Ficha n° 2198

Creada: 05 junio 2009
Editada: 05 junio 2009
Modificada: 05 junio 2009

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Autor de la ficha:

Carlos Gregorio LÓPEZ BERNAL

Editor de la ficha:

Marta Elena CASAÚS ARZÚ

Publicado en:

ISSN 1954-3891

El pensamiento de los intelectuales liberales salvadoreños sobre el indígena, a finales del siglo XIX

Este artículo estudia el pensamiento de algunos intelectuales liberales de El Salvador a finales del siglo XIX en lo referente al problema indígena. Desde la década de 1870, y al marco de la llamada “revolución liberal”, en ese país se impulsó una serie de reformas encaminadas a facilitar la “modernización” política, económica y cultural. En ese contexto, el aporte de los intelectuales liberales fue muy importante, pues ellos se encargaron de marcar el rumbo hacia el cual debía orientarse la sociedad salvadoreña. El indígena ocupó parte importante de sus reflexiones. Sus visiones sobre el indio fueron a menudo contradictorias, pues intentaban conciliar realidades y puntos de vista discordantes. Por una parte el ideario republicano y liberal otorgaba a los indios el acceso casi irrestricto a la ciudadanía y los derechos políticos, pero las prácticas políticas de las elites liberales los condenaban a ser comparsas en los procesos electorales o aliados militares en las luchas por el poder. Pero el dilema mayor era cómo incorporar plenamente al indio al nuevo rumbo económico dominado por la agricultura de exportación y cómo “educarlo y civilizarlo” de manera acorde al modelo cultural occidental adoptado por la elite dirigente. Sobre estos temas se discutió mucho y se hizo poco, en buena medida porque educar al indio suponía invertir fuertes recursos en el sistema educativo, algo que nunca fue prioridad para los gobernantes. No es extraño entonces, encontrar voces desencantadas entre los intelectuales que vieron cómo sus ideas fueron simple barniz de modernidad, en un país que no estaba dispuesto a invertir en la mejora de las condiciones de vida de los indígenas.
Autor(es):
Carlos Gregorio López Bernal
Fecha:
Junio de 2009
Texto íntegral:

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  • Este artículo ha sido previamente presentado durante el simposio “Mitos y conversión en El Salvador y Centroamérica”, Universidad de El Salvador, octubre de 2008. Se trata de una versión ampliada.

Introducción

2En El Salvador, el último tercio del siglo XIX es un periodo de significativos cambios en lo económico (desarrollo de la caficultura y privatización de tierras corporativas), en lo político (ascenso al poder de la segunda generación liberal) y en lo socio-cultural (ascenso y consolidación en el poder de un grupo asociado a la agro exportación y adopción de modelos culturales contrapuestos a la tradición).

3Los intelectuales fueron actores importantes de ese proceso y participaron de diferentes maneras; como funcionarios de gobierno, académicos o políticos, concibieron propuestas, las debatieron y las justificaron ante la sociedad. Imbuidos en un pensamiento modernizante y eurocéntrico, reflexionaron sobre el indígena y buscaron maneras para incorporarlo a la modernidad y la nación en construcción.

4En este artículo se pretende revisar el discurso y las propuestas elaboradas por algunos de estos intelectuales, especialmente David Joaquín Guzmán, a fin de mostrar los espacios y maneras de inserción que los indígenas podían tener en la sociedad salvadoreña de aquel tiempo1. Se presta especial atención a los siguientes temas: agricultura, considerando no solo la propiedad de la tierra, sino los modelos culturales que sustentaban los cambios que se proponían. También se considera la educación, en tanto fue vista como un recurso de “civilización” y mejora social.

Implicaciones culturales de la privatización de tierras corporativas

5A la base de esas transformaciones estaban el añil y el café como principales productos de exportación, a los cuales se dedicaban en mayor o menor grado diferentes sectores sociales: empresarios agrícolas, pequeños propietarios, ladinos e indígenas. Hasta finales de la década de 1870, la creciente demanda de tierra había sido suplida por el mercado de tierras y la venta de “baldíos”; sin embargo, el creciente cultivo del café demandaba cada vez más tierras. Esta fue una de las razones que llevaron a la elite dirigente a decretar las leyes de extinción de ejidos y tierras comunales en 1881 y 18822.

6
El Salvador, exportaciones de añil y café, 1861-1896. (en pesos)

7

_AÑOS _AÑIL _CAFÉ
1861 1,980,600 36,000
1872 2,786, 576 489,300
1876 1,721,378 1,209, 362
1880 1,173,673 1,723465
1882 1,295,550 2,700, 804
1888 1,296,720 4,589,197
1889 1,347,108 3,545,764
1895 1,284,325 7,500,000
1896 979,990 7,568,399

8Fuente: Héctor Lindo-Fuentes. La economía de El Salvador , págs. 192-193.

Prolegómenos de un debate

9Aunque no lo parezca, hubo un debate  que en ciertos momentos fue más bien monólogo  en torno a las tierras en propiedad corporativa. Esta preocupación venía de mucho tiempo atrás; ya aparecieron en el marco de las reformas borbónicas y el pensamiento ilustrado. Adolfo Bonilla señala que existe un antecedente en el pensamiento de José Campillo quien en 1743 escribió un libro en el que abogaba por el desarrollo de la agricultura y la industria en los dominios españoles de América, para lo cual consideraba indispensable dar tierras en propiedad individual a los indios fuera de los pueblos, para que estos tuvieran incentivos económicos extras. Más tarde estas ideas fueron retomadas por la “Sociedad Económica de Amigos del País”, de Guatemala, la cual en 1797 premió en un concurso el trabajo del fraile dominico Fray Matías de Córdova titulado “Utilidades de que los indios vistan y calcen a la española” que abogaba por la integración de los indios a la economía, mediante una serie de medidas, entre ellas dándoles tierra en propiedad individual3. Estas inquietudes reaparecieron en los primeros años de vida independiente. Hacia 1824 Juan Manuel Rodríguez consideraba que al no tener la tierra en propiedad, los indígenas no la apreciaban debidamente, pero tampoco permitían que otros la cultivaran. Más enfático era otro articulista que el mismo año escribía: “…nuestro sistema actual debe abolir todo derecho particular porque no habiendo ya más que una clase de ciudadanos, todos con las mismas opciones, es muy justo que se nibelen (sic) todos a unos mismos goces y a unas mismas cargas4”. Sin embargo, para esos años las elites no tenían el convencimiento, la urgencia ni la fortaleza suficiente para impulsar transformaciones a fondo. Tocar las tierras corporativas implicaba retar a actores sociales que a lo largo del siglo XIX mostrarían una fuerte cohesión y alta capacidad de movilización política y militar; además de que en varias ocasiones esas movilizaciones fueron incitadas por facciones políticas de la elite o por caudillos5.

10
h4. El liderazgo de los cafetaleros en las orientaciones del debate

11Los términos del debate en torno a la tierra estuvieron marcados por varias líneas de discusión; para efectos de este trabajo se tomarán indistintamente las alusiones a tierras comunales y ejidales. En primer plano estuvo obviamente, la discusión sobre la idoneidad de la propiedad corporativa de la tierra para promover la agricultura de exportación y sobre si la existencia de este tipo de propiedad atentaba contra los derechos individuales. En un segundo plano, por lo tanto menos evidente, también se discutía si la extinción de ejidos y tierras comunales podría “acelerar” los cambios culturales entre la población indígena. Desde la década de 1860, se había tratado de sustituir al añil como principal producto de exportación. Hacia 1880, para los dirigentes nacionales  muchos de ellos cafetaleros exitosos o en vías de hacerlo  era claro que debía estimularse la expansión del café. En esa perspectiva, las tierras que no estaban en manos privadas, eran vistas como obstáculos a superar. No es de extrañar que la propuesta de ley para la extinción de ejidos haya sido presentada por Teodoro Moreno, para entonces diputado, pero ante todo cafetalero pionero en el departamento de Santa Ana. Moreno no dudó en afirmar: “La ciencia por otra parte, rechaza como nociva la sustracción de la propiedad territorial, y los ejidos nada producen a la nación y menos a los poseedores de ellos6“. Estas ideas venían fraguándose desde años atrás. A mediados de la década de 1870, Esteban Castro7 señalaba que uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la agricultura comercial en San Vicente eran las tierras comunales y ejidales, las cuales se dedicaban a cultivos de subsistencia o a la ganadería extensiva, restando mano de obra que los agricultores necesitaban; “vemos extensos y fértiles terrenos agotando su potencial productivo en robustecer al miserable huate… pero no es esto solo, sino que los cultivadores, sabiendo que con vender una carreta de zacate se sustentan el día, aunque muy miserablemente, lo pasan en la vagancia, y quizá entregados, muchos de ellos, a toda clase de vicios8”.

12En el ensayo de Castro aparece una contradicción que será recurrente. A pesar de que esas tierras no se dedicaban a cultivos comerciales, sí permitían a sus usuarios ganarse la vida sin necesidad de vender su fuerza de trabajo a otros. Como se verá más adelante, David Joaquín Guzmán intentó superar esta falencia argumentando que esa aparente comodidad tenía efectos negativos porque restaba iniciativa empresarial a los indígenas y los condenaba a vivir sin mayores comodidades y sobre todo sin aspiraciones de mejora.

13Los historiadores Aldo Lauria-Santiago y Héctor Lindo-Fuentes han demostrado que en realidad, las tierras comunales y ejidales sí fueron usadas para cultivos comerciales. Lindo-Fuentes señala que aun considerando las diferencias culturales, en realidad no todos los indígenas eran un obstáculo al crecimiento de la economía de exportación e incluso hacían esfuerzos considerables por cultivar café, además de que suplían los mercados locales9. En el caso específico de los ejidos es importante destacar que fue la municipalidad de Mexicanos la primera que tomó medidas para incentivar cultivos comerciales en sus ejidos10. Vale señalar que este pueblo de origen indígena estaba situado en los alrededores de San Salvador, el centro político e intelectual del país, condición que pudo incidir en su decisión. Entonces, es claro que el argumento de que las tierras corporativas eran un obstáculo para el desarrollo de la agricultura de exportación y específicamente de la caficultura no tenía sentido. Es obvio que el café funcionaría más fácilmente bajo un régimen de propiedad privada, especialmente en lo referente al crédito por la vía hipotecaria, pero hubo países con procesos diferentes, por ejemplo en Honduras, en donde ya entrado el siglo XX, el café se cultivó sin mayores problemas en tierras ejidales11.

14Quizá se ha sobre enfatizado la discusión sobre la viabilidad de las tierras comunales para el cultivo comercial y dejado de lado otras igualmente sugerentes. Aldo Lauria-Santiago insiste en que no debe verse la privatización de tierras al margen del imaginario político-liberal; para él es importante la insistencia de las elites en presentar a las tierras corporativas como remanentes coloniales que atentaban contra la igualdad de derechos consagrados por la constitución. Había ciudadanos que querían y necesitaban tierras y no podían tenerlas porque estas pertenecían a corporaciones de origen pre-republicano12. Una interpretación confirmada por Teodoro Moreno:

15“Los ejidos, como sabéis, señores, fueron creados para proteger a los hijos de esta tierra virgen contra las pretensiones de los conquistadores. Hoy, señores, no hay conquistadores, no hay diferencias sociales ante la ley13“.

16Los liberales argumentaron que los derechos ciudadanos colocaban a los indios en las mismas condiciones que los demás miembros de la sociedad, con lo cual se volvían innecesarios y obsoletos los mecanismos que anteriormente les otorgaban un status especial. De allí en adelante serían la capacidad individual y el trabajo los elementos que propiciarían el avance o el estancamiento de cada individuo.

17 Un aspecto que se ha dejado de lado, es considerar hasta qué punto el modelo de sociedad que se buscaba construir condicionaba las actitudes de los grupos dominantes hacia los indígenas. La discusión no se reducía a una cuestión de racionalidad o eficiencia económica. Hacia 1880 los referentes culturales de la elite económica e intelectual salvadoreña eran las naciones europeas14. Se creía que había llegado el momento de incorporarse a una era de progreso y modernización y todo lo que no fuera acorde a ello debía ser rechazado. La tierra era solo una parte —quizá la más importante— de un proyecto de modernización, que se proyectaba a otros campos de la vida social.

Civilizar el indígena: mestizaje biológico y cultural

18 La funcionalidad productiva de las tierras comunales y ejidales no fue debidamente considerada porque ellas eran vistas como muestra de un sistema arcaico que debía superarse. El interés de los cafetaleros por apoderarse de más tierras es innegable, pero una revisión de los escritos de los impulsores y defensores de tales medidas indica que, al menos en algunos, estuvo presente la preocupación por la incorporación de los antiguos usuarios de esas tierras a un sistema económico más moderno y eficiente que condujera a su paulatina civilización. Es por eso que David Joaquín Guzmán también insistía en que era necesario provocar cambios en la cultura indígena, de tal manera que pudieran incorporarse al estilo de vida que los nuevos tiempos demandaban:

19“Es un ser pasivo en el estado civil y social de nuestra sociedad á pesar de estar plenamente rehabilitado por las leyes de la República. Es necesario que el espíritu realmente liberal y humanitario de nuestras instituciones penetre por todos lados en el hogar del indígena, instruyéndole, sacándole de la apatía, y si es posible haciéndole desaparecer gradualmente en la masa de la civilización actual que es por una parte la suerte reservada á los vestigios espirantes (sic) de otras civilizaciones ya muertas y por otra la gloriosa misión encomendada al apoyo paternal de los gobiernos liberales e ilustrados15.”

20A lo largo de los años Guzmán insistió en que los cambios en la agricultura y la economía debían acompañarse de esfuerzos por fomentar la educación y “civilización” de los indios. Sin embargo, tres décadas después de los decretos de privatización de tierras comunales y ejidales, debió reconocer que los indios seguían resistiéndose a los cambios y continuaban aferrados a sus tradiciones, mismas que los liberales consideraban muestras de atraso. En 1916, Guzmán escribía para el “Libro Azul”: “Los indios son pertinaces en su empeño de no mezclarse con el elemento blanco… Aún se ven en las ciudades más pobladas y dotadas ya del movimiento vital del progreso, en los suburbios, indios que viven en miserables ranchos de paja exhibiendo sus antiguas costumbres16”. Curiosamente, Guzmán valoraba en mucho los logros de las civilizaciones indígenas precolombinas y no podía dejar de contrastar el estado actual de los indios con aquellos del pasado17. La causa de esa “involución” o “degeneración” la encontraba en el opresivo régimen colonial que marginó y sobre explotó al indio, negándole además los derechos políticos; “Las leyes y las costumbres de entonces los tenían relegados a una situación que los hacía casi odiosos y réprobos a la sociedad”. Curiosamente, a casi un siglo de la independencia, la “rehabilitación” del indio seguía pendiente, y si bien es cierto, Guzmán había dado la receta para lograrlo, la cual incluía mestizaje, educación, civismo y moral, nunca se hizo un esfuerzo sistemático por aplicarla18. Las propuestas de Guzmán, dejan ver una preocupación recurrente por “civilizar” al indio. Sin embargo, la poca acogida que estas tuvieron entre la elite gobernante y la resistencia de los indígenas al cambio, provocaron que este volviera la mirada hacia otro actor social: el ladino. Las diferencias son elocuentes; desde los contrastes en la apariencia físicas hasta las aptitudes, favorecen al último. Dice que los indios tienen un semblante “angular, serio, taciturno, sin simetría en la forma. Tienen un color bronceado oscuro; talla baja y cuerpo muy sólido, pelo liso y negro, barba escasa o ninguna. Las mujeres son más pequeñas; su tipo en general no es interesante y cuando son viejas es extraordinariamente feo”. Por el contrario, los ladinos son presentados como fuertes y sanos, “activos, inteligentes, de perseverancia notable en todo lo que emprenden. Son los que ejercer las artes mecánicas, las industrias liberales los oficios domésticos… Ilustrados, son los mejores y desinteresados patriotas, y un elemento útil al progreso del país”. Dice que las mujeres ladinas “son bien conformadas, de talla fina y flexible, con un modo elegante y lleno de gracia al andar; su donaire y gentileza ha sido admirada por los visitantes extranjeros. Su piel es trigueña y pálida, pero todo el semblante lo animan unos ojos, mezcla de la pasión española y el ensueño indígena19.”
Es claro que para 1916 las simpatías de Guzmán se decantan hacia los ladinos. Esta actitud, en realidad no es contradictoria; para este intelectual ser ladino equivalía a ser mestizo. Y el mestizaje fue una de las propuestas más vehemente impulsadas por Guzmán. Para la segunda década del XX el mestizaje ha aumentado, por lo tanto, sus ventajas son más evidentes, al menos a los ojos de Guzmán y seguramente de muchos que compartían su pensamiento. De este modo, Guzmán no duda en concluir:

21“Los ladinos tienen toda la energía del americano criollo y del europeo: son inteligentes, emprendedores y de una fantasía que las más de las veces les hace en la grandeza de su destino… Cuando se proponen algo es difícil que no lo realicen; dirigen fábricas o administran haciendas como forman la trama de una revolución o de un partido y muchas veces se elevan con rara audacia a los primeros puestos de la República, sin más mérito que la energía y la constancia, y por tanto, elevados a esas cimas, degeneran en dictadores crueles, creados por circunstancias fortuitas y por la apatía de los hombres ilustrados y progresistas del país20.”

22En general el balance sobre los ladinos es positivo; las últimas consideraciones simplemente hacen alusión a las falencias que Guzmán ve, no tanto en los ladinos, sino en el estado salvadoreño que no ha dado suficiente importancia a la educación, a inculcar los valores liberales y cívicos en la población y a la inadecuación entre el régimen constitucional vigente y prácticas políticas.

La educación en el proyecto liberal 1870-1900

23 Relacionar la propuesta intelectual liberal sobre educación con el tema indígena requiere ciertas consideraciones previas. En primer lugar hay que decir que este tema tiene dos vertientes, una es la que aparece en la producción intelectual, y otra la que emana de los gobernantes, ya sea como discurso o como acciones puntuales desde la práctica de gobierno. En el primer caso es posible encontrar abundantes reflexiones intelectuales en torno a la importancia de la educación para el desarrollo y la moralización de los pueblos; sin embargo, pocos autores hicieron propuestas concretas para mejorar la educación en El Salvador. Los gobernantes, presidentes y ministros de instrucción pública, generalmente coincidían con los intelectuales en torno a la importancia de la educación, pero pocas veces su discurso coincidía con sus acciones de gobierno; las asignaciones presupuestarias nunca fueron congruentes con los planteamientos discursivos. Vale señalar que pocas veces, intelectuales y gobernantes se referían directamente a los indígenas cuando trataban el tema de educación, generalmente los englobaban en genérico término “pueblo”. Por otra parte, el tema educativo se relacionó a diferentes ámbitos; por ejemplo el del conocimiento y habilidades para la vida práctica, pero también con la moral, los valores cívicos, y la secularización de la sociedad. De tal manera, la educación fue vista como una especie de panacea que ayudaría a atacar muchos de los problemas que enfrentaba el país. En un estudio pionero, Héctor Lindo-Fuentes considera que no fue hasta la década de 1870 cuando se hicieron esfuerzos más decididos por hacer del Estado el ente impulsor y regulador de la educación. Antes, esta dependió mucho de instancias descentralizadas, como las municipalidades y la Iglesia; situación que pudo tener entre sus causas la tradición colonial de financiamiento local de los maestros, la atomización del poder que siguió a la Independencia y las características del sistema fiscal21. En términos generales puede aceptarse esa afirmación, pero es preciso matizarla: cambios los hubo, pero fueron paulatinos y discontinuos. Por ejemplo, recurrir a las municipalidades para sostener y vigilar la educación de primeras letras, siguió siendo una práctica corriente aún después de la caída de Dueñas. Aunque en general los “liberales” propugnaron por la centralización, la carencia de recursos los obligó a continuar delegando la creación y sostenimiento de las escuelas en las municipalidades, quedándose con el control y la fiscalización. Los gobernadores eran los encargados de fiscalizar la buena administración de los fondos mediante las listas de contribuyentes y los estados de cuentas que los alcaldes quedaban obligados a presentar. Los gobernadores podían contar además con el apoyo de las Juntas Departamentales de Instrucción Pública, que para entonces ya tenían cierto protagonismo. Tres años después del derrocamiento de Francisco Dueñas, y en un momento en que los liberales todavía luchaban por anular la influencia del clero en la sociedad salvadoreña, se retomó el debate sobre la importancia de la educación, en la lucha c