Ficha n° 373

Creada: 2 April 2006
Editada: 2 April 2006
Modificada: 25 August 2007

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Autor de la ficha:

Carlos Gregorio LOPEZ BERNAL

Editor de la ficha:

Christophe BELAUBRE

Publicado en:

ISSN 1954-3891

Inventando tradiciones y heroes nacionales: El Salvador (1858-1930)

A partir del concepto de "Tradiciones inventadas" se estudia cómo la elite liberal de El Salvador usó las efemérides, el culto a los símbolos patrios y la estatuaria como recursos para inculcar entre la población urbana una "religión cívica" que coadyuvara al desarrollo y fortalecimiento del patriotismo y de un sentido de identidad nacional. Inicialmente estas iniciativas surgieron de las esferas oficiales, pera ya para inicios del siglo XX, eran impulsadas por otros grupos, entre los cuales destacaron los artesanos y obreros. Parte importante en estos esfuerzos fue la creación de un héroe nacional. En un principio se optó por el caudillo hondureño Francisco Morazán, pero con el tiempo este fue desplazado por el salvadoreño Gerardo Barrios, quien en realidad llegó a ocupar este puesto no tanto por sus méritos, sino porque en las filas liberales no existían candidatos más idóneos.
Autor(es):
Carlos Gregorio López Bernal
Fecha:
Abril de 2006
Texto íntegral:

1

2 En El Salvador la idea de nación como una “comunidad política imaginada1” fue concebida primeramente entre las elites liberales del último tercio del siglo XIX. Aunque esta propuesta no logró una articulación coherente hasta bien entrado el siglo XX, desde un principio se trató de inculcar en los sectores populares un sentido de pertenencia y lealtad hacia esa comunidad2. En el fondo esta era una forma de consolidar y darle legitimidad a un orden político ya existente. En este proceso fue muy importante el trabajo de los intelectuales liberales, en tanto que fueron ellos los encargados de elaborar el discurso nacional que buscaba interpelar a las masas populares.

3 El historiador inglés Eric J. Hobsbawm, al estudiar la forma cómo las elites hacen llegar su discurso nacionalista a las masas, usa el concepto de “tradiciones inventadas”, las cuales define como: “Un conjunto de prácticas regidas por reglas manifiestas o aceptadas tácitamente y de naturaleza ritual o simbólica, que buscan inculcar ciertos valores y normas de comportamiento por medio de la repetición. Es esencialmente un proceso de formalización y de ritualización que se caracteriza por su referencia al pasado, aunque sólo sea por una repetición impuesta3.”

4Hobsbawm considera que el Estado territorial moderno por su misma lógica de funcionamiento; por ejemplo, centralización del poder, reclutamiento militar y recaudación de impuestos, necesita establecer vínculos directos entre los ciudadanos sometidos a su tutela, por lo que debe crear mecanismos que permitan inculcar en la población sentimientos de obligación y lealtad hacia él. Es decir, los vínculos tradicionales, como aquellos relacionados con la religión, la etnia o la familia, son desplazados y de ser posible supeditados a una lealtad suprema hacia el Estado-nación.

5 En este proceso de traslación de fidelidades es muy importante el papel de la “religión cívica”, inculcada entre la población por medio de diversos instrumentos, tales como, la educación, el ceremonial cívico, la estatuaria heroica y el culto a los símbolos patrios, fenómenos estrechamente vinculados con la invención de tradiciones y que fueron instrumentos muy usados por los liberales salvadoreños en las dos últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del XX. Hobsbawm señala que los tres elementos más efectivos en la invención de tradiciones son: la educación primaria, el ceremonial público y la producción masiva de monumentos.[4] De los tres, el menos favorecido en El Salvador fue la educación, dándosele mayor énfasis a los otros dos, lo cual no significa que se ignoraran absolutamente las potencialidades de la escuela.

6El culto a Francisco Morazan y la nostalgia unionista (1858-1882)

7 Al revisar las reseñas de las festividades cívicas que aparecían en los periódicos oficiales de la segunda mitad del siglo XIX el lector puede darse cuenta de que para esos años ya se hacían esfuerzos por usar el ceremonial cívico para crear en la población un sentimiento de adhesión patriótica. Las ceremonias llevadas a cabo en los gobiernos de Gerardo Barrios son una muestra muy interesante, especialmente los homenajes hechos en honor del caudillo liberal Francisco Morazán.

8 No obstante, hasta finales del siglo XIX los ideólogos liberales salvadoreños no habían logrado crear la imagen de un héroe nacional. Es más, en los discursos conmemorativos de la independencia pocas veces se individualizaba a los próceres, y se tendía a hablar de ellos en conjunto. Es decir, no se había creado un mito que personificara los ideales liberales y nacionales. No fue hasta 1882 que se contó con un monumento nacional, suficientemente apropiado para el ritual cívico que perpetuara la memoria de un héroe; sin embargo, este fue dedicado al caudillo hondureño Francisco Morazán, cuyos restos llegaron a El Salvador en 1849, procedentes de Costa Rica. El gobierno salvadoreño ordenó que se depositaran en la iglesia principal de Sonsonate, “mientras que, por decreto especial, se arregla la manera y forma en que deban ser conducidos a esta capital para colocarlos en el mausoleo correspondiente5.”

9 Los incidentes que se dieron alrededor de tales reliquias evidencian las encontradas pasiones que el caudillo generaba. Aún después de muerto Morazán estuvo expuesto a las vicisitudes de la política. Mientras los liberales veían en él un símbolo de sus ideales y luchas, los sectores más reaccionarios de los conservadores no escondían su animosidad contra el recuerdo de su antiguo oponente. Por unos años Morazán estuvo sepultado en Santa Ana en donde se le tributaron sentidos homenajes. En 1851 sus restos fueron trasladados a Mexicanos “por la amenaza de Carrera de tomar la ciudad heroica6“. En 1857 la Asamblea dispuso mandar a hacer un retrato suyo para colocarlo en el Salón de sesiones7.

10 Cuando Gerardo Barrios llegó al poder dispuso realizar la prometida inhumación de Morazán con la debida solemnidad. Así, entre el 14 y el 17 de septiembre de 1858 se realizaron las ceremonias cívico-religiosas en honor a Morazán. Para entonces sus restos estaban en Cojutepeque, y desde allí fueron trasladados a la capital el día 14. El batallón que los transportaba fue recibido en La Garita con una salva de artillería; el presidente Barrios salió a encontrarlos hasta la iglesia de Concepción, saludándolos con una salva de 21 cañonazos8. Las reliquias de Morazán eran transportadas en un carruaje negro tirado por dos caballos blancos enjaezados de negro, conducido por el Coronel Chica y escoltado por cuatro jefes militares que sirvieron bajo las órdenes del difunto General. En la Basílica se construyó una pira, en cuyo centro se depositaron las urnas. “Trofeos militares rodeaban el catafalco, en el que lucía el uniforme del Gral. Morazán, su espada de soldado y su bastón de autoridad suprema. El pabellón nacional ocupaba allí un lugar preferente, enrollado y con la corbata de luto conforme a ordenanza9“. Seguramente Barrios guardaba en su memoria las imágenes de ceremonias parecidas que debió haber visto en sus viajes por Europa y, aficionado a la fastuosidad como era, aprovechó esta ocasión para recrearlas.

11 El día 16 la bandera nacional estuvo a media asta y se disparó un cañonazo cada hora. La misa, oficiada por el obispo, tuvo lugar a las nueve de la mañana. El 17, al celebrarse la inhumación en el Cementerio General, el batallón de honor hizo tres descargas y se dejaron oír 21 cañonazos. El redactor de la Gaceta expresaba así su admiración: “No sé de que expresión pueda valerme para significar el silencio, la consternación y todo lo que parecía animar aquella lúgubre ceremonia, último testimonio de un pueblo entusiasta, acordado a los restos de su predilecto caudillo”.

12 Para entonces no se tenía bandera “nacional”, la que se usaba era la federal. Una bandera nacional fue creada en 1865 bajo la administración de Francisco Dueñas. El Congreso salvadoreño consideró que era “del todo irregular” que no se contara con una bandera y escudo de armas propios, dado que esto podría conllevar a una falta de identidad. El 28 de abril de 1865, Dueñas firmó el decreto que sancionaba los nuevos símbolos patrios, el cual fue publicado en “El Faro Salvadoreño”, del 8 de mayo del mismo año. El artículo 1 del referido decreto, decía: “El pabellón nacional se compondrá de cinco fajas azules y cuatro blancas… En el ángulo superior inmediato al asta, llevará un cuadro encarnado de una vara por lado, en el cual se colocarán nueve estrellas blancas de cinco ángulos salientes cada una, representando los nueve departamentos de la República”. El parecido de esta bandera con la de los Estados Unidos fue una de las más fuertes críticas que posteriormente se le hicieron. No obstante estuvo vigente hasta 1912.

13 El primer himno nacional fue escrito por don Tomás Muñoz en 1866 y dedicado a Francisco Dueñas. La música fue compuesta por Rafael Orozco, Director de la Banda Militar. Su aceptación oficial apareció en “El Constitucional” del 11 de octubre de 1866 y fue estrenado el 24 de enero del siguiente año10. Sin embargo, cuando los liberales llegaron al poder este himno cayó en desuso. Resulta interesante constatar que los primeros intentos por crear símbolos nacionales fueron realizados por los conservadores. Lo mismo sucedió con otros cambios que tradicionalmente se han atribuido a los liberales.

14 En 1879, Rafael Zaldívar comisionó al general Juan José Cañas y al napolitano Juan Aberle para que escribieran la letra y música de un nuevo himno nacional. Este fue rápidamente enseñado a los escolares capitalinos y estrenado el 15 de septiembre de 1879 con acompañamiento de la banda militar. Sin embargo, en 1891, bajo el gobierno de Carlos Ezeta, y para celebrar la victoria contra las fuerzas del guatemalteco Lizandro Barillas, el italiano Césare Giorgi-Vélez escribió una composición que tituló “El Salvador libre” que, instrumentada para banda, se cantó el 2 de mayo de 1891. En un decreto publicado en el Diario Oficial del 3 de junio del mismo año, el Ejecutivo la declaró himno nacional11. No obstante, cuando Ezeta fue derrocado se retomó el himno de 1879 que permanece hasta la actualidad12.

15 Hasta 1882 San Salvador careció de una plaza pública que contara con un monumento ante el cual pudiera congregarse el pueblo para celebrar las efemérides patrias. La Gaceta, al dar cuenta de la celebración del aniversario de la independencia en 1858, decía: “Terminada la función de Iglesia, la concurrencia… salió de la Catedral conduciendo la acta de independencia, en un carro adornado, y sostenido por dos genios, que fue colocada en el portal occidental de la plaza de armas donde quedó con una guardia de jefes y oficiales13.” En 1880, Zaldívar contrató a Francisco A. Durini para que elaborara el monumento a Francisco Morazán, el cual fue inaugurado en marzo de 1882. Curiosamente, Gerardo Barrios también fue parte de dicha celebración, pues en esa oportunidad se inauguró en el Cementerio General un mausoleo dedicado a su memoria, trasladándose allí sus restos que antes estuvieron en la iglesia del Calvario. Esto sería el inicio oficial de su mitificación.

16 La comisión nombrada en 1880 para levantar el monumento a Morazán comprendió la importancia de contar con un lugar más adecuado para el ceremonial cívico. En una carta enviada al Ministro de relaciones exteriores, decía: “Sería mejor colocar un monumento de esta naturaleza en una plaza pública central… lo cual contribuiría además a embellecer la capital de la República y será el primer monumento en su género que dará una prueba de nuestro adelanto social y de los patrióticos esfuerzos del país por honrar la memoria de sus grandes hombres14.”

17 A pesar de que en 1882 también se rindió tributo oficial a Gerardo Barrios, el grueso de la celebración estuvo dedicado a Francisco Morazán, y fue calificada por el Diario Oficial como “un acto de desagravio y de merecida justicia”, pues, el mausoleo que mandó a erigir Gerardo Barrios fue “en mala hora profanado por las huestes clericales de Carrera”, en 186315. La crónica del Diario Oficial, describía así la ceremonia: “Oyóse resonar el himno nacional salvadoreño, cantado por los niños de las escuelas… En medio de esas notas que aumentaban el entusiasmo y patriotismo del gran concurso se descubrió el monumento del gran caudillo, que fue saludado con estrepitosos aplausos, dianas militares y salvas de artillería16.”

18 Conocidos intelectuales, tales como Juan José Cañas, Román Mayorga Rivas y Manuel Barriere participaron en los actos. El historiador Rafael Reyes hizo una detallada descripción del monumento. El primer cuerpo sirve de base para cinco estatuas que representan las repúblicas de Centroamérica. La de El Salvador, junto con la de Guatemala, ocupaba la parte frontal, refiriéndose a la primera, Reyes dice:

19“Está de gala, satisfecha al consagrar un recuerdo al héroe, orgullosa, si se quiere, por haber merecido del mismo Morazán el honor de conservar sus restos, é interpretando el último pensamiento de aquel gran hombre, señala con mucha gracia al visitante la espada rota del General y el pabellón federal, como invitándole para que empuñe la espada, levante el pabellón y realice la deseada unión centro-americana por cuya santa causa hizo el General el sacrificio de su vida.”[17] Por su parte, la Cámara de Senadores decretó: “El día quince de Marzo se declara de hoy en adelante, gran fiesta cívica nacional18.” Además, el Ejecutivo considerando: “Que no hay en el Ejército de la República una marcha nacional”, decretó: “Se declara marcha nacional y toques de honor la “Marcha Morazán”, compuesta por el Coronel señor don Juan Aberle19 “.

20 Como se ve, la “invención de tradiciones” ya era evidente en el ceremonial cívico salvadoreño, los símbolos patrios y en la estatuaria heroica. Sin embargo, estas carecían de la coherencia necesaria para generar y fortalecer una verdadera conciencia nacional. Puede afirmarse que hacia 1882, aunque el poder estatal ya estaba bastante consolidado y el proyecto nacional oficial había tomado fuerza, aún persistía una añoranza de la unión centroamericana, situación incompatible con un auténtico sentimiento nacionalista, una de cuyas características es el ser marcadamente excluyente de cualquier forma de identidad que pueda minar la lealtad de los individuos hacia su nación. Aquí se evidencia el acierto de los planteamientos de Gellner y Hobsbawm, en el sentido de que el Estado antecede a la nación y que la consolidación de un Estado no garantiza de por sí la existencia de la nación20.

21 El optar por rendir tributo al caudillo hondureño puede interpretarse como un reflejo de esa nostalgia unionista y de la persistencia de las dudas sobre la viabilidad de El Salvador como nación, dudas que ya antes habían sido expresadas por el mismo Gerardo Barrios. Así lo evidencia el discurso del Presidente Rafael Zaldívar en el acto de inauguración del monumento a Morazán:

22 bq. “Conciudadanos: honremos la memoria de aquel esclarecido patriota, inspirándonos en las altísimas ideas y nobles sentimientos de su genio inmortal, y afiliémonos á la santa causa que él sostuvo, que es la del progreso y de la unión nacional, para que cuanto antes veamos realizado el más ferviente deseo de los salvadoreños, la reorganización de nuestra querida patria, Centro-América, y podamos agruparnos todos bajo el pabellón bicolor, que es la más gloriosa enseña de nuestra nacionalidad21.”

23 Los sentimientos nacionales de los gobernantes salvadoreños muestran una persistente ambigüedad. Se le dio más realce a Morazán que a Barrios y la idea de Centroamérica, como manifestación de la verdadera nacionalidad fue reafirmada. El discurso oficial que pronunció el Dr. Antonio Guevara Valdés, en el acto de inhumación de las cenizas de Morazán, concuerda exactamente con el pronunciado por Zaldívar.

24 bq. “Si el plomo homicida de la traición no hubiera cortado el hilo de su existencia, hoy nos veríamos formando una importante entidad política, fuerte en sus instituciones y considerada con respeto por las naciones extranjeras; mas hoy no somos más que parodias de naciones; formando tan solo cinco agrupaciones políticas que, separadas, nada significan en el concepto de las demás que pueblan el mundo22.”

25 Debe señalarse que estos llamados a la unión deben ser tratados con cautela. Para los líderes salvadoreños cualquier proyecto unionista siempre tendría como precondición no quedar sometidos al dominio de Guatemala. Es de suponer que una posición parecida tuvieron los guatemaltecos; de allí, las dificultades que inevitablemente surgían cuando se trataba este tema. Este es un tema que merece un estudio aparte. Lo cierto es que durante buena parte del siglo XIX los únicos Estados centroamericanos que tenían la capacidad para conducir la reunificación eran Guatemala y El Salvador, pero ninguno accedió a que fuera el otro quien tomara la iniciativa.

26Ahora bien, un detalle que debe tomarse en cuenta al estudiar las celebraciones cívicas de la década de 1880, es que en ellas ya era evidente el esfuerzo por usarlas como un medio para cohesionar la sociedad y aligerar las contradicciones internas. En este sentido, el editorial del Diario Oficial del 15 de septiembre de 1888, resulta muy sugerente:

27“Cualesquiera que sean las diferencias que separen á los ciudadanos, siempre existen recuerdos tan grandes, tan generalmente queridos, que tienen la propiedad de confundir en un solo sentimiento todos los corazones, en una sola idea todos los espíritus. Tales son los recuerdos de las glorias nacionales, de esas glorias en las cuales todos vemos algo que nos pertenece, que nos atañe; algo que enalteciendo á la generalidad, nos enaltece á nosotros mismos23.”

28 Recordar a Ernest Renan y su célebre conferencia de 1882 es inevitable al leer el anterior párrafo. La difícil relación memoria/olvido, tan importante para construir una nación, se hace aquí patente. Con pleno conocimiento del problema, Renan decía: “Ahora bien, la esencia de una nación es que todos los individuos tengan muchas cosas en común y que todos hayan olvidado muchas cosas24.” Ciertamente, que los salvadoreños tenían muchas cosas que olvidar, principalmente aquellos que habían sido afectados en sus intereses por las reformas liberales. Por supuesto, la tarea de reducir las diferencias y a la vez fomentar el legado de recuerdos por medio del culto cívico era asumida por el Estado, principal promotor de la invención de tradiciones25.

29El estudio de los homenajes tributados a Francisco Morazán permite adelantar algunas conclusiones. Hacia la década de 1880 los gobernantes y los intelectuales salvadoreños eran conscientes de la importancia del ritual cívico como un elemento cohesionador de la sociedad, que puede servir a la vez para promover entre la ciudadanía sentimientos de patriotismo y apego al orden republicano. La importancia que se le daba a tales ceremonias se evidencia en el esmero con que eran preparadas.

30Sin embargo, la promoción de las festividades cívicas recaía principalmente en las esferas oficiales. Participantes obligados en estas ceremonias eran las milicias y los escolares. No obstante, parte de la población urbana, encontraba en ellas posibilidades de esparcimiento, y quizá en alguna medida se lograba que los participantes se identificaran con los valores cívicos que los liberales pretendían transmitirles. Pero, en lo concerniente al aprovechamiento de estas “tradiciones inventadas” para el afianzamiento de una identidad nacional entre la población, en ningún momento se evidencia que exista una definición inequívoca de la nación salvadoreña, ni aun entre la elite dirigente. Más difícil es establecer el impacto que el discurso nacional pudo tener entre la población, pero fue preciso esperar unas décadas para que miembros de los sectores sociales subalternos como los artesanos y obreros se convirtieran en promotores de la religión cívica, acciones que vendrían a probar que el discurso nacional ya había calado hondamente en ellos.

31Cuando en 1880, los liberales se dieron a la tarea de construir un monumento cívico no optaron por dedicarlo a un “héroe puramente nacional”, sino que recurrieron al caudillo hondureño Francisco Morazán, el paladín de la unidad centroamericana. El denominador común en los discursos de los gobernantes e intelectuales de esos años es la persistente añoranza por la antigua unidad política, el énfasis en hacer ver la insignificancia y pocas posibilidades de las parcelas convertidas en Estados y la insistencia en que solo reunificando Centroamérica sería posible un pleno desarrollo y se podrían superar las limitaciones que agobiaban a la región en general y a cada uno de los Estados en particular. En todo caso resulta claro que aunque los dirigentes políticos estaban tratando de construir un discurso nacional, no tenían claramente definido un sentido de identidad nacional. A pesar de que ya se había logrado un significativo fortalecimiento estatal, todavía existían dudas sobre la viabilidad de El Salvador como nación independiente. Además, hasta 1921, cuando fracasó el último intento serio de reunificación, aún se creía que la utopía de la Patria Grande era posible.

32Gerardo Barrios: La invencion de un heroe nacional

33En 1882, cuando se inauguró el monumento a Francisco Morazán, también se rindió tributo a la memoria de Gerardo Barrios; sin embargo, el grueso de las celebraciones estuvo dedicado al caudillo hondureño. Hacia finales del siglo XIX empezó a tomar fuerza el culto a Barrios, pero fue hasta 1910 cuando se le elevó plenamente a la categoría de héroe nacional.

34A juzgar por el tono de los discursos pronunciados en 1882 en la inauguración del mausoleo dedicado a su memoria, se estaría tentado de pensar que la apoteosis de Barrios sería inmediata. En esa ocasión, el licenciado Manuel Herrera, destacó en su discurso la feroz pugna entre liberales y conservadores, cuyo clímax vino a ser el fusilamiento de Francisco Morazán. Hizo notar cómo Gerardo Barrios fue el llamado a continuar la gesta unionista del caudillo hondureño.

35“El General Barrios juró por aquella sangre generosa, seguir la senda que aquel mártir le dejaba; juró levantar el pabellón liberal; juró cumplir con el encargo que el General Morazán dio á la juventud salvadoreña; juró seguir el ejemplo de su jefe26.”

36Ser el continuador del ideal unionista de Morazán, y por ende el llamado a enfrentar el poder conservador en Centroamérica, fue el principal mérito que, en un primer momento, los liberales atribuyeron a Gerardo Barrios. Sin embargo, hasta finales del siglo pasado los homenajes tributados a su memoria no tuvieron mayor trascendencia ni continuidad. En 1887, el Diario Oficial daba cuenta de la celebración del aniversario de la muerte del General Barrios: “Verificáronse hoy a las 8 a. m. en la Iglesia del Calvario de esta capital, las honras fúnebres que la distinguida viuda de aquel personaje y sus numerosos amigos políticos acostumbran tributar todos los años á su esclarecida memoria