Ficha n° 2255

Creada: 22 septiembre 2009
Editada: 22 septiembre 2009
Modificada: 10 octubre 2009

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Autor de la ficha:

Georgina HERNÁNDEZ RIVAS

Editor de la ficha:

Felipe ANGULO

Publicado en:

ISSN 1954-3891

El despertar de la memoria: experiencia comunicativa del documental 1932, Cicatriz de la Memoria

Este ensayo da cuenta de la experiencia en la recepción del video documental 1932 Cicatriz de la Memoria, que aborda un tema fundamental de la historia sociocultural salvadoreña: la rebelión y posterior masacre de más de 10 mil personas ocurrida ese año en El Salvador. Más que contar la estructura del documental, se busca comunicar la experiencia dialógica de la memoria que el documental logró fomentar en una comunidad que por más de 70 años había respondido con silencios y miedo ante el tema, por la violencia que estos sucesos despertaban en los sobrevivientes, consolidando una la cultura del terror instaurada tras la masacre. Se trata de explorar las formas y repercusiones que implica transitar de una memoria individual doméstica (ya que de este suceso sólo se hablaba en el espacio de la familia) a una memoria que ocupa espacios públicos a partir de la recepción del documental en cine foros abiertos.
Palabras claves :
Memoria colectiva, Memoria histórica, Masacre de 1932
Autor(es):
Georgina Hernández Rivas
Fecha:
Septiembre de 2009
Texto íntegral:

1
h4. Antecedentes

2La noche del 22 de enero de 1932, al tiempo que varios volcanes entraban en erupción, miles de habitantes de la zona occidental de El Salvador, se levantaron y tomaron el poder local en Tacuba, Juayua, Sonzacate, Nahuizalco e Izalco. Controlaron carreteras, cortaron las comunicaciones y trataron de tomarse el cuartel de Sonsonate y Ahuachapan. Dieron muerte a unas 20 personas a sangre fría o en combate. También saquearon las tiendas de los poblados tomados.

3En un lapso de tres días, el ejército gubernamental, apoyado por milicias civiles, sofocó la rebelión. Durante las siguientes semanas las tropas dieron muerte a sangre fría a miles de supuestos “comunistas”. En ciertos pueblos como en Izalco y Nahuizalco la represión fue indiscriminada, siendo fusilados casi todos los varones mayores de doce años que no lograron huir. La persecución duró más de un mes y al menos, fueron diez mil los fusilados1.

4Las primeras interpretaciones históricas sobre la insurrección y posterior masacre sucedida en 1932, provenían inicialmente de periodistas2 de la época que contribuyeron a crear y reforzar el mito de “haber salvado al país de las garras del comunismo”. Esto creó un estereotipo que condenaba bajo la categoría de comunista a todo el que participó y murió en manos de las milicias de época. En parte, toda la articulación estatal para mantener este mito, sirvió para generar un sentimiento de vergüenza entre los sobrevivientes, que rápidamente fueron doblemente discriminados y marginados por ser indios y comunistas. El tema pasó a la historia como un glorioso suceso en el que el dictador de la época, General Hernández Martínez, con su férrea política anticomunista y sus posteriores políticas de asimilación, contribuyó a enrumbar a El Salvador por la vía de la modernización, y en el que el problema indígena y de la incursión ideológica del comunismo fue solventado por la vía de la exterminación. Esto permitió ocultar las tensiones locales entre ladinos e indígenas que se habían arraigado desde la confiscación de las tierras comunales producto de políticas liberales a finales de siglo XIX, que dejaron en la marginación y la pobreza al indígena y campesino ante la carencia de tierras para sus cultivos de subsistencia, y generó nuevas relaciones sociales a partir de dinámicas de movilidad y trabajo, como la aparición de colonos en las pujantes haciendas cafetaleras de la nueva élite agroexportadora.

5La crisis económica internacional de 1929 provocó un fuerte golpe a la industria agroexpotadora basada en el monocultivo del café y promovió un descontento generalizado de los pobladores del occidente del país que se empleaban como colonos en los beneficios de café y que se vieron afectados por la baja de salario en la jornada laboral producto de la crisis. Este descontento motivó la organización de la población que, en la noche del 22 de enero de 1932, con palos y corvos se tomó las alcaldías locales de varios municipios del occidente del país. El gobierno de turno bajo la presidencia del general Maximiliano Hernández Martínez, quien hacía un mes había llego al poder por la vía de un golpe miliar, respondió reprimiendo a los insurrectos ayudado por las élites cafetaleras y ladinos locales, que alentaron a realizar una masacre selectiva sobre la población indígena con quienes tenían tensas relaciones por ejercer el poder local. El dedo acusador de la violenta insurrección se posó sobre el indígena campesino, sobre el cual se construyó una imagen de traición frente al patrono por su acción de sublevación. También se relacionó al indígena con el atraso cultural, en una nación enrumbada ya en el camino del progreso y la modernización y que se definía a sí misma como mestiza. La masacre dejó al menos 10 mil campesinos e indígenas muertos, en su mayoría hombres y niños mayores de doce años. La persecución se prolongó por más de tres meses, y el terror dejado sobre los sobrevivientes instauró una cultura del terror que pervivió por más de 70 años, reactivándose nuevamente a las puertas de la guerra civil de los ochentas, en la cual volvieron a aparecerlos fantasmas del comunismo persiguiendo nuevamente al campesinado.

6La guerra civil de los ochentas y la situación de persecución y muerte previa a la toma de las armas, hizo que resurgiera la mirada sobre la región que otrora había sido ubicada como lugar de la gesta comunista. Las primeras acciones de las fuerzas militares gubernamentales fueron dirigidas a realizar masacres selectivas en los mismos lugares que en los años 30 quedaron como fosas comunes de indígenas y campesinos3. Los jóvenes se preguntaban por qué sus abuelos les insistían con vehemencia en desistir de participar o de organizarse. Estas preguntas se contestaban en la intimidad de los hogares, denotando el temor que los sobrevivientes o sus decendientes aún sentían, refiriéndose a la muerte dejada en la época “de la bulla del comunismo”.

7Tras la finalización del conflicto armado de los ochentas y con la firma de los acuerdos de paz en 1992, se crearon espacios que permitieron construir un ambiente de conciliación que abrió el diálogo a temas de reparación moral de las víctimas del conflicto armado, gracias a las recomendaciones que la Comisión de la Verdad hiciera a las partes firmantes de los acuerdos. Muchos cambios institucionales se empezaron a percibir: antiguos aparatos represivos como la Guardia Nacional se sustituyeron, y surgieron instancias como la Procuraduría de Derechos Humanos, que velaría por evitar que hechos de violaciones a esos derechos ocurrieran, fomentando así una cultura de paz. Las reformas llegaron también al ámbito de la educación, al crear una reforma educativa que permitió cambios en el currículo estudiantil. Se integraron temas de la historia reciente de El Salvador a los programas educativos, y así fue como un grupo de historiadores se propusieron deslegitimar algunas ideas que se habían generado sobre el suceso de 1932, interesándose por ejemplo en la carga ideológica que existía en la manera como se había abordado el suceso obviando en parte las implicaciones culturales que este fenómeno había dejado. El documental 1932, Cicatriz de la Memoria se ubica dentro de esta corriente historiográfica, que reveló nuevas formas de interpretar este suceso.

El recurso visual en la memoria

8En 1998 el Museo de la Palabra y la Imagen4 emprendió una investigación en el occidente del país sobre el levantamiento y posterior masacre ocurrida en 1932, un fenómeno social ahora reconocido como un etnocidio, por tomar tintes étnicos como la persecución y muerte principalmente de la población indígena. La investigación buscaba rescatar testimonios de quienes participaron activamente en la insurrección, así como de aquellos que sufrieron sus efectos. Carlos Henríquez Consalvi y Jeffrey Gould se internaron en los cantones buscando sobrevivientes que brindaran sus relatos. De esta manera se fue desarrollando un trabajo de historia oral que contrastado con fuentes documentales que aportaron una interesante interpretación del fenómeno. Durante dos años se realizaron alrededor de doscientas entrevistas en las que brindaron sus vivencias sobrevivientes afectados inclusive quienes formaron parte de las milicias de las guardias civiles de la época y a mujeres y hombres que en ese entonces eran niños. Hay que precisar que estas memorias eran bastante lejanas en el tiempo (66 a 68 años después de los hechos), y que la gran mayoría de los testigos eran niños o adolescentes durante la rebelión.

9El producto final fue el documental 1932, Cicatriz de la Memoria. El presente artículo trata de indagar cómo este material audiovisual se vuelve un producto discursivo a partir de la experiencia del espectador, y las lecturas y acciones que generó principalmente dentro de las comunidades de los testimoniantes. Estas experiencias se sistematizaron a partir de una serie de cine foros dentro de las comunidades mismas, o en otros espacios públicos que antes habían sido negados a los indígenas y que poco a poco se fueron ganando5. Las acciones allí percibidas y los discursos de acercamiento tras el documental se volvieron un rico campo para describir desde los estudios de identidad y memoria y las formas de apropiación que sugieren.

10Es aquí donde se retoma el papel de la antropología visual6 como campo de interpretación de los significados que el espectador aporta al visualizar el material en el que fue etnografiado, y se entra a un dominio poco explorado y sobre el que no se ha teorizado lo suficiente: “el del papel del espectador” que precisa ser observado también con la mirada antropológica, pues es pieza importante en la cadena de la experiencia visual El papel del espectador es considerado un hecho social, inmerso en un contexto cultural y un momento histórico, susceptible de interpretación, mucho más cuando se le vincula con las representaciones sociales que el mismo espectador va recreando a partir del audiovisual7. Si la representación social se produce gracias a las significaciones que el sujeto forja en la mente sobre el objeto, el documental puede entenderse como objeto de representación, porque transmite significados que se construyen socialmente, al abrir un diálogo entre el audiovisual y lo que este significa en el presente del sujeto.

La memoria colectiva y los marcos sociales de la memoria

11La cultura del terror instaurada a partir del genocidio de 1932 determinó que durante 70 años la población de la zona occidental guardara silencio sobre estos sucesos, solo refiriéndose a ellos en el seno familiar, llegando asumir una especie de vergüenza ante la carga del estigma del indígena comunista que les alejaba de cualquier ejercicio crítico y público de lo sucedido. Fue a partir de los Acuerdos de Paz en 1992 y los cambios políticos y sociales subsecuentes, que se abrieron espacios para el desmoronamiento del silencio. Es aquí cuando se puede percibir la apertura de los que Maurice Halbwachs llama marcos sociales de la memoria, “que no son más que las referencias que como sociedad se edifican para poder evocar un recuerdo8”. Como contextos, los marcos sociales juegan un rol determinado en la construcción de la memoria, le dan un peso mayor a la participación individual en la construcción de la memoria colectiva9. La noción de “marcos sociales” nos ayuda a comprender cómo los recuerdos individuales pueden recibir una cierta orientación propia de un grupo. Por ello la construcción y mantenimiento de estos marcos sociales es importante, porque serán los que permitirán observar la articulación de memorias individuales dispersas.

12La memoria colectiva entendida por Halbwachs como un sistema de interrelaciones de memorias, donde la memoria individual siempre tiene una dimensión colectiva10, no se limita en este caso a generar una visión colectiva del suceso articulando los diversos testimonios en el documental. También permite a los espectadores –especialmente de los actuales miembros de las comunidades– crear un espacio de acercamiento a lo que antes solo obedecía a una memoria doméstica ejercida tímidamente en el seno de los hogares. Se buscaba con ello establecer un dispositivo de la memoria que permitiera que otras voces se unieran al juego de representaciones discursivas, bien sea aportando nuevos testimonios o planteando dudas y cuestionamientos frente a este fenómeno acallado, para generar así una conciencia crítica. Podemos sintetizar la intencionalidad de esta tarea de recordar, en el sentido práctico del filósofo Sixto Vásquez11, cuando dice:

13(...) vemos necesario el papel de la memoria histórica como práctica social para orientar su atención hacia el análisis de las acciones en que las personas nos implicamos al recordar: la manera como elaboramos versiones del pasado, la manera como interpretamos la memoria en nuestras relaciones cotidianas, y como hacemos uso de la noción de la memoria, la manera como la memoria nos sirve como vínculo relacional, la manera en que la memoria es utilizada como recurso argumentativo y como nos servimos de ella para trascender el pasado, utilizándola como dispositivo reflexivo y como elemento de confrontación con el presente.

14En ese sentido retomo el carácter dialógico de la memoria aportado por Bajtin cuando asevera que “la verdadera memoria histórica implica la elaboración de argumentos, explicaciones, interpretaciones, que interrogan, cuestionan, ratifican o defienden las construcciones que hacemos del pasado en una relación dialógica12.” Por tanto, al hacer memoria histórica, se están elaborando discursos ante un fenómeno pasado, del cual por miedo o imposición no se pudo discutir en su momento; se da un verdadero proceso de recuperación de memoria histórica cuando la comunidad trata de encontrar respuestas y explicaciones a estos sucesos. Este hacer juntos del proceso de la memoria histórica, sienta las bases de la construcción de memorias colectivas de los sucesos de 1932, y por tanto la identificación con una historia en común y la construcción discursiva y crítica de estos sucesos.

La experiencia de la memoria individual a la colectiva: La memoria toma la palabra

15El guión del documental trató de articular variados testimonios que bajo una voz en off integra cortas intervenciones de entrevistados de distintas zonas afectadas, quienes hablaron de las causas y consecuencias de la masacre. Esto ha permitido retomar el documental con un sentido didáctico en torno a la interpretación histórica. Los testimonios se refuerzan con fotografías de los masacrados, pruebas documentales visuales que permitieron una interesante relación de parte del testimoniante, quien al ver estas fotografías en el documental las tomaba como pruebas que validaban su testimonio.

16Las primeras percepciones dejadas por el documental se empezaron a sentir desde la relación que los entrevistados tenían con el tema durante la jornada de entrevistas en la etapa de producción: silencios, negaciones a participar y soyosos evidenciaban el miedo que aún setenta años después despertaba el tema. En esta etapa se efectuó un trabajo de campo intenso que generó relaciones de confianza con el entrevistado, para lo cual se requirió un constante trabajo con las redes comunales de vinculación de jóvenes líderes así como la implicación del grupo de investigadores en actividades cotidianas de las comunidades. Conociendo las implicaciones de estas memorias de la represión, la primera iniciativa de confrontación del testimoniante con el documental prefirió hacerse en su espacio doméstico, en donde familiares y amigos se acercaron como espectadores y dieron su opinión sobre la necesidad de hablar públicamente de estos sucesos. Luego la presentación del documental se hizo a nivel comunitario:, muchas veces se ocuparon espacios como iglesias o pequeños terrenos llanos que habían servido de fosas comunes durante la masacre. Fueron los mismos jóvenes líderes indígenas quienes se encargaron de las convocatorias, en las que se llegaron a contar más de cien personas. Mientras se transmitía el documental se escuchaban voces que reforzaban algún testimonio del documental, mencionando el caso de algún familiar que habían perdido, o asentían con risas nerviosas cuando veían en el documental un rostro conocido de algún anciano de la comunidad. Después del documental se abría la discusión y otras tantas voces se unían al entramado del recuerdo. En este contexto surge un proceso de identificación, como un “destapar la olla”, donde varias voces de ancianos sobrevivientes y descendientes quisieron sumarse al entramado de rememoración en los discursos públicos de los cine foros, aportando sus recuerdos, o relacionando ese momento histórico con las incidencias de su actual identidad étnica.

17La transición de la memoria individual conllevó en un primer momento a una especie de confrontación intergeneracional, ya que hubo un quiebre en la trasmisión del violento suceso, pues la generación correspondiente a los hijos de los sobrevivientes no recibieron ese traspaso, sin embargo, los nietos de estos, quienes después de la firma de los acuerdos de paz se organizaron para formar parte de organizaciones comunales, querían saber más sobre esas voces dispersas que hablaban de lo sucedido. Entonces en aquel primer momento surgió un sentimiento de deuda de unos y otros, con sus respectivos porqués de la no trasmisión. Lo interesante fue ver cómo las generaciones de jóvenes mayores de 30 años que contaban con algún conocimiento fragmentado del suceso, llegaron a dimensionar su magnitud, pues su conocimiento se limitaba a saber que un familiar o unos cuantos vecinos habían muerto en la masacre. A partir de ese momento la dimensión colectiva de la pérdida de algún familiar fue consolidando un sentido de pérdida colectiva que permitió tomar consciencia de la violencia de la masacre.

18El proceso de cambio frente a una actitud pasiva y de vergüenza producida por el miedo al estigma comunista, parece ser ahora un motor de organización de las nacientes organizaciones indígenas. La capacidad de crear discursos críticos a través de la visualización de este material hace pensar en el poder de la memoria histórica como generadora de una identidad que se forma con base en un cuestionamiento de su propia historia. Uno de estos cuestionamientos ha sido la marginalidad histórica a la que han sido sometidas las comunidades indígenas, donde se ha observado cómo el documental ha servido para articular los discursos reinvindicativos de las actuales asociaciones indígenas.

19En esa línea el documental ha servido para observar dentro del movimiento indígena variados encuentros de reflexión donde los sucesos del 32 son tomados como referentes de lucha y organización. Aquí los discursos de representación abren un campo interesante en tanto el documental se vuelve un producto cultural que crea una identificación en la articulación de discursos como acción social.

20Se observó una acción social materializada en la promoción de actividades públicas de memoria acompañadas de acciones de reinvindicación y acceso a ciertos espacios. Una de ellas ha sido la ya continua conmemoración de la masacre de 1932 en los poblados de Izalco y Nahuizalco, donde lugares cargados de simbolismo o lugares de la memoria como diría Maurice Halbwachs –lugares donde se ubican fosas comunes donde se dejaron varios cuerpos masacrados– anualmente son ocupados como palestra pública para exigir un esclarecimiento a los sucesos y conmemorar la memoria de familiares o vecinos. En esta línea de re-simbolizaciones, el 22 de enero se ha vuelto una fecha simbólica dentro del calendario, pues fue la fecha de inicio del levantamiento y la represión. En la conmemoración del 73 aniversario en 2005 se instauró esta fecha y desde entonces anualmente pobladores, visitantes y estudiosos se congregan en actos públicos de memoria que incluyen foros de discusión, voces de testimoniantes, exposiciones e intercambios. Otro de los logros ha sido la articulación de una Comisión de la Verdad para el esclarecimiento de estos hechos y la disposición de historiadores, antropólogos forenses y abogados entre otros para apoyar esta iniciativa.

21En la palestra pública se retoma el suceso de 1932 para reflexionar sobre la actual condición marginal del indígena, lo cual ha llevado a cuestionar diversas formas de exclusión de sus derechos sociales, económicos y culturales. A partir del año 2006 por ejemplo, se elaboró el primer informe alterno o informe sombra que se envió al Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial –CERD de Naciones Unidas–, donde se abordó la situación actual de discriminación vivida en el país, haciendo fuerte referencia a lo sucedido en 1932, y los prejuicios y estigmas usados para ejecutar la matanza y que han tenido efecto en actuales actitudes de discriminación. Además se elaboró un perfil de las comunidades indígenas en El Salvador en el que se evidencia la situación de marginación y pobreza en la que viven. También se exploran las actuales formas de representación de etnicidad de este grupo, lo que contribuye a visibilizar la existencia de esta población, contradiciendo así la visión homogenizante bajo la cual se concebía la nación.

Conclusión

22El documental 1932, Cicatriz de la Memoria fue retomado por las comunidades indígenas como un dispositivo de la memoria que hoy día permite observar articuladas propuestas en torno a sus derechos como pueblos originarios. El hecho de afrontar los discursos de manera grupal a partir reuniones en el seno de sus comunidades, creó una especie de solidaridad y vinculación con otros testimoniantes, permitiendo el tránsito de una memoria doméstica a una memoria pública que completa ese rompecabezas de memorias dispersas, consolidando una memoria colectiva, y dinamizando la transmisión intergeneracional entorno al suceso.

23La articulación de estas memorias dispersas que estaban a la sombra de una cultura del terror que se perpetuó por más de setenta años, a lo largo de sucesivos gobiernos militares, evidencia el necesario mantenimiento de estos marcos sociales de la memoria que facilitaron la confianza de los entrevistados para brindar sus testimonios. El silencio y el miedo guardado frente al fenómeno por parte de los sobrevivientes y descendientes permiten observar la estela de terror que un fenómeno violento puede dejar, y la difícil tarea de recuperarlos cuando no se cuentan con los marcos sociales propicios que generen esa confianza.

Bibliografía

24Joel Candau, Antropología de la Memoria (Buenos Aires: Nueva Visión, 2002).

25Thomas Barfield (ed.), Diccionario de ant