Ficha n° 2044

Creada: 18 octubre 2008
Editada: 18 octubre 2008
Modificada: 18 noviembre 2008

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Autor de la ficha:

Felipe ANGULO

Publicado en:

ISSN 1954-3891

La independencia de la América española

Jaime E. Rodríguez, La independencia de la América española, Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México, 2005 (1996), 472 p.
326
Categoria:
Libro
Autor:

Jaime E. Rodríguez

Editorial:
Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México
Fecha:
2005
Reseña:

1Sobre la independencia hispanoamericana se han producido numerosos libros y artículos. Sin embargo, desde una perspectiva política en la que los hechos y lo que dicen los documentos están por encima de la teoría, el autor de La independencia de la América española aporta una mirada original sobre esta coyuntura clave para comprender el nacimiento y posterior evolución de los países independientes del continente americano que estuvieron bajo el dominio español. Aquí se trata de la segunda edición de 2005 (la primera se editó en 1996).

2La obra está organizada en dos partes, la primera (capítulos I a III) referida a las interacciones entre España y América desde las reformas borbónicas hasta el colapso de la monarquía en 1808, incluyendo los importantes cambios políticos derivados de este hecho, es decir la creación de un gobierno representativo y el impacto que tuvo esta revolución política en España y América española. La segunda parte (Capítulos IV y V) revisa las diversas reacciones en las regiones americanas y el desarrollo del proceso que culmina con la emancipación.

3La tesis defendida Jaime E. Rodríguez plantea que el origen de la separación de los territorios americanos de la Corona española no debe entenderse como un levantamiento anticolonial sino como parte de “una revolución política en el mundo hispánico y de la disolución de la monarquía hispánica” (15). La independencia tampoco fue una fatalidad histórica que necesariamente tenía que producirse. No comenzó como proyecto separatista. El autor insiste a lo largo de la obra en que la primera intención de los americanos era alcanzar una autonomía que anhelaban de tiempo atrás, pero permaneciendo al interior de la monarquía. De hecho, como lo muestra el autor, la respuesta de las élites en América al colapso de la monarquía en 1808 –incluso con el apoyo de españoles residentes en América–, se basó en las tradiciones políticas y jurídicas españolas, más que en influenciada directa de la independencia angloamericana, la Revolución francesa o el liberalismo británico.

4Entre los aspectos más interesantes está el hecho de considerar con bastante detalle la situación política en la Península Ibérica y su repercusión sobre el desenlace de los hechos en la otra orilla del Atlántico. En realidad el autor comprende el mundo hispánico como una unidad que experimentó una radical y poco previsible revolución, un cambio que formó parte de la era de las revoluciones democráticas del mundo atlántico entre mediados del siglo XVIII y principios del XIX. Los españoles americanos reivindicaron la autonomía cuando colapsó la monarquía como resultado de la invasión napoleónica de la Península. Y esa dramática circunstancia condujo en primer lugar al “establecimiento de un gobierno representativo en el mundo hispánico” (26), lo cual se manifestó con la creación de un parlamento, las Cortes, y la proclamación de la constitución de 1812 que estableció un gobierno representativo. En este proceso participaron de manera importante representantes americanos.

5A partir del examen minucioso de los hechos y documentos de archivo y la prensa de la época, se valora con justeza las posiciones y acciones de los diversos grupos sociales frente a las luchas por el poder. En ese sentido, un valioso aporte de este trabajo es el esfuerzo por realizar una mirada crítica de las diversas interpretaciones existentes, aunque teniendo en cuenta la bibliografía existente.

6Aunque al final del proceso el resultado fue el mismo: la ruptura con España consumada en todo el continente americano a mediados de la década de 1820, la obra de Jaime E. Rodríguez muestra que la independencia fue cobrando forma poco a poco y de manera compleja, de acuerdo a las condiciones particulares de las sociedades de cada región, las luchas por el poder local en cada capital de virreinato o audiencia, en las provincias y ciudades americanas. El autor pone de relieve que las iniciativas políticas se tomaron básicamente a partir de las instituciones y tradiciones hispánicas: la “constitución” no escrita, la soberanía que recaía en el pueblo en ausencia del rey, el papel desempeñado por los ayuntamientos, los intercambios consensuales o conflictivos entre las élites americanas, las autoridades reales en América y sus homólogas en una España peninsular que atravesaba una profunda crisis.

7A nuestro juicio, llama la atención lo que podría calificarse de contradicciones entre los postulados generales de la obra y el desarrollo de la misma en los diferentes capítulos. Dice el autor en la introducción que “el discurso del Nuevo Mundo se basaba en la creencia de que sus territorios no eran colonias sino partes integrantes e iguales de la monarquía española.” (27) En la teoría y en la ley esto era así, pero esta tesis de igualdad no resiste ante la pregunta sobre dónde se situaba el poder político real de decisión y de gobierno sobre el territorio americano, sobre todo en las instancias más importantes del poder. La expresión “discurso del Nuevo Mundo” parece algo vaga: ¿de quién se trata? ¿existía un único discurso sobre América? Como lo muestra el mismo libro en los primeros capítulos, existía consciencia, tanto de los americanos como de la Corona y los altos funcionarios que la representaban en el Nuevo Mundo, sobre la diferencia entre las dos partes, que fue generando numerosas tensiones sobre todo como consecuencia de las reformas introducidas por los borbones en el siglo XVIII.

8Cuando el autor entra en el detalle de lo acontecido en España y en los reinos americanos a partir de 1808, se perciben importantes diferencias en el desarrollo del proceso político en ambos lados del Atlántico. Aunque es cierto que siguieron existiendo, en plena guerra civil o de independencia en América, fuertes vínculos entre España y el Nuevo Mundo, y hubo reacciones muy similares, como el rechazo unánime a la invasión francesa, la proclamación de fidelidad a Fernando VII, y la creación de juntas de gonierno en nombre de una soberanía que recaía en el pueblo ante la ausencia del rey legítimo. También hubo sectores importantes de las sociedades americanas que se mantuvieron fieles a las autoridades de España (si bien sus posiciones variaron), como los pardos y negros de Venezuela, los indígenas del Perú y el Alto perú, o parte de las élites criollas de Nueva España.

9Algunos ejemplos en los dos primeros capítulos, “La América española” y “La revolución en el mundo español”, muestran esa diferencia entre el postulado general y la demostración.

10En el siglo XVIII, el desarrollo económico estaba haciendo surgir en América una sociedad de clases en la que el origen étnico contaba cada vez menos. Incluso entre las élites y las clases medias, peninsulares y americanos tenían relaciones económicas y matrimoniales, por lo que “los factores socioeconómicos, más que el lugar de origen, determinaban su posición en la sociedad.” (39) Esta afirmación corrobora la idea de igualdad entre criollos y europeos, aunque referida al ámbito económico y social. Sin embargo en seguida el autor afirma que los mismos peninsulares creían en “su superioridad tanto racial como cultural respecto a los nativos del Nuevo Mundo” (ibid.); diferencias que aumentaban al competir por oportunidades comerciales o por puestos. Y concluye afirmando que “el lugar de nacimiento conservó su predominio en América hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX.” (40) Se desarrolla luego “el surgimiento de la identidad americana” que se afirma a partir de la respuesta, en gran parte de los jesuitas americanos explusados, a los prejuicios europeos formulados por algunos intelectuales de la Ilustración como Buffon y De Pauw; y con “las reformas borbónicas”, a partir de las cuales “el creciente sentimiento de la identidad americana entró en conflicto con la determinación de España, a lo largo del siglo XVIII, de reducir al Nuevo Mundo a la condición de colonia” (52). Estas afirmaciones parecen contrarias a la tesis de la igualdad entre América y España. Como es bien conocido, las tensiones aumentaron por la inconformidad de los nativos de América por la creciente presión fiscal, así como la exclusión de cargos públicos a los cuales en el pasado los criollos tenían acceso.

11La revolución política estuvo precedida de una revolución intelectual: Ilustración, periódicos, tertulias, lecturas públicas, sociedades de amigos el país, centros de estudio, exploraciones botánicas, aparición de nuevas ideas políticas, fomentaron el desarrollo entre las élites de América de “un vigoroso sentido de identidad regional” que llevó a desarrollar “un vigoroso sentido acerca de sus ‘derechos’” (101) y por lo tanto de su especificidad con respecto a España. La Revolución y la toma del poder en Francia por Napoleón fueron factores determinantes que precipitaron la crisis de la monarquía hispánica. Luego, el colapso de la Corona inducido por el Emperador de los franceses terminó conduciendo a la revolución política en España, con graves repercusiones en América, donde se efectuarían las primeras elecciones representativas en 1809. La Junta Central reconoció que las tierras americanas “no constituían colonias sino reinos (...) y que poseían derechos de representación dentro del gobierno nacional. (...) Las elecciones de 1809 constituyeron un considerable paso en la formación de un gobierno representativo moderno para la totalidad de la nación española. Por vez primera se celebrarían elecciones en el Nuevo Mundo para elegir a los representantes de un gobierno unificado en España y América.” (121-122) Aunque los americanos objetaron “que no tendrían una representación equitativa.” (ibid.) Las elecciones fueron “largas y complicadas” pero se llevaron a cabo en buan parte del continente. En todo caso, a nuestro modo de ver, el hecho de que los americanos reclamaran su igualdad y que las autoridades españolas la reconocieran en ese difícil contexto, sugiere con fuerza que esta igualdad no existía realmente. Así, ante la llegada de las noticias catastróficas sobre la situación en España, las élites en América van a incrementar sus esfuerzos por alcanzar la autonomía. Los dramáticos acontecimientos de 1808 y 1809 en la Península “transformaron la cultura política en el mundo español” (142). En España y América se respondió oponiéndose a los franceses e insistiendo en los derechos de Fernando VII; la representatividad popular de las corporaciones tradicionales dio paso al derecho individuial de ciudadanía, y por su parte “los americanos argumentaron que la representación debía basarse en proporción directa a la población.” (143) A pesar del reconicimiento del Nuevo Mundo como parte integrante de la monarquía, estas concesiones no bastaron a los americanos, y el conflicto con los peninsulares en América se agudizó.

12Por otro lado, no parece tenerse en cuenta lo suficiente la influencia de las ideas liberales, tanto del mundo anglosajón (Inglaterra y Estados Unidos) como de Francia. Frente a este vacío, no resulta difícil argumentar la omnipresencia de las tradiciones políticas y jurídicas hispánicas. Tampoco se considera en la bibliogtrafía la obra de David Bushnell y Neill Macauly, El nacimiento de los países latinoamericanos (1989 la edición española, 1988 la inglesa), de otro reconocido americanista especialista del mismo periodo, cuya tesis parece diferir de la de Rodríguez. Bushnell y Macauly explican la coyuntura de la independencia desde un punto de vista que tiene más en cuenta los factores económicos. En cuanto a las fuentes, no se mencionan obras contemporáneas, sobre todo francesas, de fines del siglo XVIII y principios del XIX, que hablan explícitamente de la posibilidad e incluso necesidad de la independencia de las posesiones españolas en América como Raynal y el abate de Pradt, obras que pueden considerarse de propaganda antiespañola pero que reflejan igualmente las ideas que discutía la opinión pública antes de 1808. Tampoco son comentadas las ideas impulsadas por el venezolano Francisco de Miranda desde finales del siglo XVIII; de este persopnaje sólo se menciona de su papel a partir de su fracasado intento de invasión de la Capitanía General en 1806 con apoyo británico (112).

13Pero estas inconsistencias no le quitan valor a la obra de Jaime Rodríguez. Al contrario, a nuestro juicio enriquecen el debate historiográfico. En todo caso su trabajo representa un aporte importante para la comprensión de la independencia de Hispanoamérica. Lo valioso de su tesis tal vez algo provocadora es que permite al autor preguntarse, y por lo tanto esforzarse por observar concretamente, la manera como los llamados americanos españoles pasaron a partir de 1808, y desde su propio horizonte cultural, de la demanda de igualdad y autonomía a la voluntad secesionista y separación de España.

14Por otro lado la prosa es muy buena, accesible tanto a investigadores como a no especialistas, clara y explicativa. El estilo es cautivante y sabe mantener despierta la atención del lector. Se trata en todo caso de una obra fundamental para comprender el proceso de la independencia, y cobra plena vigencia en vísperas de las celebraciones del bicentenario, acompañado por un proceso de más larga duración referido al acercamiento económico y político de los últimos años entre Iberoamérica y la antigua madre Patria.

Fuentes:

http://www.fondodeculturaeconomica.com/

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