Ficha n°152

Una república agraria

Categoria: Libro

Autor: Lauria-Santiago Aldo
Lugar de Publicación: San Salvador
Editorial: CONCULTURA
Fecha: 2003
Breve comentario sobre la obra: En este interesante libro, Aldo Lauria centra su atención en la tenencia de la tierra, la producción del café y la política de las comunidades campesinas en el período 1821-1930. De acuerdo a Aldo Lauria la tenencia de la tierra en El Salvador durante el siglo XIX estaba dividida en tres partes: las tierras privadas (haciendas) las tierras baldías y las tierras del común.
La investigación de Lauria- Santiago establece un diálogo con tres clases de estudio sobre la historia latinoamericana. Primero, se nutre de los estudios de la sociedad agraria poscolonial, segundo, analiza la política campesina y la formación del estado durante el siglo XIX y en tercer lugar aporta a la discusión sobre el impacto de la producción del café en la estructura de clases y el poder estatal en América Latina.
De acuerdo a este historiador la postura política del campesinado, tamizada por innumerables estructuras locales, regionales y nacionales, contribuyó a determinar las iniciativas y reacciones de los campesinos ante las diferentes transformaciones del período en estudio. En ese sentido el trabajo de Aldo Lauria centra su atención en el papel que jugó el campesinado salvadoreño durante el siglo XIX y las primeras tres décadas del siglo XX.
En el capítulo uno Lauria-Santiago ubica al lector en un adecuado marco geográfico y en un muy bien documentado estado de la cuestión sobre los estudios historiográficos del agro salvadoreño.
En el capítulo dos, Lauria-Santiago establece que tanto la agricultura de subsistencia como la agricultura comercial se expandieron. En ese sentido, el legado dejado por la colonia fue un campesinado fuerte y heterogéneo de ladinos e indígenas que, por un lado, estaban vinculados a las actividades comerciales, pero a la vez eran protectores de la autonomía política y de los recursos locales.
En el capítulo tres, el autor hace énfasis en la expansión de las tierras del común después de la independencia. De acuerdo a Lauria-Santiago las tierras controladas por las municipalidades y las comunidades se expandieron a expensas de las haciendas y las tierras estatales. Antes de la década de 1880, la mayoría de comunidades campesinas tenía suficientes tierras para sostener una importante producción en manos de campesinos.
En el capítulo cuatro, estudia la estructura social campesina en algunas regiones del país, especialmente en el occidente. Según Lauria-Santiago, los campesinos se organizaban en torno a comunidades o gobiernos municipales con su propia identidad local y étnica o dependían de estos organismos para asegurar su subsistencia y la producción comercial.
El capítulo cinco, el autor establece que el poder estatal estaba mediatizado por el poder local. Los pueblos y las comunidades indígenas constituían la base más sólida de poder. Y es que durante el siglo XIX, campesinos y artesanos lucharon por alcanzar cuotas de poder e influyeron significativamente en la formación del estado-nación salvadoreño. Lauria-Santiago intenta en este capítulo esclarecer las relaciones entre procesos locales y nacionales. Algo muy novedoso en la historiografía salvadoreña.
El capítulo seis estudia el impacto del café en la mano de obra, la tenencia de la tierra y la formación de clases sociales entre 1850-1910. Este capítulo es sumamente importante, por la significación del café en la historia salvadoreña y los mitos que se han creado alrededor del mismo. Lauria-Santiago analiza las relaciones entre los prestamistas y los productores de café. En alguna medida los grandes inversionistas controlaron el negocio de la caficultura al combinar las ganancias de la producción, el beneficiado y la exportación. Al mismo tiempo servían de banqueros para numerosos pequeños productores. Sin embargo, el autor considera que a pesar del control del negocio de exportación por unos pocos comerciantes, esto no impidió la participación de numerosos comerciantes en pequeño.
De acuerdo a Lauria-Santiago para 1915, las familias más acaudaladas ya estaban bien establecidas, generalmente estas familias combinaban la producción con el beneficiado y la comercialización. El impacto de estas elites sobre otros sectores sociales se expresó a través de su control del crédito, el beneficiado y la exportación del café más que por el cultivo de este producto.
En el capítulo siete analiza el proceso de privatización de las tierras comunales y municipales y su impacto en las decenas de miles de campesinos, agricultores y empresarios que poseían este tipo de tierras. Según Lauria-Santiago, la decisión de privatizar la tierra tuvo múltiples orígenes y motivaciones. Sin embargo, esta no se proponía destruir la tenencia campesina de la tierra, sino consolidarla y orientarla hacia la economía del mercado. Desde luego que en ese proceso ciertas familias salieron más beneficiadas que otras; en tanto lograron adquirir más y mejores tierras. De acuerdo a Lauria-Santiago hubo una transferencia masiva de los derechos de propiedad, en su mayor parte a campesinos y pequeños agricultores, pero también a la emergente elite empresarial, especialmente mediante subasta o venta de tierra de extensiones de tierra ociosa a inversionistas comerciales, hacendados y especuladores.
En el capítulo ocho, el autor analiza las importantes diferencias entre la privatización de las comunidades y la de los ejidos. Además estudia el papel de lo étnico y del contexto local en el establecimiento de la propiedad individual dentro del entorno de un capitalismo agrario en expansión. El autor indica que la partición de las tierras comunales fue, en general, más conflictiva que la abolición de los ejidos municipales. Pero, lo más importante fue el hecho de que la privatización de las tierras comunales debilitó la organización interna y la cohesión de las comunidades campesinas de carácter étnico.
El libro de Aldo Lauria-Santiago, al igual que el de Héctor Lindo-Fuentes reseñado en esta misma edición y los trabajos de otros investigadores como Erik Ching y Patricia Alvarenga inauguran una nueva historiografía salvadoreña, fundamentada en un mayor uso de fuentes y en marcos teóricos de alto vuelo. Podríamos decir que con estos autores se inicia un verdadero diálogo entre las interpretaciones que se hacían de la historia salvadoreña hasta antes de los años ochenta y posterior a esa década. Inaugurándose así, un parteaguas entre las interpretaciones de viejo aliento marcadas por ideologías de derecha o de izquierda y nuevas interpretaciones con mayor fundamento académico y científico.


Autor: Ricardo ARGUETA