Ficha n° 1978

Creada: 03 agosto 2008
Editada: 03 agosto 2008
Modificada: 03 agosto 2008

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Autor de la ficha:

Christophe BELAUBRE

Periodismo, sensibilidad moderna y nueva autoridad literaria, el caso del periódico La unión (1889-1890), El Salvador

El presente artículo examina el periódico La unión, publicado en San Salvador entre 1889 y 1890 bajo la dirección de Rubén Darío. La unión será el segundo periódico de frecuencia diaria en el país y será pionero en la introducción del periodismo de información. La búsqueda de lectores por medio del sensacionalismo introduce nuevos géneros discursivos, como la crónica o la entrevista e inaugura un nuevo régimen de visibilidad en el ámbito público donde se manifiesta la vida cotidiana urbana y la marginalidad social producto de la modernización. Este nuevo periodismo contribuye a consolidar una nueva modalidad de autoridad cultural emblematizada por el cronista, que se diferencia de la autoridad tradicional del polígrafo letrado y da pie a la fundación de las nuevas literaturas nacionales del siglo XX.
Autor(es):
Ricardo Roque-Baldovinos
Fecha:
Agosto de 2008
Texto íntegral:

1

2Durante su segunda estancia en El Salvador, entre los años de 1889 y 1890, Rubén Darío dirigió por encargo del entonces presidente de la República, General Francisco Menéndez, el periódico La unión. Aunque el periplo salvadoreño del poeta nicaragüense ha sido escudriñado con cierto detalle en varias ocasiones (Véanse Alemán Bolaños, Huezo Mixco), poca atención se ha dedicado al mencionado diario y a su carácter novedoso en la historia del periodismo y de la literatura en El Salvador ha sido pasado por alto. Italo López Vallecillos lo omite en su historia del periodismo nacional, casi seguramente por no encontrarse en los archivos que revisó[1]. La unión es el segundo diario que se publica en El Salvador, lo cual constituye en sí mismo una novedad, si recordamos que a lo largo del siglo XIX la frecuencia de los impresos era quincenal, semanal o cuando mucho dos veces por semana como fue el caso de El pabellón salvadoreño, su contemporáneo más ilustre.

3Este trabajo pretende ser un primer acercamiento a la inmensa riqueza documental contenida en esta publicación impresa2, no desde la perspectiva de exaltación del genio poético de Darío, cuya contribución al mismo tiene un peso más bien limitado, sino desde una perspectiva de estudios culturales, donde interesa examinar los modos propios que el proceso mundial de modernización a finales del siglo XIX adopta en centroamérica y como afecta sensibilidades, imaginarios y la construcción de identidades. En el caso de esta publicación periódica que se encuentra en un terreno intermedio entre el espacio literario y el espacio emergente de la comunicación masiva, nos interesa detectar nuevos modos de autoridad cultural que vienen a reemplazar a la autoridad tradicional del polígrafo letrado y que prefiguran el lugar de enunciación propio de la literatura a lo largo siglo XX.

4Pretendemos con este ensayo aportar desde una perspectiva más integral de la dinámica cultural a la comprensión de la literatura de final de siglo, la que suele clasificarse en la categoría de modernismo. Estudios pioneros del modernismo como los de Angel Rama, Gutiérrez Girardot, Montaldo, Julio Ramos o Susana Rotker nos han ayudado a comprender la importancia de ese período y de esa producción literaria para comprender las modalidades propias de la modernización en América Latina. Todos esos estudios han denunciado los marcos teóricos positivistas estrechos en los que se ha leído la literatura modernista y han reclamado la necesidad de situar la modernización literaria en un marco más amplio de modernización sociocultural. Rama y Rotker han señalado, en general, la importancia que tuvo el periodismo en la vida literaria y, en particular, la novedad de la crónica como espacio discursivo intermedio que permite a los lectores latinoamericanos negociar su situación en los procesos acelarados de modernización, principalmente en las grandes urbes. Sin embargo, pocos estudios del modernismo se han dedicado a examinar a fondo los periódicos de la época y las escritores modernistas, consagrados o menores, funcionando como periodistas. Esta exploración de La unión como periódico donde hay una visible y activa participación de literatos es un primer intento, modesto, de suplir esta falencia para el caso centroamericano.

5I

6El primer problema que debemos despejar es determinar si una ciudad como San Salvador, donde circuló La unión, tendría las condiciones propias de emergencia de una experiencia moderna tal como ha sido tipificada en los trabajos de pensadores como Simmel, Kracauer, Benjamin o Marshall Berman, para las ciudades del centro, o Beatriz Sarlo, para el caso del cono sur. La respuesta podría fácilmente ser negativa si tomamos en cuenta que los cambios en la subjetividad que abordan estos estudios tienen como objeto las grandes metrópolis como París, Londres, Nueva York o, para el caso latinoamericano, Buenos Aires. Pero, en todo caso, esta constatación no debería llevarnos a afirmar lo opuesto: que nuestra ciudades seguirían reproduciendo básicamente lo mismos ritmos de vida de la era colonial. Los periódicos constituyen una magnífica radiografía de la vida urbana en toda su diversidad y complejidad y pueden ayudarnos a encontrar una respuesta intermedia, donde si bien no exageremos en pensar que la vida en nuestras ciudades sería idéntica a la de las grandes metrópolis, tampoco ignoremos el hecho de que estas a su manera participan también de la modernización como proceso global en plena expansión.

7Hay toda una línea de trabajos de reconstrucción histórica de la vida de San Salvador de fin-de-siècle que tienden a idealizarla al pintarla una capital de “bullente actividad intelectual” (Huezo Mixco 17; Véase también Herodier). Hacia 1890, San Salvador era una ciudad relativamente pequeña pero, trataremos de insinuar, con una textura material y de vida cotidiana ya se estaban viendo afectadas por la creciente vinculación con el mercado capitalista mundial y el concomitante y vertiginoso arribo de una serie de adelantos técnicos –como el alumbrado público, el telégrafo, el cable, el teléfono. La misma planta urbana se había renovado, en parte como consecuencia del catastrófico sismo de 1873 que arrasó con los últimos restos coloniales de la ciudad. Pero lo que es más notorio es una acelerada y nutrida circulación de mercaderías y personas desde puntos a su vez cada vez más alejados del globo. Es cierto que la mayor parte de estas mercaderías sólo podían ser consumidas por un sector relativamente pequeño de la sociedad en general, pero su movimiento y lo que lo hacía posible, tratocaba en buena medida la vida del conglomerado.

8Podemos pensar a la luz del creciente número de publicaciones periódicas y el nacimiento de los primeros diarios (es decir de periódicos que se publican todos los días) que San Salvador ha pasado a ser una ciudad lo suficientemente grande y compleja para requerir una dosis cada vez mayor de información para poder funcionar. Entre la información que está más en demanda está la del acontecer del mundo, no sólo del comportamiento de los mercados sino de los vaivenes de la política y la cultura. A la vez, angustia la presencia creciente de ciertos extraños, ya sea que se trate de antisociales descastados o, peor aún, de impostores capaces de ser aceptados por la buena sociedad.

9Otro factor novedoso es que el período del General Francisco Menéndez (1885-1890) se caracteriza por despertar expectativas de apertura democrática, de libertad de expresión y de inclusión de nuevos sectores a la ciudadanía, luego del represivo y autoritario régimen de Rafael Zaldívar (Alvarenga). Independientemente de si las expectativas se ven frustradas por la violenta interrupción de su régimen o por limitaciones que le eran inherentes, el hecho es que La unión se trasluce una discusión pública bastante abierta y una moderación considerable de la práctica ampliamente instituida en el periodismo de entonces de culto a la personalidad del presidente. Todas estas circunstancias serán un terreno fértil para experimentos periodísticos como el que va a ensayar La Unión. Este periódico constituye un buen termómetro de los cambios en la sensibilidad y la mentalidad del público lector capitalino en el acelerado proceso de modernización de finales del siglo XIX.

10II

11El periodismo de El Salvador hacia 1889 tenía una larga e importante trayectoria en la vida política nacional (López Vallecillos). Era, sin embargo, un periodismo muy distinto de los de hoy. Se había incubado en las contiendas políticas y más que entregar “noticias” entregaba ideas: alegatos en favor o en contra de cierto partido o personalidad política; o, en todo caso, transmitía información muy básica y práctica: decretos oficiales, cotizaciones de artículos de comercio, anuncios del público, etc… A esto debemos añadir que, por no estar consolidado un mercado de imprenta, estos impresos subsistían también a la sombra del mecenazgo de políticos poderosos. Es decir, no son estrictamente empresas comerciales que subsistan o lucren de sus ventas o anunciantes. Necesitan de un patrocinador.

12Con esta última limitación, por cierto, La unión no logra romper. En su Autobiografía, menciona Rubén Darío segunda llegada y reclutamiento para trabajar en el “semioficial” periódico La unión, patrocinado por el presidente general Francisco Menéndez para impulsar la causa unionista de centroamérica. Se le paga “liberalmente” y se le permite quedarse con los ingresos “administrativos” del diario. Esto indica que el periódico no era autofinanciable sino que dependía del patrocinio de un hombre fuerte de la política. Y luego también la manera en cómo estos políticos pagan la lealtad de ciertas figuras. Aunque Darío exalta la probidad de Menéndez, el mismo Darío reprocha a Carlos Ezeta la traición a su mentor (Menéndez) quien le habría “enriquecido”. Hay una zona bastante laxa de tolerancia del enriquecimiento personal en el servicio público. En suma, este periódico no depende todavía de un mercado consumidor de impresos pero tampoco se limita a reproducir los modelos anteriores. El impacto del nuevo periodismo informativo se hace sentir en sus páginas.

13De una revisión su estructura parece un tanto extraña para nuestras referencias de lo que es un periódico. Trae un editorial, un artículo polémico o crónica. Noticias telegráficas de la capital y de los departamentos (se les pide a corresponsales y suscriptores que proporcionen esta informacíon). Noticias muy breves del exterior. Información sobre defunciones, entradas y salidas de pasajeros, precios de productos en la bolsa, folletín y otra información. Sin embargo, aun con estas limitaciones, La unión da muestras claras de su vocación de modernidad, y es un paso decisivo en el tránsito del periodismo de ideas al periodismo de información.

14Según se desprende de algunos estudios biográficos y de testimonio de la época, la figura de Darío en la vida del periódico es en buena medida decorativa: un nombre prestigioso del que el régimen se sirve para ganar legitimidad entre los círculos intelectuales. Mucho más activa es la segunda fila de personalidades asociadas al periódico. Durante sus primeras semanas aparecen asociadas al periódico figuras eminentes de intelectuales afincados en El Salvador. El primer redactor en jefe es Rafael Reyes, quien sólo dura unos días para ser reemplazado por Santiago I. Barberena. Estos dos intelectuales son polígrafos letrados, es decir intelectuales en el sentido más tradicional. Barberena además de escritor, es un reputado hombre de ciencia que publica sobre matemáticas, demografía, astronomía, antropología y todas las ramas del saber imaginables. No es de extrañar que durante su corto tiempo de gestión trate de impulsar la ilustración de ideas científicas desde el periódico. Pero, a los pocos meses, se separa del impreso y es reemplazado por Tranquilino Chacón, un escritor de nacionalidad costarricense que después dejaría testimonio de esta aventura periodística y de su relación con Rubén Darío. Hasta entonces había fungido como “cronista” del periódico. Chacón tiene una visión muy innovadora del oficio periodístico y la pondrá en práctica junto a un equipo de colaboradores como el colombiano Gabriel Ortega, taquígrafo y el “repórter” y luego administrador Roberto C. Bone, transforman a La unión en una publicación dinámica a la caza de novedades, que le imprime un sentido de espectacularidad y entretenimiento del que carecían totalmente sus competidores.

15III

16En buena medida, La unión seguirá todavía el formato y los géneros discursivos del periodismo tradicional de ideas, pero dará vistosos y atrevidos saltos hacia lo nuevo. Dentro de su dimensión tradicional se encuentra por cierto, la centralidad que juega el editorial que aparece siempre como primer componente del periódico plenamente destacado y seguido de una serie de trabajos de opinión que comentan el acontecer político y, directa o indirectamente, sustentan la posición del patrocinador del periódico. Asimismo, el periódico entrega la información útil sobre los mercados internacionales, los avisos oficiales y los avisos publicitarios pagados.

17Las cuatro páginas de gran formato que este periódico debe llenar a diario demandan, sin embargo, más información. Y aquí sus redactores comienzan a dar pruebas de gran inventiva. De manera progresiva, no sólo reaccionan con opiniones meditadas al acontecer político como era la costumbre, sino que comienzan a dar noticias sobre el acontecer nacional y, van todavía más allá al comenzar a crear sucesos mediáticos, algunos de los cuales carecen de relevancia política pero buscan captar la atención de los capitalinos, explotando el morbo en lo truculento y escabroso, con los tópicos propios del periodismo sensacional moderno.

18Uno de los sucesos ampliamente cubiertos por La unión, es el incendio del Palacio Nacional al que se dedica mucho espacio en la edición del jueves 21 de noviembre de 1889. En el trabajo periodístico de los redactores es notorio el esfuerzo por reproducir más que la objetividad, la inmediatez. Es decir transmitir a los lectores la vividez de los hechos dramáticos tal como los experimentaron quienes fueron testigos de primera mano en los hechos. Aquí aparece como género novedoso la interview, en este caso a testigos comunes y corrientes de los hechos. Esto nos podrá parecer trivial hoy en día. Pero es notoria, novedosa y, hasta cierto punto revolucionaria, la irrupción de la voz del ciudadano de a pie, en la esfera pública de finales del siglo XIX.

19Sin embargo, el más grande caudal de sucesos mediáticos lo conforman las noticias judiciales. Los redactores de La unión son los pioneros en explotar este filón en el periodismo salvadoreño. Las noticias judiciales, especialmente de los hechos de sangre ligados a “crímenes de pasión” comenzarán a ocupar sus páginas. En los competidores esta línea de cobertura está totalmente ausente, por lo menos eso se puede extraer de un cotejo con otro periódico prestigioso del momento, El pabellón salvadoreño, en las fechas en que La unión reporta los crímenes más sonados. Aunque el tema no se discute abiertamente se puede suponer que el periodismo de ideas “serio” descarta esta cobertura porque considera que inapropiado dar publicidad a la esfera de lo privado. La unión tendrá pues que justificar sus incursiones en este terreno y lo hace acudiendo a argumentos muy interesantes, relacionados con debates, que en otras latitudes, se dan en el ámbito de la literatura. El 15 de noviembre de 1889 se inaugura una sección judicial que se llama “La crónica del capitán fracasa”, que tendría por cierto, una existencia efímera. Allí se justifica explícitamente esta línea de trabajo periodístico:

20“La prensa de los países civilizados de Europa y América, ha encontrado siempre un caudal inmenso de publicidad en los asuntos que se debaten ante los tribunales de justicia. Los órganos de la prensa universal más acreditados consagran secciones especiales para tratar esta clase de asuntos y el periodista encuentra en ellos un gran material para revelar a los pueblos esos dramas sociales y humanos de la vida real que se perderían en los anaqueles de los archivos judiciales si no viniera la prensa a arrojarlos a la publicidad y a sacar de ellos provechosas enseñanzas para la moralidad y las costumbres de los pueblos” (3).

21Se trata no sólo de seguir el camino de los países más avanzados, sino de extraer una lección para la moral pública de estos hechos privados. Es curioso como esta línea de justificación se aproxima a la de la novela social o realista europea del siglo XIX, cuando se trataba de justificar el retrato de los aspectos sórdidos y negativos con un fin socialmente útil. En cierto sentido, lo judicial representa la emergencia de lo “social” a una vida pública excesivamente centrada en lo político.

22Este paralelismo entre la vida cotidiana y lo novelesco, de hecho lo encontramos más de una vez en el periódico. Por ejemplo, cuando se relata en dos entregas (13 y 14 de noviembre de 1889) un drama pasional en la pequeña población de San José Guayabal donde el maestro de la escuela de varones hiere de bala a la maestra de la escuela de niñas y luego se suicida:

23“Hay dramas, trajedias (sic) que se desarrollan en la sombra y que nadie o muy pocos saben; cuando más son los tribunales de justicia los que están al tanto de la verdad.
Si fuéramos a registrar causas, a remover expedientes, a escudriñar procesos, encontraríamos a cada paso la huella dramática, el comienzo de una novela, el esbozo de un cuadro trágico.
La crónica del crimen abunda en episodios romancescos. Con frecuencia sucede que el que veis sentado en el banquillo de los criminales, de los que ruedan al abismo fatal empujados por la ola negra, han sido al principio de su vida buenos, honrados, generosos. Han amado, han sufrido: en días mejores sopló sobre su frente un aura bonancible. Soñaron al calor de ideas generosas.
Después, por uno de esos inexplicables secretos que guarda el destino en sus negras urnas, aquel hombre, de manso, de apacible, se trueca en un sombrío criminal.
¿Que viento de lo desconcido ha llenado de tinieblas esa alma? ¿qué soplo fatídico ha apagado en ese espíritu la llama de la virtud?
La justicia humana, en sus imperfecciones, es a veces terrible. Su mano de hierro cae de igual manera sobre el culpable que sobre el inocente.
La mirada atenta del observador llega hasta el fondo de las cosas: inquiere, indaga, compara y saca de allí reflexiones que le facilitan el camino de la verdad” (13 de noviembre, 3)

24El periodista solicita del lector lo mismo que la novela realista: la construcción de una mirada inquisitiva que, apoyada en los discursos de la “ciencia”, pueda restablecer el sentido de los datos confusos y sórdidos que nos entrega la realidad (Villanueva). En cierta medida, son estos discursos los que vienen a inaugurar la dimensión de “lo social” en la vida pública, antes prácticamente dominada por lo político. Recordemos que la novela realista y, en particular, el naturalismo comienzan a explorar las zonas oscuras de las sociedades en proceso de modernización y a detectar las enfermedades que este introduce en el tejido de las nuevas formaciones sociales.

25Este paralelo con el realismo aparece en una breve noticia donde se comenta un pleito entre comadres de la pequeña localidad de Tonacatepeque, a la que se titula como “una escena realista”: “Decididamente, en la exaltación de las pasiones, hay hijas de Eva que son capaces de llegar al más refinado realismo para saborear ese fruto venenoso, pasto de los dioses según algunos, que se llama venganza” (16 de noviembre de 1889, p. 3).

26Pero la evidencia más clara entre la noticia judicial y la sensibilidad que están introduciendo el realismo y naturalismo la encontramos en una nota donde se refieren las celebraciones que recibió Rubén Darío por parte de la oficialidad y la intelectualidad en ocasión de su cumpleaños. Gustavo Ortega, taquígrafo de La Unión hace una reseña de literatura francesa y propone un brindis “por el jefe de la escuela naturalista de Francia” (20 de enero de 1890, p.1), es decir por Émile Zola, lo que provoca cierto revuelo entre la distinguida concurrencia. Recordemos que por esos años intelectuales como Francisco Gavidia y Francisco Catañada en revistas como El repertorio salvadoreño, publicación de la Academia de Artes y Bellas Letras, habían dado a luz elaboradas discusiones sobre ese movimiento literario. Este dato nos ayuda a comprender la importancia que se le da a esta escuela artística en un país donde no se había publicado todavía novelas. La sensibilidad naturalista ya estaba presente y de alguna manera era percibida como algo amenzante por la configuración intelectual letrada, de la cual Gavidia constituía un tardío pero prestigioso líder.

27La mirada sobre la realidad que el naturalismo y su manifestación local, el sensacionalismo periodístico, es algo que incomoda a estos intelectuales tradicionales. Pero es un recurso que La unión no puede dejar de emplear para seducir a sus lectores. A lo largo de sus escasos ocho meses de vida, el diario cubre con distintos grados de profundidad al menos diez hechos de sangre. Estos reportajes nos entregan una información muy rica sobre “lo social” en la vida salvadoreña del siglo XIX, a la vez que nos dan indicadores de los discursos desde los que se trataba de hacer sentido de estos hechos: por ejemplo las teorías criminológicas de Lombroso que se ocupan para explicar las tendencias suicidas hereditarias que explican la muerte del portero de la Universidad Nacional, en misteriosas circunstancias, cuando estaba en compañía de un joven de familia distinguida (21 de diciembre de 1889, p. 1).

28Un crimen que es seguido con mucho detalle y en varias entregas (entre el 31 de enero y el 5 de febrero de 1890) es el caso de Bernarda Angel. A esta mujer se le acusa de haber asesinado a su compañero de vida, Manuel Orantes, destacado miembro de la Sociedad de Artesanos en San Salvador. La cobertura de este hecho tiene todas las características del periodismo amarillo. Es importante notar que no pertenecer a la élite social hace que la vida privada de estos individuos pueda ser objeto de contemplación morbosa por parte de los lectores del periódico. Así, se van creando expectativas diarias sobre el progreso de las investigaciones y la inminente aprensión de la acusada. Cuando esta es aprendida, Rubén Darío, Tranquilino Chacón y Gustavo Ortega acuden a la cárcel de mujeres, donde esta les relata su versión de los hechos, la cual es transcrita tratando de respetar el estilo oral de la informante (5 febrero de 1890, p. 1-2).

29La cobertura de este “hecho” que La unión se encargada de crear a través de estrategias que espectacularizan la realidad exhibe una riqueza de registros discursivos y de tópicos. Mientras este suceso de sangre es narrado desde la óptica “objetiva” de los repórters se ocupa una esterotipación misógina de Bernarda Angel, a quien se pinta como una “tigresa”, como una mujer histérica fácilmente presa de bajas pasiones como los celos. Se convierte pues, en un caso emblemático del tópico misógino del peligro social que representan las mujeres a quienes no se mantiene confinadas en el espacio privado y sometidas por la autoridad patriarcal. Por el contrario, a Manuel Orantes se lo idealiza como ciudadano “ejemplar”, como miembro de la clase “obrera” progresista que se identifica con los valores dominantes de laboriosidad y emprendimiento: “Habíase captado las simpatías del gremio de los artesanos, con su genial bondad y con su entusiasmo nunca desmentido por el progreso de la clase obrera” (1 de febrero de 1890, p.1).

30Sin embargo, los dispositivos y tópicos de la representación cambian en la última entrega, cuando mudamos de género discursivo. De la nota sensacional pasamos entonces al testimonio, a la confesión, es decir a la autodiégesis de la acusada, recogida por los periodistas. En este relato se nos recrea un patético cuadro de abuso doméstico y de exclusión social a la que se condena a Bernarda Angel por su condición de concubina del nuevo rico. Bernarda había sido la compañera de vida de Manuel, quien le había ayudado con sus propios recursos y trabajo a levantar su negocio, pero cuando este goza de una condición más próspera decide limpiar su nombre contrayendo matrimonio con un joven de mejor familia e intenta deshacerse de Bernarda. La acusada termina alegando que no es responsable de la muerte de su compañero, sino que este habría cometido suicidio. En resumen, este “hecho mediático”, independientemente de las intenciones de sus autores logra ofrecernos una radiografía muy interesante de los sectores medios bajos de la capital salvadoreña. Se detecata además una ambigüedad inherente de la voz autorial del periodismo sensacional que oscila entre el estereotipo y la exploración de nuevas zonas de la vida nacional.

31IV

32Otra sección novedosa del periódico es la de “correspondencia calegráfica”, es decir noticias locales remitidas por telégrafo. Recordemos que hacia finales del siglo XIX el desarrollo del telégrafo y del cable transatlántico modifican de manera radical las percepciones de tiempo y de espacio en regiones cada vez más vastas del planeta. En El Salvador, este desarrollo tecnológico no sólo está coadyuvando a la circulación de mercaderías y la expansión del capitalismo, está dándole finalmente un roan class="pnum pnum2">31IV

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