroamericana o avanzar en la construcción de estados nacionales independientes. Paradójicamente se trabajaba en ambas vías.

3 En la primera, el sueño de la reunificación se perseguía siguiendo el modelo morazánico, es decir, por la vía armada, cuyo último y resonado fracaso se dio en La Arada en febrero de 1851, cuando una coalición de fuerzas hondureñas y salvadoreñas al mando de Doroteo Vasconcelos y Trinidad Cabañas fue derrotada por Rafael Carrera. Pero también se hacían intentos por la vía diplomática, convocatoria a dietas, intentos de confederación, que indefectiblemente fracasaban, por suerte con menos costos humanos y materiales que las campañas militares.

4 Los fracasos de los intentos de reunificación y el ejercicio del poder local hacían que poco a poco y casi imperceptiblemente la opción de construir estados nacionales fuera tomando fuerza. Sin embargo, un velo de desencanto cubría ese escenario, que a lo sumo permitía regocijarse porque no se enfrentaban problemas tan graves como se habían vivido en el pasado o se vivían en los estados vecinos. El discurso pronunciado por Esteban Castro, en la conmemoración de la independencia en la ciudad de San Vicente, en septiembre de 1855, refleja claramente ese desencanto:

5“Pero seducidos por doradas teorías creímos que con un fiat de nuestra boca, quedaría la nación organizada y regida perfectamente, afianzado su reposo y prosperidad, y dimos la constitución de 1824. Al descanso y la prosperidad que esperábamos sucedió la inquietud y la guerra…
Las cosas jamás se han amoldado a las instituciones, las instituciones por el contrario tienen que amoldarse a las cosas y al desconocimiento de esta verdad debemos todas nuestras desgracias… La bondad de las instituciones… se halla precisamente en su íntima relación y exacta armonía con las costumbres y necesidades de un país, pues toda constitución que no está en concordancia con ellas, lejos de ser útil, es altamente perjuiciosa, según dijo un célebre escritor francés1.”
Este era un reconocimiento explícito de que los proyectos surgidos con la independencia y la federación habían quedado truncados y que a falta de logros mayores, había que conformarse con lo poco que se pudiera hacer en cada estado y tratar al menos de reducir la inestabilidad y los conflictos. Sin embargo, estos estaban a la orden del día. A los roces entre estados se unían las disputas internas, que fácilmente traspasaban las tenues fronteras. Los “emigrados” a un estado vecino no renunciaban a sus proyectos políticos, más bien aprovechaban el exilio para forjar alianzas, conspirar y preparar el momento para regresar a su país y con el apoyo externo derrocar al gobierno2.

6 Por otra parte, hacer valer las débiles soberanías nacionales frente a las potencias extranjeras era una tarea tan ingente como infructuosa. Basten como ejemplo los repetidos bloqueos a los que el cónsul británico Chatfield sometió los puertos salvadoreños para reclamar el pago de deudas y ante los cuales el gobierno solo podía protestar en términos fuertes pero efectivos, como lo hizo en su momento el presidente Vasconcelos, o ser más pragmático y buscar el pago de lo demandado como sucedió en el gobierno de Francisco Dueñas3.

7 En tales circunstancias las mentes más reflexivas veían las disputas partidarias — a menudo ligadas a pugnas entre personajes —como un factor de disociación y fomento de inestabilidad. Así lo planteaba un editorial de La Gaceta:

8“Nunca pueden ser convenientes para la sociedad esos bandos mezquinos o pequeños partidos, servilizados a una persona y que sin fe política y sin convicciones, careciendo de pasiones nobles y de impulsos pundonorosos, llevan el egoísmo por base, la violencia por sello y rastreros intereses por mira… El carácter de esos partidillos es tímido, sus pensamientos inciertos y dependientes siempre de situaciones personales de sus prohombres, su lenguaje es violento y descomedido como el de los niños malcriados, sus medios son apocados y ruines4.”

9 Desde esa óptica se vieron al principio los problemas internos en Nicaragua, donde las disputas entre facciones frecuentemente habían desembocado en guerra civil. Por lo tanto, cuando uno de los bandos “llamó” a William Walker en su auxilio, ciertamente no generó mayor escándalo, lo ocurrido en Nicaragua se vio simplemente como un ejemplo extremo de los problemas que se vivían o se habían vivido en los otros estados, pero que se esperaba no iría más allá. Es más, a principios de diciembre de 1855 llegó a ese país el general Trinidad Cabañas que acababa de ser derrocado, y pidió al gobierno nicaragüense y a Walker se le diese un cuerpo de filibusteros para recuperar la presidencia de Honduras, pero su petición no fue aprobada5.

10 El mismo caudillo liberal Gerardo Barrios consideró dijo estar de acuerdo con la contratación de filibusteros, “siempre que sepan subordinarse al interés nacional6”. En síntesis, en un primer momento, la guerra civil nicaragüense no se vio como algo extraordinario. La llegada de los filibusteros era una acción no grata, pero hasta cierto punto entendible en razón del caos imperante.

La participación salvadoreña en la campaña bajo el mando de Ramón Belloso

11 Cuando comenzaron a circular noticias de los desmanes de los filibusteros y después de que Costa Rica publicara sus proclamas contra Walker a finales de noviembre de 1855, en el resto de Centroamérica comenzó a considerarse la eventualidad de recurrir a las armas para frenar las pretensiones del estadounidense. Así, el 10 de diciembre de 1855, el ministro de relaciones de El Salvador, Dr. Enrique Hoyos, manifestó al de Guatemala que el gobierno salvadoreño estaba dispuesto a defender el territorio y a mantener la independencia y la soberanía centroamericana7. Pero no fue hasta el 14 de febrero del año siguiente cuando la Asamblea legislativa autorizó al Ejecutivo para tratar con los demás estados la creación de una Dieta General que procuraría garantizar la seguridad e independencia, sin comprometer en manera alguna la existencia de las instituciones. También lo autorizó para establecer alianzas y levantar empréstitos voluntarios o forzosos.

12 En los meses siguientes reinó la incertidumbre. Costa Rica declaró la guerra a los filibusteros el 27 de febrero, pero el gobierno títere de Patricio Rivas y el mismo Walker, mantuvieron correspondencia con el resto de estados y dieron proclamas en las cuales manifestaban su deseo de paz. Pero ya cuando Rivas rompió con Walker y pidió el apoyo de los otros estados para expulsarlo, los nicaragüenses seguían divididos por lo cual no existía un interlocutor confiable para el resto de los estados centroamericanos. Aún así, el 5 de mayo una columna guatemalteca de 500 hombres al mando del general Mariano Paredes salió rumbo a Nicaragua. La Gaceta reprodujo el discurso con el que Rafael Carrera despidió a la tropa. Este enfatizó en lo singular de esta campaña: “No os llaman hoy al campo de batalla, como otras veces, nuestras funestas y lamentables discordias intestinas; os llaman el honor y el interés nacional. Vais a defender una causa sana: la causa de nuestra Religión y la de nuestra raza”. Destacaba que los costarricenses habían dado una muestra de amor a la libertad, por lo que esta nueva fuerza militar debía “acreditar que en Guatemala estamos dispuestos a sacrificarlo todo por ella8.”

13 Mientras tanto en El Salvador, se decretó un empréstito voluntario de 60,000 pesos; simultáneamente el gobierno hacía aprestos para enviar su propia fuerza, pero esta acción se demoró en parte por la falta de recursos y en parte por la misma incertidumbre que se vivía en Nicaragua en donde las alianzas y rupturas entre los diferentes bandos se producían incesantemente. La salida de la fuerza salvadoreña se demoró hasta el 18 de junio, cuando se envió el primer contingente de 700 hombres, al mando del general Ramón Belloso9. La escogencia de Belloso para comandar esa fuerza se debió básicamente a dos razones: por una parte Belloso había estado en Nicaragua en 1844 cuando una fuerza salvadoreña al mando del General Francisco Malespín sitió y tomó la ciudad de León persiguiendo a Trinidad Cabañas y Gerardo Barrios quienes habían dirigido una rebelión contra el gobierno de Malespín, por lo tanto conocía bastante bien el terreno nicaragüense. Por otra parte, las constantes conspiraciones políticas que se daban en El Salvador volvían muy complicado dar el mando de una fuerza militar a cualquier jefe, pues se corría el riesgo de que este se confabulara con alguno de los opositores. Belloso era reconocido como un militar obediente, capaz y poco interesado en la política, por lo que no representaba mayor peligro para el gobierno salvadoreño.

14 Pero derrotar a los filibusteros no sería fácil. La situación se complicó sobre manera para los centroamericanos, pues la victoria inicial costarricense no pudo consolidarse; el ejército costarricense debió retirarse del campo de batalla porque “el cólera, ese enemigo terrible, ese azote invisible y mortífero, contra el cual no pueden nada ni las bayonetas, ni los cañones, ni el valor más heroico10”, diezmaba las fuerzas de Costa Rica. Los jefes costarricenses consideraron más prudente que el ejército retornara a su patria donde “permanecerá arma al brazo, dispuesto y aumentado para cuando sea necesario”, una jugada ciertamente arriesgada, ya que existía la posibilidad de expandir la epidemia, y que mientras tanto los filibusteros recibieran refuerzos. No obstante, señalaban que esta última amenaza podría ser neutralizada por las fuerzas aliadas que pronto estarían en Nicaragua.

15 Efectivamente, para entonces ya se habían puesto en movimiento contingentes procedentes de Guatemala, Honduras y El Salvador. A finales de junio el vicepresidente Francisco Dueñas, lanzó una proclama a los salvadoreños en la cual dejaba ver la posición oficial frente a los filibusteros. Comenzaba señalando que los últimos hechos en Nicaragua demostraban que Walker había develado sus verdaderas intenciones al derrocar al gobierno, que forzado a huir invocaba el auxilio de los centroamericanos. “Ningún Centro-americano que abrigue sentimientos de patriotismo puede permanecer frió espectador de tan escandaloso atentado, y el Gobierno del Salvador se apresta ya, no solo a auxiliar poderosamente al Gobierno y pueblo de Nicaragua, sino también a elevar sus protestas y su voz ante las naciones civilizadas de la Europa y de la América11”. Para entonces era claro el recurso a las armas.

16 El vicepresidente salvadoreño, dio una proclama a las tropas que marchaban al combate, en ella decía: “la patria nos ordena combatir como buenos y leales hijos suyos, y el honor nos llama al campo de la gloria”, pero había una diferencia muy significativa, “ya no como en aciagos días, a derramar la sangre fraterna, sino a defender cuanto hai de más sagrado y de más caro para el hombre civilizado y para el ciudadano libre”. Al igual que lo había hecho Rafael Carrera unas semanas antes, Dueñas se esforzó en mostrar que esta campaña militar hacía desaparecer antiguas rencillas y diferencias, “una es hoy nuestra bandera, uno nuestro pensamiento, y una nuestra común aspiración, así como también uno es también el peligro que a todos amaga12”.

17 Dueñas retomó en esta proclama un problema que había sido constante en la historia centroamericana desde la independencia: los conflictos y divisiones entre partidos y estados, que habían llevado a la fragmentación política de la región. En el caso nicaragüense estas pugnas produjeron el caos que permitió la llegada de Walker. Pero también visualizaba la posibilidad de que ante una amenaza de tal magnitud los centroamericanos depusieran sus intereses provincianos y políticos y se unieran, como la única posibilidad de garantizar la sobre vivencia independiente de la región. En este punto va a insistir recurrentemente en los próximos años.

18 Pero esta movilización no estuvo exenta de dificultades; las fuerzas aliadas iban mal apertrechadas y actuaban por su cuenta, lo cual dificultó su accionar en el campo de batalla.
Ante la necesidad de organizar mejor la lucha, los estados de Guatemala, Honduras y El Salvador firmaron un convenio el 18 de julio de 1856, que buscaba garantizar “el mantenimiento de la integridad del territorio Centro-americano y la exclusión de todo elemento extrangero en la Administración y Gobierno de estos pueblos”. El convenio enfatizaba que ninguno de los gobiernos que lo suscribían abrigarían miras más allá de lo establecido; “no se preocupan de ninguna mira de partido, ni pretenden medrar influencias en lo futuro, ni reportar ventajas parciales de ningún género”. La Gaceta sostenía que esto era posible porque “la causa que sostienen es verdaderamente nacional, sin mezcla alguna de intereses bastardos”. El editorialista de La Gaceta consideraba que la ocasión era propicia incluso para adelantar hacia la unión nacional:

19“La ocasión parece que ha llegado, y tan cierto es esto, que como conducidos de la mano, venimos a dar ya los primeros pasos con entera espontaneidad: esta primer alianza contraída en circunstancias como las presentes va a borrar sin duda alguna hasta los últimos vestigios de localismo: los Gobiernos forzosamente se entenderán mejor, se comprenderán mejor, y cada uno respetará el modo de ser del otro sin pretender aleccionarlo13.”

20 Dado el carácter “nacional” del convenio se consideró pertinente invitar a Costa Rica a adherirse a él, paso que sería interpretado como preámbulo a la reunificación, “no ciertamente sobre las bases de un sistema desaprobado por la experiencia de algunos años, sino sobre los principios de lo que por ahora es posible, y en conformidad con las necesidades de la situación y con los intereses respectivos que hubieran de surgir entre las partes componentes”. Vale decir que este tipo de reflexiones también se encuentran en los escritos de Francisco Dueñas de finales de la década de 1840, que se podrían sintetizar: el problema no es la unión, sino las maneras en que se tratado de llevarla a cabo. La convención fue redactada en términos muy generales, por lo que su aplicación no estuvo exenta de contratiempos. No se especificó la fuerza militar y los recursos que aportaría cada estado. Estos simplemente se comprometían a “unir sus fuerzas, en el número y proporción que una convención separada fijará, para llevar adelante la empresa de arrojar a los aventureros14.” Más importante, tampoco se logró definir un mando único para las fuerzas expedicionarias.
Paralelo a la movilización de fuerzas militares, el gobierno salvadoreño se dio a la tarea de reunir recursos para el sostenimiento de la tropa. Debido a la carencia de fondos en las arcas del estado hubo necesidad de decretar empréstitos forzosos. En septiembre del 56 se estableció un nuevo empréstito por un monto de 12,000 pesos mensuales distribuidos entre los departamentos del país y que sería aplicado a los propietarios que tuvieran un capital arriba de 2,000 pesos. Las mensualidades deberían recolectarse el primero de cada mes, comenzando en octubre del 56. El Estado se comprometía a reconocer un uno por ciento de premio mensual. La recolección quedaba bajo responsabilidad de los gobernadores y los alcaldes15.

21 Este tipo de medidas generalmente era mal visto por la población que resentía la exacción de dinero y los abusos en los procedimientos. Sin embargo, Calixto Luna, encargado de ejecutar el empréstito en Cojutepeque informaba: “tengo la satisfacción de contestar a U. que los contribuyentes de esta ciudad, conociendo las apremiantes circunstancias en que se encuentra la patria, y deseando al propio tiempo dar al Supremo Gobierno una muestra de lealtad, no tendrán embarazo alguno en entregar hoy mismo las dos mensualidades indicadas16.”

22 Posiblemente esa disposición de la población a colaborar con el gobierno se haya debido a que las noticias publicadas por la prensa los convencieron de la magnitud de la amenaza que enfrentaban. Efectivamente, La Gaceta y otros periódicos como Variedades publicaban notas y relatos de lo que acontecía en Nicaragua. Un acta suscrita en Ahuachapán manifestaba obediencia al supremo gobierno y confianza en que este dirigiría a la nación en la lucha contra los filibusteros. Los firmantes se comprometían en la conservación de las instituciones republicanas y libres17. La municipalidad de Tepetitán realizó el 1 de julio de 1856 una reunión de “la corporación en junta popular, a la que ha concurrido todo el vecindario” en la cual se discutieron las noticias aparecidas en el Boletín del Ejército sobre la invasión de Nicaragua por los filibusteros. El acta decía que estos eran una amenaza a la libertad, la raza y la Santa Religión, por lo que “este vecindario amante de sus derechos está dispuesto a sacrificar todas sus personas y bienes en defensa de tan caros intereses hasta la definitiva de la guerra18“. Una copia fiel fue enviada a la gobernación departamental.

23 Mientras tanto, en Nicaragua la guerra continuaba; el avance de las fuerzas aliadas era lento y con un alto costo en vidas humanas y pérdidas materiales. El 14 de septiembre se dio la batalla de San Jacinto con victoria de los aliados que luego avanzaron a Managua. Walker se replegó a Masaya que también fue evacuada. Cuando el 3 de octubre de 1856, Belloso informó de la toma de Masaya lo hizo de la siguiente manera: “El día de ayer ocuparon las fuerzas aliadas de los Estados la plaza de esta ciudad la cual estaba bien fortificada y provista de toda clase de víveres por el enemigo que la poseía. Para conseguir este triunfo no ha sido necesario empeñar nuestras fuerzas en un combate formal. Suficiente ha sido formar una estratagema militar19.”

24 Con lo cual la única plaza en poder de Walker era Granada. Sin embargo, para entonces el cólera diezmaba las fuerzas aliadas, mientras que Walker recibía cerca de 300 hombres procedentes de los Estados Unidos, con lo cual sus fuerzas rondaban los 1000 efectivos, decidiéndose a atacar Masaya el 12 de octubre, pero no obstante sus denodados esfuerzos, la plaza se mantuvo en poder de los aliados. Paradójicamente, y como prueba de la falta de un mando único, Belloso advertía que al mismo tiempo “El coronel Zavala en vez de cumplir el compromiso de atacar la retaguardia enemiga, se fue a ocupar Granada, en donde lo derrotaron los derrotados20”.

25 Los ejércitos aliados se reagruparon en Masaya, en donde reunieron alrededor de tres mil efectivos. No obstante, su superioridad numérica, carecían de buen armamento y sobre todo de un mando único. Mientras Belloso proponía fortificar posiciones y esperar los ataques de Walker, Zavala y Martínez opinaban que debían batirlo a campo abierto. Al final cada quien actuó según su opinión, Zavala y Martínez fueron derrotados, pero Belloso resistió al abrigo de sus posiciones del 14 al 18 de noviembre. Ante la imposibilidad de tomar la ciudad, Walker retiró sus tropas hacia Granada en la madrugada del 19.

26 Los aliados atacaron la ciudad del 24 de noviembre al 14 de diciembre, pero sin un plan de ataque debidamente establecido, por lo que a pesar de su mayor número sufrieron graves , reveses, por lo que decidieron sitiar a lo filibusteros, estrechando cada vez más sus posiciones. La situación de los sitiados se hizo cada vez más difícil, a la vez que sus pertrechos se agotaban el hambre y el cólera los diezmaban. El 11 de diciembre Walker, que no había estado en Granada, ancló el vapor “La Virgen” en una posición favorable para la evacuación de la plaza, la cual llevó a cabo en la madrugada del día 14. Esta victoria llenó de optimismo a los aliados, pero no hizo desaparecer sus diferencias. El 24 de diciembre hubo en León una reunión de jefes militares que precisamente buscaba subsanar esas divisiones y elaborar un plan para finalizar de la mejor manera la campaña. Pero, según Lardé y Larín, para entonces Belloso había pre11 de diciembre Walker, que no había estado en Granada, ancló el vapor “La Virgenâ€