Ficha n° 1842

Creada: 22 febrero 2008
Editada: 22 febrero 2008
Modificada: 26 febrero 2008

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Autor de la ficha:

Luis PULIDO RITTER

Editor de la ficha:

Patricia FUMERO

Publicado en:

ISSN 1954-3891

Gil Blas Tejeira: El arca de Noé de la modernidad y el paraíso perdido de la nación romántica.

Gil Blas Tejeira con su novela _Pueblos Perdidos_ lanzó una representación romántica y nostálgica de un espacio social, cultural y político desaparecido bajo el impulso de la modernidad: El Canal de Panamá. Pero, a partir del desaparecimiento de la nación “original”, la nueva nación emerge bajo una forma arielista y la construcción del Canal de Panamá condensaría la continuación del mito levantado por las élites criollas de la unidad de razas, culturas y pueblos.
Autor(es):
Luis Pulido Ritter
Fecha:
Febrero de 2008
Texto íntegral:

1 En Panamá una de las novelas poco atendidas y analizadas ha sido Pueblos Perdidos (1962) de Gil Blas Tejeira. La novela es una obra particular por su tratamiento narrativo, por su mundo implicado, que no solamente construye la situación neocolonial de Panamá, sino que también revela el andamiaje arquitectónico de una civilización romántica que está cruzada por el eco bíblico de representación del fin del mundo. El apocalipsis, la inundación de los pueblos de La Línea, está anunciada por la construcción del Canal. No hay novela en Panamá – solo comparable con San Cristóbal (1947) de Ramón H. Jurado en este aspecto – tan bíblica y apocalíptica como Pueblos Perdidos. Mismo el título de la novela nos lanza al espacio de representación donde domina el vacío de lo perdido, la existencia de un mundo inexistente o, mejor dicho, la modernidad –la expulsión del hombre de su espacio – es figurada apocalipticamente con una inundación de los pueblos de La Línea.

2 Podría afirmarse que en la literatura panameña, la incomodidad con respecto a la modernidad, representado por el Canal, el dinero y la prostitución, la inmigración y la apertura económica, tiene su trasfondo católico de rechazo a la usura, al capitalismo, que corrompe al panameño original y lo expulsa del paraíso. El rechazo a la situación neocolonial –la perdida de soberanía sobre una parte del territorio y el extrañamiento del espacio – con este trasfondo de religiosidad católica, convierte a la situación neocolonial como arcángel del mal, elementos que pueden encontrarse en Rogelio Sinán, Joaquín Beleño, Ramón H. Jurado y en Gil Blas Tejeira. Por ejemplo, en éste último vemos cómo a través del ingeniero francés de Pueblos Perdidos se manifiesta esta pauta de rechazo:

3“Desde su arribo al Istmo se había mantenido alejado de las mujeres porque le repugnaban las que hacían negocio de su cuerpo en los lupanares de Aspinwall, saturados de aventureras de distintas procedencias que habían invadido la plaza en busca de lucro” (1962:21).

4 Sin embargo, en la novela Pueblos Perdidos hay una matización, un desplazamiento del discurso anti-moderno que es moderno y ya no plantea sencillamente la crítica y el rechazo de la modernidad, sino que la mecánica de su construcción discursiva pasa por la aceptación de la modernidad como elemento inevitable y fatal. No había nada que oponerle, aparte de la descripción del mundo perdido, el paraíso romántico, como representación de un mundo mejor que el que quiere afirmar la modernidad. Es más, en Pueblos Perdidos quienes representan la modernidad – el francés y el norteamericano – dejan de ser demonizados a pesar de que ellos dan cuenta de la pérdida del paraíso, pues son resultado y “funcionarios” de esa modernidad.

5 Pueblos Perdidos fue publicada en 1962 con un histórico prólogo de Elsie Alvarado de Ricord. Ella afirma refiriéndose al autor que “es uno de los pocos casos en Panamá de un escritor que vive de la pluma” (en la contraportada). El autor era periodista y, antes de haber publicado Pueblos Perdidos, ya había editado dos libros de cuentos que, según Alvarado de Ricord, se caracterizan por lo “folklórico” y sus “cuadros costumbristas, que se basan en motivos interioranos” (en la contraportada). Esta crítica literaria denomina Pueblos Perdidos como una novela histórica y efectivamente es una novela que recrea el momento que va desde el intento de construción del Canal por los franceses hasta la inauguración del Canal por los norteamericanos en 1914. Pero, no obstante, la pregunta que en este punto debe formularse es si la presencia de la historia, como trasfondo y base de una construcción novelesca, es suficiente para designar una obra como histórica. Puede debatirse mucho sobre qué es una novela histórica, pero, sin lugar a dudas, Tejeira sigue el lineamiento tradicional de la novela histórica de tomar personajes históricos y los entronca con personajes ficticios. Como novela histórica Pueblos Perdidos pertenece al tipo de textos con un discurso homogéneo, no fragmentado, con un sujeto central que es la Idea romántica de la nación panameña: etnia, lengua religión1. Con este sujeto se busca construir una identidad nacional y cultural a través del amor – como lo ha visto Doris Sommer para la ficción fundacional latinoamericana – que se convierta en el espacio sentimental para la superación de las fragmentaciones históricas (1990). Es la novela que pretende fundamentar a la nación como resultado y discurso de la modernidad a través de un discurso romántico cruzado por el amor: las culturas y las “razas” se encuentran en la construcción del Canal de Panamá. Aquí hay un seguimiento de la Idea del progreso romántico neocolonial – el Canal de Panamá – que fue acariciado por las élites istmeñas desde la segunda mitad del siglo XIX2. Pero a diferencia de José Issac Fábrega que con su novela Crisol3 recrea en medio de un cañaveral esta idea romántica de la unión de las “razas” – como una proyección del Canal –, Tejeira no mete a sus personajes en el campo, en un cañaveral, en una plantación bananera, lejos de las ciudades de Panamá y Colón. Lo que hace es incluir al pueblo romántico a lo largo del ferrocarril transístmico y de las excavaciones del Canal. Y mucho menos desvaloriza a los negros antillanos por su llamada raza como lo hace Fábrega. En fin, él no los olvida ni los denigra, pero, sin embargo, no participan como protagonistas del drama amoroso de carácter romántico: unidad de las razas y las culturas. Tendencialmente en la novelística panameña el negro, el indio, el chino han sido excluidos de la nación romántica a través del amor4. Y cuando por vez primera el “negro” antillano aparece ejemplarmente en la narrativa amorosa – con Joaquín Beleño en Gamboa Road Gang (1960) – es acusado de violador y condenado a prisión5. Puede afirmarse siguiendo a Laurenza que Tejeira era también el novelista criollo de ascendencia española, pero de la clase media rural. No obstante, fue uno de los pocos intelectuales panameños que verdaderamente convivió con los negros antillanos. En 1945 fue elegido diputado a la asamblea constituyente por la provincia de Colón, donde había vivido por varios años y, además, fue nombrado embajador en 1929 en Jamaica donde permaneció por ventiséis meses (Jairo Posada: 1987). Tampoco hay que olvidar el prólogo que le escribió a George Westerman Para una mejor comprensión (1947). Estos datos biográficos de Tejeira son pertinentes, porque quizás él, como lo fue Sinán, Laurenza y de la Rosa, aunque no pertenecía a esta generación vanguardista por espíritu – Tejeira llegó a ser un escritor tardío – fue el que más conciencia tuvo de esta modernidad neocolonial panameña, caracterizada por la fragmentación del territorio, la inmigración y la apertura del país.

6 Estos elementos arriba mencionados nos ayuda a comprender la contextualización de Tejeira y especialmente su obra literaria: Pueblos Perdidos. La novela forma parte de un sistema de coordenadas idelógicas, culturales y personales. No puede reducirse a una mirada unidimensional. De aquí es posible que precisamente por esta omisión del cuadro general y del valor particular de Pueblos Perdidos, Rodrigo Miró la llega a rechazar categóricamente:

7“la novela se propone mostrar los días postreros de los pueblos del sector atlántico destinados a desaparecer con motivo de la formación del lago Gatún, obra indispensable al funcionamiento del Canal. Se refiere a los años comprendidos entre los prolegómenos del Canal de Lesseps y la conclusión de la empresa norteamericana. No faltan el ingeniero franco ni el médico norteño. Pero interesa mayormente al autor la vindicación histórica de Pedro Prestán, el inquieto cartagenero por muchos años vecinos de Colón, jefe allí de la revolución liberal de 1885, a quien se responsabilizó por el incendio de la ciudad en marzo de ese año y se condena a la horca.
Tejeira, ameno escritor, logra una y otra vez estampas animadas, pero la novela no cuaja. Sus breves capítulos no llegan a fundirse en un organismo. Y los personajes quedan apenas bosquejados. Muy pocos –la figura de Goethal alcanza firmes relieves- despiertan interés. Ninguna de las ficciones de Pueblos Perdidos se afirma de modo perdurable, ni la trama general supera los lindes de una historia común. Literariamente, es la obra más débil del autor (1972: 282)”.

8 Aquí no se trata de confirmar que Pueblos Perdidos es un texto de la modernidad neocolonial que tiene en sí mismo su calidad literaria. Pero lo que sí es necesario sentar es que el texto plantea una variante interesante de la recreación literaria panameña de la idea de nación romántica,. Me parece que la particularidad de Pueblos Perdidos consiste en que asume la situación neocolonial, es decir, plantea la modernidad, a pesar (y a costa) de la destrucción del mundo paradisíaco. Si por ejemplo completamos la lectura de Pueblos Perdidos con otros textos de Gil Blas Tejeira, particularmente con Campiña Interiorana (1956), emerge una relación simbólica que está formada por el paraíso, el pueblo y la juventud. El pueblo es joven e ingenuo. Esta afirmación aunque parezca evidente, sobre todo para las ciencias sociales, cuyos paradigmas teóricos ya están codificados en la dicotomía Gesellschaft und Gemeinschaft, no llega a dilucidar el peso textual de la vida individual de un autor, en este caso de Tejeira, en la producción de su obra. Si hay un autor, cuya obra está intervenida por la nostalgia y la ausencia de lo perdido, es precisamente en Tejeira. Pero es una nostalgia que no se elabora a partir de un mundo articulado en la esfera de las ideas, de un mundo posible e ilusorio, sino de un mundo vivido, existencial, un mundo efectivamente perdido de la vida cotidiana, un mundo que intervenido por las esferas de las ideas es romantizado o negociado con las ideas ilustradas. Tejeira da cuenta del peso de la modernidad, pero desde la-ausencia-de-lo-vivido. Y la relación de Tejeira con los poderes centrales, como el francés y el norteamericano, quienes intervienen en la construcción del Canal, está enmarcado dentro del proceso general de modernización que es impulsado por esos centros de poder político y económicos.

9 El problema central de Tejeira no consiste en oponerle un mundo a la modernización, como lo hace Ramón H. Jurado con San Cristóbal, pero sí hacer el catastro, registrar, catalogizar el mundo perdido. Y el mundo perdido es su propia juventud, período de su vida que transcurre en una sociedad tradicional, patriarcal, inmersa en fantasmagorías y supersticiones. El mundo que se pierde está caracterizado por el regionalismo, la estrechez social y cultural, donde un negro antillano, por ejemplo, que llega a Penonomé y que había estado – nadie sabía por qué y cómo – enrolado en la guerra de los Mil Días tiene que casarse con una ciega para adquirir mujer (1956: 35). Tejeira entra en la modernidad con la pérdida de su pueblo y su juventud, el desarraigo, pero, por otra parte, por su propia biografía personal, era un escritor de la modernidad, pues recorrió todo el país como maestro. Él conoció el Panamá de los pueblos, sin electricidad, sin maestros negros de inglés, sin el hielo, sin los barcos de vapor, en fin, el Macondo panameño. Pero es un mundo, además, que lo presenta casi sin conflictos sociales, sin guerras y celos familiares. Presenta a los pueblos perdidos en Campiña Interiorana con relación a la modernidad neocolonial que invade y penetra sus fronteras y que cambia los gustos y las palabras. Este es el conflicto, por ejemplo: que se siga cantando feliz cumpleaños y no Happy Birthday to you. En otras palabras, la situación neocolonial en Tejeira implicó la reconstrucción romántica de los pueblos perdidos, la lectura contraria de la modernidad – como parte de esa misma modernidad – que crea la ilusión paradisíaca de los pueblos perdidos. En este sentido, él da cuenta del impacto de la modernidad y, cuando llega a Chorrera, después de haber trabajado allí como maestro hacía algunos años atrás, escribe:

10“La Chorrera ha evolucionado mucho de entonces acá. Su calle principal es hoy de firme cemento. Hay buenas construcciones y los muebles modernos han substituido, en muchas casas, a los viejos taburetes que tanto abundaban antaño. La bombilla eléctrica ha desterrado al humeante farol que antes servía de objetivo a los enjambres de coleóptoros que realizaban bombardeos nocturnos en el poblado. Pero en mí subsiste con más grato el recuerdo del pueblo que conocí cuando llevaba conmigo el más preciado y fugaz de los tesoros: la juventud” (166, subrayado mío).

11 Esta última frase nos recuerda el poema de Rubén Darío Juventud, Divino Tesoro. La juventud, pues, como figura simbólica de la pérdida, ha sido un tema de recreación como mecanismo de recuperación y rechazo de la modernidad por los poetas modernistas hispanoamericanos. Pero esa juventud en el caso de Tejeira no solo fue una vida de ensueños y tampoco fue solo un recuerdo perdido y nostálgico. Es una juventud que también registra críticamente la transformación de los pueblos. En un pasaje de Campiña Interiorana se describe el arribo de la luz eléctrica a través del cine y presenta la dicotomía de la modernidad, porque, si por un lado, el cine implica una democratización del espacio público, en Penonomé los vecinos seguían estratificando la improvisada sala de presentación cinematográfica de acuerdo a su posición social por el tipo de sillas. Las familias de mejor posición social reservaban las entradas y dejaban transportar con la servidumbre sus sillas y sofás de mimbre. Y la película que veían una y otra vez era una película francesa “de un niño galo que en Argelia vencía por sí solo, gracias a su certero rifle de repetición, a todo un ejército de argelinos rebeldes contra la Metrópoli, armados de largas espingardas” (138).

12 Pero la inclusión de Panamá en la modernidad se hizo sentir amenazadoramente. Panamá no sólo había sufrido las innumerables guerras colombianas y especialmente la de los Mil Días que arruinó caseríos y economías, sino que también el Canal – por su posición estratégica – no estaba lejos de las guerras mundiales. Efectivamente, lo más corporal de esta inclusión, aparte del éxodo de gente que parte hacia la eonomía de tránsito y abandona sus cultivos, es el capítulo “Hambre sobre la Tierra” de Campiña Interiorana, porque allí nos dice que los pueblos perdidos de Panamá sufrieron hambre, no por la construcción del Canal o la Segunda Guerra Mundial, sino por la mala administración del gobierno de la capital de fijar cuotas de matanza de res para alimentar a las ciudades terminales de Panamá y Colón. En su propio pueblo, que fue Penonomé, nos describe ese hambre, donde los vecinos, que antaño habían vivido agradablemente, pasaron a la ley de la sobrevivencia6.

13 La novela Pueblos Perdidos, que se publica siete años después, da cuenta también de este abandono de las economías regionales – los pueblos de La Línea – por la economía de tránsito. En los pueblos de Campiña Interiorana se dibuja el Panamá que sufre el impacto de esa economía de tránsito y que no saca provecho de la situación neocolonial. En este sentido, Panamá es el pueblo perdido, la campiña interiorana lo es también. Y en Campiña Interiorana, por ejemplo, hay una versión romántica de esa modernidad – la construcción de la Idea de pueblo – que va hasta las fronteras de la xenofobia cuando en el texto se afirma: “en todo habitante de pueblo chico hay un repudio al extranjero” (265) ¿No estará pensando en Panamá, que es el verdadero pueblo perdido bajo su rostro romántico? ¿No será esta afirmación el otro extremo romántico de la también romántica afirmación de la integración paradisiaca de los pueblos de La Línea, especialmente, de Gatún en Pueblos Perdidos? ¿Y no será otra manera de hablar del Panamá que él desea? Al describir a los habitantes de Gatún en Pueblos Perdidos, afirma:

14“La gente era cordial y honrada. Había pocos blancos, abundaban los mulatos y predominaban los negros, todos en ejemplar integración. El escaso elemento extranjero estaba compuesto por algunas unidades antillanas y un chino dueño de una tienda de ultramarinos adicionada por una cantina y un patio donde se reñían gallos los domingos de la estación seca. José María, que era el nombre cristiano del asiático, se había unido a su mujer nativa y hablaba su español limpio de erres. Se había adaptado del todo al ambiente gatunero y se le tenía como miembro prominente de la colectividad” (74).

15 Gatún es un mundo romántico cuya integración es aculturada. No es tan siquiera transculturada como lo podría plantear por ejemplo un Fernando Ortíz, pues su Idea de cultura es una variante sofisticada de la ideología de la nación romántica7. Aquel es el mundo romántico que se pierde con la inundación de los pueblos de la Línea, un mundo al cual ha pertenecido la heroína de la novela María de los Ángeles con su hijo, resultado de su con el ingeniero francés que termina perdiendo la vida en Chile. Y es precisamente su hijo Camilo, que pasa a ser empleado del gobierno de los Estados Unidos, quien debe asumir la responsabilidad de decirle a los habitantes de Gatún que deben abandonar sus tierras y que a cambio recibirán una compensación del gobierno norteamericano. Por supuesto, hay resistencia de los gatuneros, pero no va más allá de un suicidio, y es el hijo de la centroamericana quien anuncia la inundación del mundo romántico: Gatún, que es una isla artificial, será cubierta con tierra.

16 La modernidad en Pueblos Perdidos se presentó como un arca de Noé. Se salvaban los que entraban en ella, no importara qué razones políticas o económicas tuvieran. Como el francés y el norteamericano, que deciden el destino de María de los Ángeles, los poderes centrales, primero Francia y, posteriormente, los Estados Unidos, eran quienes determinaban el destino de todo un país que había comenzado a ser República en la situación neocolonial. No debe pasarse por alto tampoco que, justamente, los hombres de María de los Ángeles son un ingeniero y un médico, no solamente figuras claves y necesarias para la construcción del Canal, sino de la modernidad en general en el cual la técnica y la ciencia desplazan el peso del letrado y del abogado, figuras tan características del Panamá colombiano y republicano. Además, el hijo de María de los Ángeles, ante la inminencia de la pérdida del mundo romántico, pregunta angustiado al futuro esposo de su madre, al médico norteamericano, lo siguiente:

17“-Doctor Simpson –balbuceó- Yo… usted no sabe… Mi madre es guatemalteca. Mi padre es francés. Yo nací en Colón bajo la dominación colombiana… Amo a Panamá y la considero mi patria. Pero no sé dónde localizarme. – Usted es panameño – opinó el norteamericano – y debe sentirse feliz de ser ciudadano de una república nueva que tiene un gran porvenir” (148).

18 Panamá que nace como República en la modernidad neocolonial coloca a Camilo en esta disyuntiva en cuanto a su pertenencia. Nunca se había hecho esta pregunta y solo se la hace cuando la modernidad neocolonial le obliga a preguntarse sobre su identidad, que no parte del discurso ilustrado, sino más bien romántico. Y la patria, para él, no es tierra, no es geografía, no es un localidad, como era (y es) para la tradición hispanoamericana de considerar la tierra como emblema de la patria. Es, antes que todo, un sentimiento de arraigo, es pertenencia a algo. Considera a Panamá como su patria, porque la ama. En Pueblos Perdidos este proceso desgarrante de transformación que ejerce la modernidad está doblemente dibujado, tanto por el diseño romántico-paridisiaco de Gatún, como por el embellecimiento de la presencia – civilizadora – francesa que fracasa en su proyecto de vencer la barbarie con la construcción del Canal. Porque efectivamente de lo que se trata es de culturizar tierras inhóspitas y gente que todavía vive y está en el estado natural rousseauniano del bon sauvaje, figura que se personifica en Martina la castellana, la negra empleada de María de los Ángeles – que también hay que sacarla del estado natural8.

19 El mundo de Gatún es un mundo donde se construye el estado natural, pero, sin que exista la comunidad comunista primaria, pues los gatuneros son pequeños propietarios de plantaciones bananeras y comercializan su producto con los intermediarios o agentes de Colón. Es una economía pre-capitalista, para no decir pre-moderna, donde no existe plusvalía, no hay división y racionalización del proceso de trabajo y administración, en fin, es una economía de subsistencia, que estaba destinada a desaparecer por la modernidad – la inundación. No había transición o inclusión. A los campesinos solo les quedaba vender sus tierras y, por supuesto, es interesante constatar que este pre-capitalismo entraba perfectamente con la especulación de la tierra – sobre todo impulsado por el francés – que aconsejaba a María de los Ángeles que comprara tierras a la orilla del Chagres para después venderlas a un buen precio ya sea a la Compañia Francesa del Canal o a los norteamericanos. Pero, además, el mundo de Gatún, su pre-capitalismo o su pre-modernidad, está muy bien caracterizado en la mentalidad del hijo de María de los Ángeles. Camilo, a pesar de lo inminente de la modernidad, no llega a separarse de la tierra o hacer otra actividad para la cual no ha nacido: ser agricultor. No hay que olvidar que Camilo es el panameño nuevo, el hombre nuevo que es resultado de esa modernidad neocolonial. El mundo – nostálgicamente – presencia el ocaso de lo romántico tradicional y asume simultáneamente un neoromanticismo arielista en el cual pueblos y razas unen sus destinos en la construcción del Canal.

20 Pero, ¿quién este este vástago Camilo? ¿Qué se propone? ¿Cuál es su ser? Camilo, como representación del panameño nuevo, es un hijo que no puede separarse del vientre materno, la tierra, la patria. Está pegado sentimentalmente a la tierra. No es el sujeto capitalista de las oportunidades, no es el sujeto de la movilidad capitalista y no piensa mucho menos en el negocio, en el riesgo. Vive a espaldas de la modernidad o no ve ninguna contradicción entre su mentalidad pre-capitalista y la modernidad. ¿No será esto precisamente la modernidad neocolonial en Tejeira? Quiere, eso sí, crear algo con sus propias manos – que es la crítica de la Entfremdung de la modernidad – pero su apego a la tierra es “existencial”, es su ser, y no llega a imaginarse a hacer negocios con (y en) la ciudad de Colón o Panamá. La tierra es su destino, su refugio, su ser. No llega a entrever verdaderamente las consecuencias y las posibilidades de la modernidad que entra y transforma el patio de su casa. Su posición frente a la modernidad es más bien pasiva y se refugia en la tierra como un oficio determinado por el destino. Por un lado, esta mentalidad pre-capitalista, entonces, solo podía registrar con sorpresa –rnidad neocolonial en Tejeira? Quiere, eso sí, crear algo con sus propias manos – que es la crítica de la Entfremdung de la modernidad – pero su apego a la tierra es “existencialâ€