Ficha n°83

CANO, Fernando


Cargo: Cura de Chimaltenango.

Nació: en la villa de Villavicencio de los Caballeros, León, España.

Murió: Se Ignora.

Padres: Se ignora.

Resumen: Fernando Cano no dejó muchas huellas en la historia centroamericana. Fue uno de estos padres "ejemplares" que cumplió los deberes de su ministerio puntualmente. Era originario de la villa de Villavicencio de los Caballeros, del Reino de Castilla la Vieja, y Obispado de León, Provincia de Campo. Llegó a Guatemala en mayo de 1775 con la comitiva del arzobispo Cayetano Francos y Monroy. El canónigo García Redondo afirmaba, en la información de méritos y servicios que se hizo ante la Real Audiencia, que conocía al cura Fernando Cano desde su infancia, pues estudiaron Latín juntos en la villa de Valderas, España, y era su "inmediato paisano".
Después de que Cano se ordenó de sacerdote, administró por casi un año la parroquia de la Ermita, y pasó casi otro año el curato de San Agustín Acasaguastlán como cura interino. Estaba allí cuando, el 24 de abril de 1785, recibió la denuncia de un clérigo de menores, don Juan Manuel Chacón, contra las prácticas judaizantes de un compañero suyo candidato también a la ordenación, denuncio que provocó un largo pleito inquisitorial. Cano volvió poco tiempo a la ciudad de Guatemala para acompañar a Francos y Monroy durante su larga visita pastoral de la diócesis, sirviéndole de capellán. De hecho mandó una carta desde el pueblo de Cubulco en el Quiché al Comisario de la Inquisición, para recomendar las calidades del denunciante don Juan Manuel Chacón, esto en marzo de 1786. De aquí pasó, al poco tiempo, a Santa Ana Chimaltenango, como cura interino. Posteriormente obtuvo la propiedad de la parroquia de Santa Ana, y tuvo que aprender el idioma del pueblo. La Audiencia de Guatemala le agradeció varias veces al cura Fernando Cano su tesón y dedicación a su ministerio, especialmente por el establecimiento «de la Escuela de leer y escribir en Castellano en Chimaltenango», en la cual había gastado parte de su dinero, movido por el buen deseo de dar a sus feligreses la mayor instrucción posible.
La confianza que le otorgó el arzobispo fue útil igualmente para recibir colación canónica de algunos ramos de capellanía. Por ejemplo, en 1805 gozaba de una de 1148 pesos. Se ignora la fecha de la fundación y también el nombre del fundador, sin embargo la capellanía estaba vigente, porque don Basilio de Olachea recibía el dinero desde el año de 1778, y los réditos estaban al corriente. De la misma manera gozaba de otra capellanía de 2000 pesos, fundada por don Alejandro Landos & su esposa Micaela Cortés, siendo fincada la capellanía en la hacienda de San Juan de Vista, municipio de San Vicente. Fue heredada la capellanía por el hijo don Felipe Landos y después por el Marqués de Aycinena, debido a la quiebra de la familia Landos. El Marqués reconocía los réditos. Aunque el documento menciona otros pequeños ramos, terminaremos este inventario con otra importante capellanía de 1250 pesos, fundada por don José Alvarez de la Fuente y su madre doña Catarina Esquivel, fincada en las haciendas de “Mayucaquín & Anchiz”, término de la Ciudad de San Miguel. Se fundó en memoria de don Pedro y don Esteban Alvarez, todos vecinos de dicha ciudad de San Miguel.
Fernando Cano mantuvo también una relación privilegiada con el canónigo Antonio García Redondo. De hecho cuando Cano redactó su testamento en 1800, sirviendo el curato de la parroquia de Chimaltenango, pidió a García Redondo, al mismo tiempo, ejecutar su última voluntad y recuperar sus bienes después del fallecimiento de su madre. En esta misma época tenía una casa en la ciudad de Guatemala de bastante valor, pues había por lo menos un censo de 420 pesos, por lo cual don Fernando Cano pagaba cada año 21 pesos a la orden de la Concepción. Entre los que declararon en su información de méritos y servicios se destacan el Dr. don Joseph del Barrio, don Antonio Aguado de Mendoza; el testimonio más abundante fue el de don Tomás de Moreda y Ramírez. Este último consideraba al cura Cano como el «más sobresaliente» de gran cantidad de párrocos que había conocido en las provincias de Suchitepéquez, Quezaltenango, Totonicapan, Sololá y Chimaltenango. Pues el cura Cano, diaria y personalmente «en los corredores de su casa, temprano, enseña en castellano a más de cuatrocientos jóvenes indizuelas, después de haberles hecho oír la misa conventual y dicho en alta voz los actos de fe, esperanza y caridad; y por la tarde, a otros tantos jóvenes indizuelos cuando vuelven de los trabajos a que sus padres los destinan.» Además, los sábados por la tarde hacía concurrir al salve, entonado por él mismo, que se cantaba en la iglesia en honor a la virgen. Los domingos, en la misa mayor, predicaba la doctrina del Evangelio con claridad y sencillez para que la entendieran sus feligreses; por la tarde salía a la calle con los 400 muchachos de la escuela que concurrían a la doctrina, «y un considerable número de ladinos, indios e indias que, a su ejemplo, les siguen cantando el Rosario, y dirigiéndolo con una devoción edificante». Así, el testigo sigue magnificando la labor del cura Cano, tanto en la enseñanza de las primeras letras como en su ministerio, al punto que manifestó que había observado «todas estas bellas circunstancias sin la más leve intermisión, antes bien cada vez más empeñado en el adelantamiento de las virtudes de sus feligreses, y que su conducta es de las más cristianas, arregladas, caritativas y desinteresada.»


Autor de la ficha: Christophe BELAUBRE

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